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Harry estaba detrás de uno de los mostradores del Inferno, con la cabeza recostada y girada hacia un lado, de manera que la mejilla le quedaba pegada al cristal

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Harry estaba detrás de uno de los mostradores del Inferno, con la cabeza recostada y girada hacia un lado, de manera que la mejilla le quedaba pegada al cristal. Saaghi no dejaba de emitir suaves siseos, le había tocado la cara con la punta de la lengua, y al cansarse de la falta de atención, se hizo un rollo de escamas junto a él, con la cabecita escondida, de modo que lucía más como una pieza de decoración que una criatura mágica y posiblemente letal para otras personas y animales.

Podía oír el débil murmullo de Ze en la sala de consultas, despidiéndose de sus clientes al finalizar el turno, y luego alistándose para salir, porque tenía una cita esa noche y pidió un par de horas libres extra, que jamás le habrían negado. Estaba tan contenta que tarareaba por lo bajo. Él sólo esperaba que tuviese más suerte que en la última ocasión, cuando el pobre imbécil resultó hechizado y colgado de un poste en la avenida principal de la ciudad, y Ze no quiso hablar del tema por dos días.

Draco, al otro lado de la tienda, supervisaba, a pesar de no saber nada del tema, la instalación de un teléfono fijo para el local, por parte de una bruja hija de muggles, que vivía a unas calles de allí y le hablaba con toda la paciencia que otorga ser consciente de que trata con un sangrepura que todavía escribe en pergaminos. Se ofrecía a colocarles una computadora para los registros de la tienda, resguardada por una barrera que evitase que la magia en el aire interviniese con su funcionamiento, o por el contrario, que el artefacto se impregnase de la magia. Él escuchaba cada palabra, mirándola como si fuese un hipogrifo hablador o un paciente del área mental de San Mungo.

Tal vez la modernización del Inferno no estaba tan próxima como esa joven bruja intentaba hacerle ver, incluso con sus ofertas para enseñarle a usar los artefactos de tecnología muggle. Draco era demasiado orgulloso para 'rebajarse' a pedir ayuda con esos 'cacharros', de acuerdo a él.

Una vez que los clientes de la consulta, se fueron, Ze cerró sus cortinas y salió con pasos apresurados. Besó la mejilla de Draco, saludó a la bruja que estaba allí por el teléfono, y se detuvo frente a Harry, que fue obligado a alzar la cabeza cuando ella le acunó el rostro entre las manos y le besó también el rostro.

—Deja la cara de perrito abandonado —Le susurró, estirada por encima de la mesa del mostrador, para disimularlo.

Harry emitió un débil quejido y volvió a dejar caer la cabeza contra el cristal, sin hacer ruido.

—Dile a Draco que se case conmigo —Lloriqueó. Todavía no podía creer lo que le había respondido entonces. Ella bufó.

—Dale un tiempo para asimilar la idea —Recomendó, con una breve pausa después, tras la que se rio y agregó:—, o cómprale un anillo que no pueda resistir y hazle la pregunta formalmente. Sabes cómo es, mi amor. Te dejo, resuélvanlo.

—Qué te vaya bien...—Susurró, a tiempo para que ella contestase con un chillido emocionado, antes de que la puerta del Inferno se cerrase.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now