2.- Piper

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PIPER

El alcalde del Distrito 12 termina de leer el lúgubre Tratado de la Traición y nos indica  a Kriz y a mí que nos demos la mano. Me mira a los ojos y me aprieta la mano, como para desearme suerte, aunque quizá no sea más que un tic nervioso.

            Nos volvemos para mirar a la multitud, mientras suena el himno de Panem.

            “En fin –pienso-. Hay veinticuatro chicos, sería mala suerte que tuviese que matarlo yo”

            Después un grupo de Agentes de la Paz nos llevan a la estación de tren. He hecho bien en no llorar, porque la estación está a rebosar de periodistas con cámaras apuntándome a la cara. Me veo de reojo en la pantalla de televisión de la pared, en la que están retrasmitiendo mi llegada en directo y me alegra comprobar que casi parezco aburrida.

            Tenemos que quedarnos unos minutos en la puerta del tren, mientras las cámaras engullen nuestras imágenes; después nos dejan entrar al vagón y las puertas se cierran piadosamente detrás de nosotros. El tren empieza a moverse de inmediato.

            El tren de los tributos es elegante. Cada uno de nosotros, tenemos nuestro propio alojamiento, compuesto por un dormitorio, un vestidor, un espejo enorme y un baño privado con agua caliente y fría.

            Hay cajones llenos de ropa bonita y Desiree me dice que haga lo que quiera, que me ponga lo que quiera, que todo está a mi disposición. Mi única obligación es estar lista para la cena en una hora.

En el espejo, me sigo examinando minuciosamente.  Pantalones de mezclilla desteñidos, botas de montaña y una chamarra polar. Tenía el cabello color chocolate cortado de forma desigual, con finos mechones trenzados a los lados.  Mis ojos parecían un caleidoscopio: marrones, azules y verdes.

Mi compañero del Distrito 12, Kriz, tiene dieciséis años. Nadie se cree que es de la veta con su piel pálida, cabello negro y largo. Nuestra escolta de este año sigue siendo nueva con esto. Desiree, llegada directamente desde El Capitolio para leer el nombre de los afortunados que participaran en este hermoso Vasallaje de los Veinticinco.  

Al principio me asuste en que participare pero luchare y hare todo lo posible por sobrevivir. Lo único que sigo sin entender es como mi distrito tuvo el descaro de enviarme en mi decimosexto cumpleaños. Vaya regalo de cumpleaños que tengo. Al menos Jasón está a salvo en casa.

Desiree viene a recogerme para la cena y la sigo por un estrecho y agitado pasillo hasta llegar a un comedor con paredes de madera pulida. Hay una mesa en la que todos los platos son muy frágiles y Kriz está comiendo.

-¿Dónde está Jefry?- pregunta Desiree, en tono alegre.

-No lo he visto- contesta Kriz.

La cena sigue su curso: una espesa sopa de zanahorias, ensalada verde, chuletas de cordero, puré de patatas, queso, fruta y una tarta de chocolate. Desiree se pasa toda la cena recordándonos que tenemos que dejar espacio, porque quedan más cosas, pero yo me atiborro, porque nunca había visto una comida así, tan buena y abundante, y porque probablemente lo mejor que puedo hacer hasta que empiecen los juegos es ganar unos cuantos kilos.

Una vez terminada la comida, tengo que esforzarme por no vomitarla y veo que Kriz también está un poco verde. Nuestros estómagos no están acostumbrados a unos alimentos tan lujosos.

Vamos a otro compartimiento para ver el resumen de las cosechas de todo Panem. Intentan ir celebrándolas a lo largo del día, de modo que alguien pueda verlas todas en directo, aunque solo la gente del Capitolio podría hacerlo, ya que ellos son los únicos que no tienen que ir a las cosechas.

Vemos las demás ceremonias una a una, los nombres, los seleccionados por los demás ciudadanos de Panem. Examino las caras de los chicos contra los que competiré y me quedo con algunas: un chico monstruoso del Distrito 2, una chica con mechas amarillas y cabello castaño del Distrito 2 y un chico flaco de Distrito 1.

Cervantes.

Patty.

Abel.

Esos son algunos de los nombres que se me quedan grabados. Al final de las ceremonias, me despido de todos y desaparezco hacia mi habitación.

Pensar en mi casa me mata de soledad. Ha sido un día interminable. ¿Cómo es posible que Jasón y yo estuviéramos besándonos esta misma mañana? Es como si hubiese pasado en otra vida, como un largo sueño que se va deteriorando hasta convertirse en pesadilla. Si consigo dormirme, quizá me despierte el Distrito 12, el lugar al que pertenezco.

Seguro que hay muchos camisones en la cómoda, escojo unos rosados (Odio el rosa) y me los pongo. Las sabanas son de tela suave y sedosa, con un edredón grueso y esponjoso.

Si voy a llorar, será mejor que lo haga ahora; por la mañana podré arreglar el estropicio que me hagan las lágrimas en la cara. Sin embargo, no lo consigo, estoy demasiado cansada o entumecida para llorar, sólo quiero estar en otra parte; así que dejo que el tren me adormezca hasta sumergirme en el olvido.

Está entrando una luz gris a través de las cortinas cuando me despiertan unos golpecitos. Oigo la voz de Desiree, llamándome para que me levante. Me cambio a mi ropa habitual sin deshacerme de los mechones. Da igual: no podemos estar lejos del Capitolio y cuando lleguemos a la ciudad, mi estilista decidirá el aspecto que voy a tener en las ceremonias de inauguración de esta noche.

Cuando entro en el vagón-comedor, Desiree se acerca a mí con una taza de café; está murmurando obscenidades entre dientes. Jefry se está riendo disimuladamente.

-¿Cuál es la mejor estrategia en la Cornucopia para alguien…?- no termino la frase porque Jefry me interrumpe.

-Cada cosa a su tiempo. Dentro de unos minutos llegaremos a la estación y estarás en manos de los estilistas. No te va a gustar lo que te hagan, pero, sea lo que sea, no se resistan-

El vagón se queda a oscuras. Me doy cuenta de que debemos de estar en el túnel que atraviesa las montañas y lleva hasta el Capitolio. Kriz y yo guardamos silencio mientras el tren sigue su camino. El túnel dura y dura, nos separa del cielo y se me encoge el corazón.

El tren por fin empieza a frenar y una luz brillante inunda el compartimiento. No podemos evitarlo, los dos salimos corriendo hacia la ventanilla para ver algo que solo hemos visto en televisión: el Capitolio, la ciudad que dirige Panem.

Las cámaras no mienten sobre su grandeza; si acaso, no logran capturar el esplendor de los edificios relucientes que proyectan un arco iris de colores en el aire, de los brillantes coches que corren por las amplias calles pavimentadas, de la gente vestida y peinada de forma extraña, con la cara pintada y aspecto de no haberse perdido nunca una comida. Todos los colores parecen artificiales: los rosas son demasiado intensos; los verdes demasiado brillantes  y los amarillos dañan los ojos.

La gente empieza a señalarnos con entusiasmo al reconocer el tren de tributos que entra en la ciudad. Me mantengo en mi sitio, e incluso empiezo a saludar y sonreír a la multitud, que me mira con la boca abierta. Solo dejo de hacerlo cuando el tren se mete en la estación y nos tapa la vista.

¿Quién sabe? Puede que uno de ellos sea rico y me quiera patrocinar. 

Los Juegos del Hambre (Primer Vasallaje)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora