Capítulo 15: Accusatio manifesta

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—Como te decía, Petyr no tenía necesidad de entrar en ese mundillo. Pero lo hizo. Cogió confianza con tu padre y ambos se contaban su vida mientras iban en el camión para hacer los repartos. Petyr hablaba de su vida y tu padre le hablaba de ti, básicamente. Al final salieron cosas más serias a la luz: que tu madre estaba perdiendo la cabeza, que él trabajaba en la CT... Petyr le confesó a tu padre que el código se les estaba yendo de las manos —hace una mueca antes de seguir, como dando a entender que no le sorprende las consecuencias de semejante invento— y que por algún motivo que no encontraban estaba empezando a afectar a las personas. El código, en definitiva, se estaba rompiendo tras más de treinta años funcionando correctamente. Todo eso me lo contó tu padre. Petyr también le dijo que él estaba ahí por su hermano. Los dos sabían que Valen estaba en las drogas, y querían sacarla de ese mundo cuanto antes. O al menos, Dante quería. A Petyr no le caía bien la chica.

—Pues tiene un hijo con ella —interrumpe.

Plot twist... —murmura Dámaso.

—Pero sin querer. En realidad es una larga historia. Sigue, por favor.

—Bueno, pues eso. Dante estaba perdidamente enamorado de Valen y le contó a tu hermano lo que estaba sucediendo. Y Petyr quiere a Dante tanto como él a su mujer. Le dijo que le ayudaría, que tenía un plan y que fuese paciente. Imagino, claro, que el plan no era follar con su mujer y dejarla embarazada.

—Lo dudo.

—Petyr tenía pensado desmantelar la red desde dentro: conocer con quién colaboraban, asegurarse de que nadie volviese a molestarles. El problema es que es un auténtico bocazas y, al igual que tú, confía demasiado rápido en la gente.

—Me di cuenta en el momento en el que me dijo que trabajaba en algo tan secreto, la verdad.

—Pues eso. Le acabó contando todo el lío a tu padre, y tu padre me lo contó a mí sin saber que estaban interceptando sus mensajes. Otro que tal baila. Ojalá la gente no confiase tanto en las personas que forman su círculo cercano.

—Dami, literalmente estás contándome todo esto como si nada en un sitio público —advierte ella.

—Aless, este sitio es mío. ¿Crees que íbamos a hablar de esto en cualquier parte?

—¿Cómo que es tuyo?

—Cuando murió mi abuelo me dejó una herencia bastante buena. Te rodeas de gente rica.

—¿Y la invertiste en una cafetería?

—Creo que no me daba para comprar nuestro reino. Además, ya no tenía princesa —confesó con pena. Aquellas palabras le dieron de lleno a la peliazul, que se calló de golpe. —Y te lo cuento a ti porque eres la persona más importante que tengo y porque estás más involucrada en esto de lo que parece. En fin. Sigo.

—Sí, perdona.

—Pues como era de esperar, a los que movían todo el tema de la droga les convenía quitarse a los dos que conspiraban contra ellos de en medio. Intentaron matarles antes sin éxito, como te dije es imposible acabar con Petyr Smith. Está vigilado las veinticuatro horas del día, aunque no lo creas. El problema llegó cuando Petyr creyó que había desarticulado la red al completo. Su cuñada estaba a salvo y aparentemente tu padre también. Le había prometido ayudarle económicamente y le había puesto un escolta. Con lo que no contaba es que al guardaespaldas se le fuese la cabeza. Otro fallo más del maravilloso código. El resto de la historia ya la conoces.

Alessia asiente. No necesita recordar cómo una noche en la que se asomó a la ventana sin esperanzas de que Dámaso la visitase vio a su padre bajar de un taxi e inmediatamente caer desplomado al suelo de un disparo. A veces la niña se cuestiona por qué no ha acabado como su madre o peor. No es normal por todo lo que ha pasado. Cada ve que parece que algo va a mejorar en su vida siente miedo, porque sabe que justo después comenzará la tormenta.

—Ahora dime tú... ¿Por qué Lionetta sabía que tu padre estaba involucrado en eso?

—Porque yo se lo dije. Le conté que había visto restos de una sustancia extraña en su ropa. No me hizo falta indagar mucho para saber lo que era y entender por qué mi padre llegaba a las horas que llegaba. No esperaba que ella lo hiciese público, era nuestro secreto.

—La verdad es que tampoco alcanzo a entender semejante movimiento.

—¿Y tú?

—¿Yo? ¿Yo qué? —pregunta el moreno.

—¿Por qué la entrevistaste a ella? ¿Por qué estabas cubriendo la noticia del fallecimiento de mi madre?

—Ella se ofreció como testigo, no iba a desaprovechar la oportunidad —se encoge de hombros. —Con respecto a lo de tu madre, creo que era lo más sencillo para no levantar sospechas y en especial para acercarme a ti.

—Te tiraste sobre el coche de Petyr.

—Lo hice. Y de haber podido te habría sacado de ahí. Pero bueno, al menos os quedásteis con mi cara. De lo contrario, habría sido un loco más deambulando por ahí.

—Con un cuchillo y una camiseta ensangrentada —añade Alessia. Está muy seria de repente. Dámaso borra también su sonrisa y permanecen callados durante unos segundos. La pregunta había tardado demasiado en llegar, pero finalmente ahí estaba.

—¿La mataste tú? —pregunta en voz baja.

—Aless... ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

—¿Me explicas entonces por qué lo del cuchillo y la camiseta?

—Forcejeé con uno de esos locos, él sí que venía de asesinar a alguien. Me llenó la camiseta y me llevé el cuchillo para defenderme por si volvía a atacarme alguien y...

—¿¡Quién lo hizo entonces, Dami!? —pregunta exasperada.

—¡No lo sé, Aless! Si lo supiese te lo habría dicho, como todo lo que te he contado. Te juro que yo no lo hice, Aless. De todas formas, le agradezco a la persona que lo hizo. Ella iba a matarte, lo sabes.

—La hubiese matado el código, nadie tenía por qué acabar con ella con esa dureza. Solo un monstruo podría haberlo hecho.

—El código está roto, de no ser por ese monstruo hubieses muerto —sentencia el moreno con dureza. Alessia cierra los ojos, suspira. Entonces, se percata de algo. Una chispa se enciende en su cabeza, pero mantiene la boca cerrada.

—Está bien. Lo siento. Es tarde, debería volver antes de que Petyr vea la nota y te eche a los perros. ¿Podremos vernos en otro momento?

—Cuando quieras, Aless. Sigue habiendo cosas que no han quedado resueltas, pero tienes razón: es tarde. Volveré a contactarte en cuanto me sea posible.


Salen del establecimiento. Alessia mira de reojo a Dámaso.

—Me faltan muchas piezas en este puzle. Y sobre todo me faltan motivos.

—Poco a poco. Creo que a estas alturas debes de estar saturada de información.


Unas horas más tarde, Petyr llegará a casa y encontrará a Alessia en el sillón, jugando con el móvil. En la nevera no encontrará ninguna nota y todo parecerá normal. Dejará su maletín en la mesa, le dará las buenas tardes y le preguntará cómo ha echado la mañana. Alessia dejará entonces de jugar, bloqueará la pantalla y mirará al rubio con una enorme sonrisa.

—Productiva —contesta.

—¿Sí? —pregunta el rubio arqueando una ceja. Se echa agua en un vaso y se apoya contra la encimera, bebiendo. —Sorpréndeme.

—He quedado con Dámaso Greco —responde, provocando que Petyr esté a punto de escupir la bebida. Boquiabierto, está a punto de hablar cuando ella le interrumpe. —Me ha contado muchas cosas interesantes, cosas que me gustaría contrastar contigo. Y me he dado cuenta de una cosa.

—¿De qué...? —. Las palabras casi no le salen al hombre.

—De que, al menos en un momento, me ha mentido. 

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