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No era que nunca hubiesen guardado una posesión ilegal en la tienda

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No era que nunca hubiesen guardado una posesión ilegal en la tienda. No, tenían artículos de procedencia dudosa, reliquias de magia oscura, al igual que los amuletos para repeler las peores maldiciones. Por lo general, Draco mantenía un almacén aparte, al que sólo le daba acceso a clientes frecuentes o en condiciones específicas, que comprarían algo que valía suficientes galeones para mantener a toda una familia por años, o necesitaban un depósito secreto mientras arreglaban otros asuntos, con la ley, por lo general; él solía preferir encargarse de amuletos, contrahechizos, barreras de seguridad, y le dejaba esostratos a su novio.

Por Merlín, incluso el propio Harry y Draco ya eran ilegales de por sí, en varios sentidos. Pero, durante esos años en que se mantuvieron en ese negocio, ellos fueron los únicos seres vivos de los que debían ocuparse.

Y de pronto, aquello cambió.

Ze, burlándose con algo que sonaba a "paternidad inesperada" y "bebés serpientes",decidió que iba a cenar sola y los despidió, con la promesa de volver después para averiguar qué hicieron con la pobre criatura. Se quedaron solos, en la tienda, por largo rato, sin hacer más que observarla, hasta que llegaron a la conclusión, cada uno por su cuenta, de que era absurdo pretender que no pasaba nada.

—Tenemos que hacer algo, ¿cierto? —Preguntó Draco, y él asintió, porque era cierto que tenían, aunque no supiesen qué.

Así que Harry recogió la canasta, la volvió a tapar con la cobija, y los dos subieron al apartamento. Fueron al laboratorio enseguida, y todavía no salían de ahí, pasada la media noche.

Draco utilizó un encantamiento en sus libros y pergaminos, que busca palabras claves para dar con la información que necesita, y luego le pidió a Dobby que revisase entre los selectos, para dar con algo que pudiese serles útil, lo que explicaba que la mitad del cuarto y el pasillo estuviesen llenos de papeles que levitaban y cambiaban de lugar, intercambiándose entre sí, formándose en pilas, o regresando al sitio donde los tuvo guardados hasta entonces.

Ambos se sentaron en torno al mesón de piedra más largo, el del centro, del que el elfo ya había apartado los últimos viales e instrumentos que Draco debió dejar cuando estaba preparando el experimento de su té. La canasta hacia rato que fue dejada en el suelo, los objetos dentro (y la cría) depositados en la superficie fría y dura.

La nota, en resumen, era una larga e innecesaria disculpa, con la explicación que les dio por la tarde, colmada de comentarios para Draco que le hacían rodar los ojos y dudar de su salud mental, más de lo que ya lo hacía antes. Decía que estaría de viaje por negocios, que no podía arriesgarse a ser contactado, y que cuidasen del basilisco, que estaba defectuoso y no sabía bien cómo saldría.

Y claro, estaban las instrucciones y el soborno en la caja, también. Una breve reseña, hecha a mano, de lo que comía un basilisco durante la primera etapa de vida, instrucciones para el contraveneno, si es que le brotaban los colmillos mientras no estaba y ocurría un accidente, y un obsequio de disculpa.

Para romper una maldiciónWhere stories live. Discover now