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El olor a campo invade mis fosas nasales, no necesito que mi madre dure hablándome cerca de una hora acerca del lugar al que llegaremos para darme cuenta de que estoy muy lejos de la ciudad, el pueblo al que nos dirigimos es un lugar alejado de la ruidosa vida de la capital y sus alrededores, por ciertas circunstancias terminamos pidiendo ayuda a el hijo de un viejo amigo de mi madre.

Mi padrino.

Mi padre tenía algunas empresas en la capital dedicadas a productos agrícolas, inclusive teníamos nuestra propia marca registrada y era una empresa reconocida a nivel nacional, pero hace más o menos medio año todo se fue a la bancarrota, la empresa no volvió a importar, los socios dejaron de invertir y por si fuera poco mi padre decayó en una terrible enfermedad, una que no pudo superar, mi padre falleció dejándonos a mi madre y a mí con varias deudas. La número uno en preocuparse de cómo salir de esa horrenda situación y su "peor pesadilla", era solamente ella. Porque yo no tenía cabeza para otra cosa que no fuera sumergirme en las cuatro paredes de mi habitación y desahogar mi tristeza con mi viejo y anticuado diario.

La mejor terapia era escribir y desahogarme y me había funcionado.

No quería venir a este sitio, no quería revivir en cierta forma mi infancia, estuve viviendo parte de mi vida aquí, hasta que mi madre considero absurda la idea de vivir en un lugar "con olor a mierda de caballo y gallinas escandalosas".

No sé qué pretende mi madre con todo esto, creo que está lo suficientemente desesperada por volver a su vida de gastos anormales en productos rejuvenecedores de belleza y su vida de ensueño a base de mentiras y palabrería barata a gente que nunca logramos importarle.

Santiago es el hijo mayor de mi padrino, es el dueño de la hacienda "La Ermitaña", una que es reconocida por el café que produce, algo que es muy característico de Colombia, Santiago se encargó de seguir el legado de su padre cuando este falleció, dejándolo como único heredero ya que su hermana nunca estuvo interesada en llevar una vida rural.

No lo veo desde hace más de diez años, era muy pequeña cuando me fui de aquí, recuerdo que nuestra casa no quedaba muy lejos de donde vive, esa propiedad la perdimos con el tiempo y ahora se convirtió en una estación de camiones. Santiago según mi madre es un hombre serio y trabajador, que mantiene el oren en su casa y que es una figura respetable para los demás trabajadores de la hacienda.

Lo cual traduce a que es un hombre autoritario y poco sociable, no se ha casado y lleva mucho tiempo soltero, aunque uno de los sueños de su padre fue el verlo al lado de una mujer que al menos lo soportara.

Ya se harán una idea del tipo de humor que maneja.

- Henos aquí, que asqueroso olor – mi madre se limpia las mangas de su camisa, y tapa su nariz una vez el chofer del carro nos deja en el portón de la hacienda -. Creí que Santiago nos esperaría acá, ¿dónde está ese muchacho?.

- El patrón no va a venir – contesta el hombre mientras baja nuestro equipaje-. Va estar ocupado hoy verificando la entrega de café, la cosecha fue buena y hay muchos inversionistas interesados, pero no se preocupe doña, que seguro envío a José para que las ayudara.

Mi madre rueda los ojos y se arregla los rulos de su cabello.

- ¿Y en que se supone que vamos a llevar nuestras cosas? – replica mientras cierra la puerta del carro con brusquedad-. No pretenderás que dos mujeres caminemos hasta allá – señala la puerta principal de la hacienda-. Con este barro con olor a mierda de caballo.

- Relájate mamá – tomo mi maleta, la subo a mi hombro, junto a otras que tengo en mis manos-. No es la primera vez que vienes, ¿acaso no recuerdas cuando vivíamos acá?

Almas SalvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora