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Lo siguiente que advirtió fueron los sollozos descontrolados de Dobby, la presencia, ya no invisible, que se arrastró hacia ellos con las orejas caídas y lloriqueó mil disculpas y explicaciones imposibles de entender entre tanta lágrima

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Lo siguiente que advirtió fueron los sollozos descontrolados de Dobby, la presencia, ya no invisible, que se arrastró hacia ellos con las orejas caídas y lloriqueó mil disculpas y explicaciones imposibles de entender entre tanta lágrima. Harry se agachó para recibirlo; era la primera vez que lo observaba, en realidad, y pensó que era el elfo más pequeño que había conocido en su vida, las orejas tan largas que tocaban el piso, y enormes ojos azules y lastimeros.

—¡...Dobby no abrió! —Decía, interrumpido por el llanto y los hipidos— ¡Do- Dobby pasaba, Dobby estaba limpiando, cuando se dio cuenta- cuenta- de que estaba abierto! ¡Dobby no entra, Dobby- jamás entra! ¡Pe- pero Dobby vio lo que faltaba, lo- lo que era del amo Draco, y Dobby sabe que era- importante! ¡Dobby lo siente, Dobby- no pudo cuidar las cosas de- de- sus amos!

—Sh, sh —Le palpó la cabeza, más que nada, para evitar que se fuese a jalar de las orejas o lastimar de algún modo. El pobre elfo temblaba bajo el contacto y apretaba los párpados, a la espera de un golpe, a pesar de que nunca lo castigaron de ninguna forma—. ¿Qué fue lo que pasó, exactamente, Dobby?

Aunque el elfo tenía disposición de ayudarles a aclarar lo que ocurrió, tuvieron que esperar un rato a que sus palabras fuesen entendibles y los sollozos se detuviesen, o calmasen un poco, al menos. Mientras tanto, Draco se paró bajo el umbral de su laboratorio, con los hombros caídos, a observar sin ver el desastre, y sobre todo, la ausencia. Le pareció que murmuraba, de nuevo.

Saaghi se deslizó hacia el suelo y reptó hacia él, y emitió otro siseo, uno que no supo identificar del todo. O que prefirió no hacerlo, más bien, porque le sonaba a enojo y no tenía sentido. No comprendía lo que intentaba explicarle.

Cuando Dobby recuperó la compostura, su respuesta no sirvió para esclarecer el asunto, sino todo lo contrario.

—Dobby no sabe qué pasó.

—¿Cómo...? ¿no supiste que alguien entró, no...?

—Nadie entró —Musitó, con la voz ahogada por la amenaza de más llanto. Sus ojos eran sinceros y temerosos de que no le creyese, pero Harry lo hacía, lo que volvía todo más confuso—, Dobby vigila las barreras siempre, incluso cuando los amos de Dobby están en casa. Nadie entró —Insistió, más firme—, las protecciones están bien, todo está bien, igual que antes de que se fueran.

Cuando, tras algunas preguntas más, le quedó claro que el elfo no tenía idea de por qué faltaba un antiguo tesoro egipcio de magia negra en el apartamento, se puso de pie con un suspiro y se aproximó a Draco, despacio, para no ponerlo en alerta. Tampoco era necesario, ya estaba lo bastante tenso, todavía parado en el umbral y sin despegar la mirada de la mesa de trabajo. Tenía un hilillo de sangre donde se mordía el pulgar, y Harry tuvo que sostenerle la muñeca y apartarla de sí, para que no se fuese a hacer un daño mayor.

Él parpadeó, extrañado.

—Dobby en verdad no sabe cómo...

—Sí, lo escuché —Lo cortó, con voz monótona.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now