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Saaghi tenía los dientes crecidos en su totalidad, medía más de dos metros extendida por completo, de la cabeza a la cola, y había mudado la piel a una rugosa de un gris oscuro

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Saaghi tenía los dientes crecidos en su totalidad, medía más de dos metros extendida por completo, de la cabeza a la cola, y había mudado la piel a una rugosa de un gris oscuro. Daba la impresión, para quien la viese de cerca o le palpase el costado, de que le surgirían pequeñas púas, pero estas no terminaban de brotar; de cualquier modo, Harry no estaba seguro de que existiese una serpiente (mágica o no) que tuviese púas.

Con el paso de los días, una pluma blanca, con los bordes teñidos de un pintoresco azul, que hacía parecer que estaba manchada de pintura, le brotó de la parte de atrás de la cabeza para acompañar a la otra; era el único ejemplar que conocían, de libros y dibujos, que tenía dos. Le recordaba a los adornos de los sombreros antiguos, era divertido, y ella dejaba que la tocase y se pusiese a jugar con la dichosa pluma.

Cuando, como en ese momento, tenía que deslizarse por un agujero diminuto en el espacio entre el suelo y la pared, preparado por ratones que ya no ocupaban el lugar, la pluma se doblaba y se pegaba a sus escamas, y por el tiempo que hiciese falta, lucía como si constituyese un segmento más de su piel.

La separación entre los cuartos constaba de las respectivas paredes a ambos lados y las columnas de soporte de los techos altos y las pesadas vigas, que servían para mantener en pie la casona antigua. Pocos humanos podrían haber entrado ahí. Sus humanos, en particular, tenían menos oportunidades aún, así que Saaghi lo hacía por ellos.

Era sencillo seguir su línea de razonamiento; las serpientes no se complican la vida tanto como un ser humano. Son astutas y tienden a actuar a conveniencia, la prioridad siempre es la supervivencia. A Harry le hacía pensar al tipo de actitud que se tomaba durante las épocas de guerras.

Las serpientes mágicas, más que sus semejantes, poseen una gran capacidad de aprendizaje mediante la observación. En el caso de Saaghi, debía ser por indicación.

Sus otros sentidos eran fuertes, a cambio de los ojos vidriosos y ciegos con que nació. Percibía la áspera textura de la madera del entrepiso al serpentear, la baja temperatura del lugar que le hacía desear unos rayos de sol y enroscarse donde latiese el pulso de uno de sus humanos. A lo lejos, más allá de una de las paredes, alguien hablaba, y ella sabía que podía entenderlos, una parte de sí al menos lo hacía, pero no se molestaba en hacer más que seguir con lo que era su tarea.

—...son cincuenta galeones —Decía una voz femenina. A Saaghi no le gustaba; la dueña portaba un aroma a mezcla de perfumes intensos, que no bastaban para ocultar el rastro de tabaco y polvo de hadas que exhalaba nada más separar los labios.

—Eso es muy costoso —Replicaba, con suavidad, uno de sus humanos, el que solía tener también la temperatura corporal baja, y olía a magia negra, a pociones y colonias embriagadoras.

—No para algo que está prohibido comerciar.

Saaghi siseó por lo bajo. Tampoco le gustaba que le hablasen con ese tono de superioridad a sus humanos. Como toda serpiente mágica, cuando se apegaba a la esencia de la energía de un mago, consideraba su deber atacar a quien creyese que era superior a los suyos. Tenía que defenderlos de otras serpientes, de las serpientes humanas, que eran las peores, ¿quién más lo haría, sino ella?

Para romper una maldiciónΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα