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Harry estaba nervioso, porque Draco lo estaba, y eso lo ponía peor

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Harry estaba nervioso, porque Draco lo estaba, y eso lo ponía peor. Él no le había dicho nada; tampoco necesitaba hacerlo. Con verlo en el laboratorio, la espalda tensa, los brazos inquietos, las manos pasando de un vial al otro, era más que suficiente.

Esa mañana, lo despertaron unos besos en el contorno del rostro, por la sien, las mejillas y la mandíbula. Era Draco, que se había subido sobre él, y le avisaba que estaría en el laboratorio. Harry, tan dormido como se encontraba, emitió un sonido afirmativo, se giró y se acurrucó en las cobijas, apenas quejándose en cuanto los mimos cesaron y se sintió solo.

Para cuando reaccionó, era mitad de mañana, y tuvo que tomar un baño y vestirse antes de siquiera pensar en poner un pie fuera del cuarto. Mientras desayunaba a solas, sentado junto a la ventana que daba a la calle exterior del Inferno, le preguntó a Dobby si el otro hombre había comido algo; el elfo afirmó que le llevó un plato, pero no estaba seguro de si desayunó, porque el amo le ordenaba no entrar a esa sala.

Por lo general, Harry evitaba acercarse demasiado al laboratorio; tenía la impresión de que aquel era un refugio aparte, y posiblemente, uno de los efectos secundarios de haber tenido a Severus Snape como padrino, y haber estudiado con él como mentor. Draco lo tenía organizado a su entera disposición, todo lo que estaba ahí, lo eligió en persona, lo había creado, lo había buscado. Era suyo, de una manera en que nada más podía serlo, ni siquiera la botica en que ayudaba a veces con otros magos, ni el Inferno, que compartía con Harry y Ze.

Draco solía pedirle a Dobby que no entrase, si no era llamado, y aunque la única persona que tenía permiso permanente de pasar, era Harry, cuando le avisaba que estaría ahí, era mejor asegurarse de no molestar. O comprobar que no trabajaba con nada tóxico o volátil.

Tocó la puerta con los nudillos y aguardó. Se abrió por sí sola, no había nadie detrás. Harry se quedó junto a esta por largo rato, después de haber cerrado y tomado una de las máscaras que colgaban de un perchero junto a la entrada, igual que delantales, guantes, lentes y bandanas.

Lo observaba trabajar en silencio, fascinado con los movimientos cuidadosos y medidos, y el efecto a contraluz que le daba la única ventana del laboratorio, cubierta por vidrio y con las cortinas medio abiertas. Ninguno dijo nada, hasta unos momentos luego de que una combinación hubiese generado una explosión, y Draco la hubiese sellado y guardado en un porta-viales con un corcho. Estaba inclinado sobre la mesa de trabajo, tomando unas notas, cuando se bajó la máscara hasta el hueco de la clavícula, y exhaló.

—¿Qué pasa, Harry? —Preguntó en un susurro. Por experiencia (de una explosión particularmente desagradable), Harry sabía que con lo que su novio trabajaba, podía verse afectado incluso por el sonido, si era a un volumen lo bastante alto.

—Sólo, uhm, venía a ver cómo estabas, y eso.

—Estoy ocupado, como ves —Puntualizó, pero sin ningún rastro de fastidio o malicia. Lo decía en tono neutral, concentrado en la fórmula que debía estar escribiendo.

Para romper una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora