Capítulo 23: Práctica de la confianza

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Alessia abre los ojos al escuchar gritos. Una discusión. La luz la ciega levemente al principio, pero acaba observando su alrededor. Se encuentra en una especie de despacho: suelo de mármol negro, paredes pintadas de blanco, olor al típico producto químico que se emplea para limpiar a fondo una habitación. Parece una sala de reuniones, a juzgar por la larga mesa de oficina y todas las sillas. Ella, no obstante, está en el suelo; sobre un colchoncito únicamente. Sus manos y pies están atadas, aunque su tobillo está vendado y la herida de la rodilla ha sido curada. Se siente un perro sin poder moverse, ahí tirada. Intenta agudizar el oído para escuchar la conversación.

—¿¡Y qué querías que hiciera!? ¡Entré a pedirle la mierda esa para dormirla y cuando me di cuenta se había escapado!

—¡No sirves ni para esto! Eres un tremendo inútil. ¡Te dije que nada de daños, ya sabes cómo es Petyr!

—¿¡Crees que yo sí quería hacerle daño!? ¡Fue ella la que se despeñó por el descampado ese!

—Igual deberíais dejar de gritar —sugiere una voz que identifica como la de Lionetta. La puerta se abre de par en par y se topa de frente con su antigua amiga. No consigue ni siquiera gesticular.

—Vaya, si está despierta... —murmura con una risa. Dos cabezas curiosas se asoman. Uno es Dámaso y al otro, aunque ha pasado mucho tiempo, puedo reconocerle como su padre.

—¿Cómo te sientes? —pregunta el moreno.

—Está acojonada, ¿es que no la ves? —responde su padre con dureza. Alessia tiene la boca entreabierta y tiembla, tiembla mucho. Realmente tiene miedo. No sabe qué pretenden hacer con ella.

—Lo mejor será dejarla descansar y... Si queréis hablar, no lo hagáis en frente de su puerta —comenta Lionetta.

—Habría que traer a Petyr —dice el mayor. —Sigue reticente a obedecer órdenes, creo que cuando la vea las cosas cambiarán.

—Sí, creo que será lo mejor —apoya Lionetta.

—No creo que...

—Tú cállate, Dámaso. No tienes ni voz ni voto con respecto a ella. Todo iría mejor si hubieses enterrado esos sentimientos estúpidos hace tiempo.

El moreno mira a Alessia, dolido. La peliazul ve cómo se aleja y la puerta se cierra tras ellos. Observa las cuerdas que la sujetan y bufa. Por mucho que intentase revolverse, aquello no era como en las películas. No iba a poder desatarse ella sola. Además, está suficientemente alejada de cualquier objeto como para buscar algo que la ayude en esa situación. Vuelve a pensar en Petyr y en Luka y en cómo les ha fallado indirectamente a los dos. Quizá, si se hubiese quedado, habría conseguido algo. Tal vez si no hubiese avisado a Dámaso. No. Que él la recogiese era parte del plan para atraparla. ¿Y la pastilla? Seguro que aquello sí que se salió de sus cálculos. Con total seguridad, era la misma que le habían dado al niño. Al menos una cosa hizo bien, pero aquel dato no la anima. Al contrario, se siente estúpida por haber confiado en el moreno.


Al cabo de diez minutos más o menos en los que sigue sumida en sus pensamientos, la puerta vuelve a abrirse. Los ojos de la chica se iluminan al ver la silueta de Petyr. Está confuso, pero todas las dudas se disipan cuando la ve a ella. Entonces, su expresión cambia a una de profundo dolor. No espera ni siquiera a los que lo han traído, entra corriendo y se deja caer justo delante de ella. Toma su rostro entre las manos y observa las heridas que se extienden sobre su piel y el tobillo vendado.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta con un hilito de voz. Alessia ve las lágrimas agolparse en los ojos del rubio y le entran ganas de llorar a ella también. No parece que Petyr haya dormido en toda la noche a juzgar por sus pintas. Además, duda sobre si tiembla por nervios, miedo o por un posible exceso de cafeína.

—Me caí huyendo —contesta Alessia en un susurro. Mira de reojo a Lionetta y al padre de Dámaso en la puerta, observando la escena. Petyr acaricia sus mejillas. Alessia no puede evitar decirle lo que se le está pasando por la cabeza. —Tienen a Luka por mi culpa.

El rostro de Petyr se descompone y baja la mirada, asintiendo suavemente, como dándose un tiempo para asimilar aquella información.

—Tarde o temprano iba a pasar. Deben de tenerlo como rehén también.

—Petyr, lo siento muchísimo... —susurra ella con lágrimas en los ojos.

—Yo sí que lo siento, de verdad. Debí suponerme algo así. No quieren que arregle el código.

—¿Cómo...?

—Quieren que lo modifique para poder controlar a todo el mundo ellos solos. No solo la vida y la muerte, también los recuerdos, las acciones...

—No puedes hacer eso...

—Sí que puedo. Puedo, porque si no lo hago, os van a matar, ¿entiendes? —pregunta con los ojos cristalizados. —Si solo fuese mi vida... Pero tienen a mi hijo... Y te tienen a ti. Ya he perdido al resto de mi familia. Me quedáis vosotros.

—Yo no...

—Tú eres de mi familia —interrumpe. —Ya sabes eso de que la familia no te elije, que te encuentra.

Ambos sonríen un poco, aun con las lágrimas de por medio.

—Te ha salido una frase muy cursi —ríe Alessia, provocando el mismo efecto en Petyr, que toma sus manos atadas.

—Haré lo posible por sacaros de aquí. Algo se me ocurrirá —asegura, aunque ninguno de los dos confía en eso. Alessia suspira y mira sus manos cubiertas por las del rubio. Se percata entonces de que el padre de Dámaso camina hacia ellos diciendo que ya es suficiente y que hay que volver al trabajo. Alessia se apresura en acercarse a Petyr. Cuando está a solo unos milímetros de su oído, deja caer un susurro casi inaudible. «Tengo un plan». Se aleja unos centímetros. Por la expresión de Petyr, sabe que el mensaje le ha llegado.

—Yo también te quiero —dice lo suficientemente alto para que el padre de Dámaso lo escuche y se detenga. Los ojos de la peliazul se abren de par en par al escuchar aquello, pero trata de convencerse a sí misma de que Petyr ha dicho aquello solo para que su vigilante piense que lo que ella le ha susurrado es una declaración de amor. Sin embargo, el rubio sigue con los ojos fijos en ella. Alessia se ruboriza y se queda sin saber qué hacer o decir. Es Petyr quien apoya una mano en el suelo, otra tras el cuello de la niña y se inclina por último hasta que sus narices se rozan. Las pestañas de Alessia descienden suavemente como si de un telón se tratase y sus labios se abren para recibir los del rubio con timidez. En ese momento consigue olvidarse absolutamente de todo. Solo unos instantes después de romper el beso vuelve a la realidad. El padre de Dámaso camina hacia ellos y coge a Petyr del brazo para levantarlo.

—Vamos, tienes cosas más importantes que hacer —murmura con desgana. Petyr se pone de pie sin dejar de observar a Alessia con una leve sonrisa que se traslada a la boca de la joven. 

El Código [Watty Awards 2019]Where stories live. Discover now