Capítulo 12: Canción de cuna

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Alessia suspira profundamente antes de pulsar la opción de enviar el mensaje con el siguiente texto: «Buenos días, creo que tenemos que hablar». Espera. Espera durante minutos que se le hacen eternos. Cuando está a punto de bloquear el móvil casi un cuarto de hora después, llega la ansiada respuesta. «Buenos días Alessia, sabía que tarde o temprano te pondrías en contacto conmigo. Imagino que o tú o tu amigo tenéis muy buena memoria. Me congratula decirte que hasta ahora las cosas van exactamente como debían de ir: ni mejor ni peor. Pero no vamos a hablar por aquí, es poco formal, ¿no crees? Te recogeré en la puerta del edificio en una hora, a las doce y cuarto. No te preocupes, sé que estás con Petyr Smith y naturalmente conozco su dirección. No hagas más preguntas y no avises a nadie. Descuida: mis intenciones carecen de maldad. Estoy de tu parte, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?». Un escalofrío recorre su cuerpo al acabar de leer el mensaje. ¿Y ahora qué?

Nuevamente, decide tomar una decisión que puede salirle cara. Acepta las normas del juego de Dámaso: no avisará, en principio, a Petyr. No obstante, se decanta por anotarle en el reverso de la nota de la nevera lo que ha ocurrido. Añade además que ha instalado una aplicación de rastreo en su propio móvil a la que puede acceder desde el portátil con las claves que le detalla al final de la nota. Espera sinceramente no tener que usar eso y volver antes de que Petyr pueda ver la nota y posiblemente se enfade con ella por cometer semejante imprudencia.

La cuestión es que Alessia, por un motivo y otro, confía en Dámaso. Hay algo en él que le transmite buenas sensaciones, pero un fallo en su intuición podría desembocar en unas terribles consecuencias. Aún así, se dirige a su habitación. Coge una camisa roja a cuadros y unos vaqueros, se ducha y se arregla. Incluso maquilla un poco sus ojos, delineándolos para hacerlos parecer más grandes. Se mira al espejo y el resto del tiempo se le vuelve una eternidad hasta que llegan las doce. Faltan quince minutos para la hora acordada pero los nervios hacen que salga de casa con antelación. Para su sorpresa, coincide con Dante, que no tarda en saludarla mientras esperan al ascensor.

—Qué sorpresa. ¿Qué tal? ¿Y Petyr? —pregunta.

—Bien, ¿tu mujer está mejor? Petyr está trabajando —informa ella.

—Está ya bien, con el niño en casa. Este Petyr...

—¿Sabes cuándo vuelve?

—Tiene un horario bastante flexible y a veces hace horas extra, así que es difícil de calcular. Pero teniendo en cuenta que estás aquí, no creo que tarde ya más de dos o tres horas. ¿Por qué? ¿Dónde vas? Si no es meterme donde no me llaman, claro.

—A comprar. Ropa. Es que... Bueno, me traje lo básico de casa, ya sabes —improvisa. Dante asiente y cuando las puertas del ascensor se abren ambos se montan y él se encarga de pulsar el botón que los llevará al primer piso.

—Yo voy a ver si entrego una cosa a correos. Oye, a ver si cenamos todos juntos o algo y nos conocemos mejor, de entrada me caes bien. Me contó Petyr por encima lo de tu madre. Lamento mucho lo que pasó. Sé que no nos conocemos mucho, pero si alguna vez necesitas hablar avísame: estamos en la misma planta. Y soy psicólogo —sonríe. Alessia se sorprende ante aquel dato.

—Oh, gracias, ¿psicólogo? Nunca lo hubiese dicho.

—Normal, entre los tatuajes y las dilataciones... No lo parezco mucho, ¿verdad? Hablando de tatuajes, me mola el que tienes en la muñeca. ¿Cosa de Petyr?

—Sí, él lo hizo... Se ofreció.

—Debe de apreciarte mucho, a mí me cobró todos el muy cabrón.

La peliazul se ríe y las puertas se abren.

—¿Necesitas que te acerque?

—Qué va, si tenéis el centro comercial a cinco minutos... Pero muchas gracias, Dante.

—De nada, cariño. Bueno, pues yo me voy por aquí que tengo que bajar a los aparcamientos, ¿vale? Venga, ya nos vemos.

La niña sonríe, le dice adiós con la mano y espera nerviosa a que el hermano de Petyr desaparezca. Cuando ve la puerta que da al garaje cerrarse, respira hondo y sale del edificio. Su sonrisa se va borrando paulatinamente. Ahora mismo hay muchos "¿y si...?" rondando su mente. La idea de estar volviéndose loca como su madre y como la mitad de la población la inquieta. No, no está loca. Pero si no llega al fondo del asunto que la envuelve sí que va a acabar así.


No tarda mucho en divisar un coche negro con los cristales tintados. Aquello no le da buena espina, ya que si ocurre algo en el interior del vehículo nadie lo sabrá. Para su sorpresa, el hecho de que la puerta del piloto se abra interrumpe sus pensamientos. Y ahí está él, con unos ojos dorados fijos en ella y una sonrisa que inspira poca confianza. Alessia se cruza de brazos sin atreverse a dar otro paso, pero no es necesario; ya que es él quien se acerca con las manos en los bolsillos de unos vaqueros negros rotos. Se detiene a poca distancia de ella y tiene que mirar hacia abajo para poder mirarla a los ojos. Alessia comprueba que es más alto que Petyr.

—Estás temblando. ¿Tanto miedo te doy? —pregunta de repente. Su voz, aunque ya la había escuchado por la tele, es más suave de lo que ella recordaba. Se siente incapaz de contestar, pero él reanuda su intervención. —Encantado de conocerte en persona, Alessia.

—Menos del que crees, si no, no estaría aquí —. Formula una sonrisa que se esfuma en cuanto escucha la respuesta del moreno.

—O quizá más del que te permites aparentar, y por supuesto menos del que deberías tener. Te va a ir muy mal si sigues siendo así de impulsiva. No me conoces de nada, y sin embargo... En fin.

—¡Pero si tú me has pedido que venga! —exclama.

—Y tú has removido mierda para encontrarme. Te va a salir bien la jugada porque, afortunadamente, mis malas intenciones no van contra ti. Pero no estás en posición de ir confiando en todo el mundo, créeme. Tienes a más gente detrás de ti para hacerte daño de la que imaginas.

—¿Cómo...?

—Escúchame, Alessia, no podemos hablar de esto aquí. ¿Confías en Petyr?

—Sí —responde tras vacilar un poco.

—Pues no deberías —contesta cortante. Mira a su alrededor, aprieta los dientes y niega en silencio mordiéndose suavemente el labio inferior. —Ven conmigo.

—¿Qué?

—Tienes que venir conmigo. Ahora.

—¡Por supuesto que no! No sé quién eres, no te conozco de nada y...

—¡Alessia! ¡Conoces a Petyr de hace un par de días! Le conoces tan poco como a mí, prácticamente. Eres muy fácilmente manipulable.

—Por gente como tú. No pienso ir contigo, ha sido mala idea —murmura, retrocediendo un paso. Dámaso vuelve a observar lo que les rodea, examinando en especial si hay alguien cerca. Por primera vez, Alessia se percata de que él también está nervioso. Muy nervioso, de hecho.

—Alessia...

—¡Cállate! —grita, asustada. Él abre los ojos como platos y le pide que baje la voz, pero ella no lo hace. Se da media vuelta y justo cuando va a echar a correr siente cómo una mano atrapa su brazo con fuerza. Su cuerpo impacta contra el pecho del joven y este le cubre la boca con la mano que le queda libre. Alessia forcejea con fuerza, pero es en ese momento cuando Dámaso acerca la boca a su oído y tararea, en un susurro, lo que suena como una nana: «Ninna nanna, ninna oh; questo bimbo a chi lo dò? Se lo dò alla Befana, se lo tiene una settimana. Se lo dò all'uomo nero, se lo tiene un anno intero. Ninna nanna, ninna oh, questo bimbo me lo terrò!».


Una niña desentierra recuerdos. Dámaso la suelta y ella tarda exactamente medio segundo en darse la vuelta y rodear con los brazos su cuello. Él la levanta suavemente y corresponde su abrazo, cerrando los ojos y respirando profundamente, conteniendo las lágrimas. Acaba dejándola en el suelo al poco. Ella no puede ni mirarle, se frota los ojos con el dorso de la mano y Dámaso se agacha, sujetándole la cara entre las manos.

—¿Puedes darme ahora un par de horas de tu tiempo para que te lo explique todo... En un sitio que no ponga mi vida en riesgo? —pregunta con suavidad.

Alessia asiente y él le revuelve suavemente el pelo azul. —Vamos, anda. Te lo contaré por el camino.

El Código [Watty Awards 2019]Where stories live. Discover now