Capítulo 2: Marcas

6.1K 494 95
                                    

Es lunes, son las dos y media de la tarde y Alessia remueve sin ánimo los macarrones que tocaban como menú en el comedor de la Universidad. El plato está intacto y, pese a ello, la cantidad de comida en él no es muy copiosa. En el comedor miden cuidadosamente que al final del día nadie vaya a obtener un siete negro en su muñeca. Los ojos oscurísimos de Lionetta no pierden detalle de los movimientos de la niña. Están solas en la mesa, como siempre. Lionetta parece sacarle al menos siete años a Alessia, pero ambas tienen la misma edad. De hecho, Lionetta es un mes menor que su amiga.

—¿No te los vas a comer? —pregunta intentando romper el silencio.

—No tengo hambre —responde la peliazul. Hace una pausa antes de manifestar sus pensamientos en voz alta. —¿Crees que será... Rojo?

—El dos rojo afecta a asesinatos únicamente, creo. No me hagas mucho caso, tampoco estoy muy segura. De todas formas, aparezca lo que aparezca, será lo justo —. Lionetta se arrepiente instantáneamente de su comentario cuando Alessia suelta el tenedor y se tapa los ojos con las manos. Resopla y su flequillo negro perfectamente recto se levanta lo suficiente para dejar ver el final de unas pestañas cubiertas de rímel.

—Los castigos del código no siempre son justos. Mírate a ti —murmura Alessia. Lionetta acaricia las pulseras que cubren a propósito el número tres de su muñeca. Sonríe y baja la mirada.

—Esto es justo. Y lo sabes —contesta bajando la voz.

—Hace unos meses no habrías dicho eso ni de coña —comenta la niña, imitando su tono.

—Hace unos meses te habría escupido por dirigirme la palabra. Al menos con esto he crecido como persona. Soberbia... Tiene gracia. ¿Tú crees que alguien puede morirse de esto?

—No conozco a nadie que haya tenido un tres rojo. ¿Existe? —pregunta.

—Dicen que sí, que te conviertes en una estatua, por la mierda esa de que son "perfectas". Recibes lo que más ansías, supongo. O algo de eso leí por internet cuando me dio por informarme del tema. Es una chorrada, creo que lo ponen solo para asustar —. Lionetta recoge todo y lo pone sobre su bandeja. Tras pedirle permiso a Alessia con la mirada, toma también su plato y lo coloca junto al resto. La deja después en una estantería acondicionada para ese fin y ambas abandonan el comedor.

—No me has contado por qué te escapaste.

—No fue buena idea lo del piercing.

—¿Te escapaste porque a tu madre no le gustó el piercing? ¿Estás de coña?

—Esa noche le apareció un dos negro en la muñeca. Y todo fue por mi culpa, no hago nada más que causarle problemas. Desde que papá...

—Alessia, ya —la interrumpe Lionetta. —Deja de martirizarte y de echarte la culpa por todo. No voy a comentar nada sobre la actitud de tu "madre" por respeto a ti, pero...

La conversación queda en el aire. Ambas se detienen ante la presencia de un coche negro frente a la parada del bus. Ojos verdes las observan. O más bien, la observan. A ella. A la niña.

—¿Quién es? —pregunta en voz baja Lionetta. Se ve obligada a repetir la pregunta cuando se percata de que su amiga se ha quedado en shock.

—Es... Lio, no te he contado al completo lo que me pasó anoche; ni por qué me pegó mi madre.

—¿¡Te has liado con ese!? —pregunta muy sorprendida la joven.

—No, no es eso. Pero ahora no tengo tiempo de explicártelo. ¿Hablamos por WhatsApp?

—Bueno, como quieras —. Confusión en su voz. Lionetta no entiende nada y no se imagina que su amiga entiende aún menos la situación. Pese a todo, Alessia camina con paso decidido hacia el fugitivo que la noche anterior no la ayudó, que después le prestó su abrigo y que acabó acompañándola hasta su casa por mucho que la niña se negó.

Los separan unos metros de distancia. Ella, recelosa, se niega a avanzar más. Él la observa, sereno, sin decir nada. "¿Qué haces aquí?". "He venido a ver cómo estabas. Escuché los gritos de tu madre anoche y estaba preocupado". "Tan preocupado como cuando casi me violan". "No podía hacer nada". "Ya". Ninguno de los dos dice nada. Lionetta, desde lejos, se gira una última vez para observar a la extraña pareja antes de doblar la esquina y marcharse a casa.

—Has hecho un buen trabajo disimulando eso —pronuncia el joven. Voz varonil, tranquila. A Alessia le recuerda a la de esos actores famosos y perfectos que salen por la tele. Él está lejos de ser perfecto, o de parecer un actor. Él sería, a su juicio, el villano. El que es atractivo, pero de una forma negativa; el que tiene un físico que no te transmite buenas vibraciones. El que cada vez que abre la boca para decir algo bueno, suena con tono impostado. Alessia lleva una mano a su nariz por inercia y piensa en el maquillaje de esta mañana. Se ha levantado una hora antes de lo normal para que nadie, absolutamente nadie supiese que su madre le había pegado.

—Me has seguido, ¿se puede saber por qué? —inquiere hostil.

—Tu madre te ha pegado. Eso es un dos rojo.

—Mientes. Es un dos negro —le corrige, sintiendo el enfado crecer en su interior.

—Si pegar a alguien fuese un dos negro, ¿crees que no te habría ayudado anoche?

—No me ayudaste porque eres como ellos. Solo tienes que mirarte. Estás cubierto de marcas... —. Ahora que la luz permite ver todo con nitidez, Alessia puede observar claramente los brazos surcados de números de todo tipo que se pierden en las mangas de su camiseta. El estómago se le revuelve pensando en que si la policía localiza a este tipo lo ejecutarán. Tres números negros equivale a ir a un juicio. Y él...

—Precisamente por eso, ¿podemos hablar en otra parte? Esto no es seguro para mí, la policía no suele frecuentar esta zona pero...

—No voy a ir contigo a ninguna parte. Tuve bastante anoche.

—Escucha, haz lo que quieras. ¿Sabes las reglas del pecado de la ira?

—No.

—Por supuesto que no. El dos aparece en negro cuando discutes con alguien, principalmente. Inclusive, se permiten algunos golpes: en defensa propia, por ejemplo. Pero pegar una paliza, aunque sea para ayudar a alguien como era mi caso ayer, es un dos rojo. Y maltratar psicológicamente y físicamente a tu hija de manera reiterada también. Lo de ayer fue la gota que colmó el vaso. Tu madre morirá esta noche y ella lo sabe.

—Basta. No tienes ni puta idea de mi vida.

—No puedes volver a casa. Ahora que sabe que va a morir de todas formas con el código, ¿acaso dudas de que vaya a matarte?

—¿¡Pero qué cojones estás diciendo!? Tú no tienes ni idea de mi vida y ahora mismo pareces un maldito acosador, déjame en paz, es lo único que te pido.

Alessia está enfurecida, se da la vuelta y echa a andar. Quiere volver a casa cuanto antes. ¿Quién se ha creído este? No tiene ni idea de nada. Su madre no morirá esta noche. Ella lo sabe.

—Alessia...

La niña abre los ojos, se detiene y se da la vuelta. —¿Por qué sabes cómo me llamo?

—Te he pedido que vengas conmigo. Te lo explicaré todo en detalle.

—Que te den... —susurra entre dientes, y se da la vuelta. Reanuda la marcha. Esta vez no se da la vuelta aunque nota los ojos verdes clavarse en su nuca. 

El Código [Watty Awards 2019]Where stories live. Discover now