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El sol se coló por aquellas paredes desnudas, el canto de los pajarillos se convirtió en el despertador de aquella mañana

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El sol se coló por aquellas paredes desnudas, el canto de los pajarillos se convirtió en el despertador de aquella mañana. Parecía sacado de una de esas historias que te venden en televisión. Los brazos fuertes de Santiago rodeaban con posesividad mi cintura, mis manos junto a mi cabeza estaban apoyados a su pecho desnudo.

Lo observé una vez más, eran casi perfectas, cada una de sus facciones duras marcadas en su rostro. ¿Se podía ser así de apuesto?

Fui la primera en removerme de su lado, en cubrirme con mi vestido, el mismo que había traído conmigo la noche anterior. La noche anterior... de tan sólo recordarlo me hizo dibujar una pequeña sonrisa en mi rostro. Santiago se movió mientras me tomaba de una de mis muñecas, casi enseguida caí encima de él de nuevo.

- Buenos días dormilón – susurre mientras él sonreía.

- Buenos días hermosa

- Anoche... fue perfecto.

- Ha sido una de las mejores noches de mi existencia – me envolvió en sus brazos. Sentía su respiración cercana a la mí, el cálido aliento de su ser me daban ánimos para seguir a su lado, por que tan sólo encontraba paz a su lado.

- Creo que se te hace tarde para ir a trabajar.

- Entonces que todas mis mañanas comiencen así – me dio un beso cálido y suave en la comisura de mis labios.

Mis dedos volvierón a hundirse en sus cabellos castaños claros, me deje llevar nuevamente por lo que mi corazón y mi cuerpo sentían, por la sensación que mi vientre empezaba a crearse. Allí... en aquel lugar, en el que hace tiempo fuimos dos niños jugando en la tierra con canicas, allí volví a renacer, renací entre sus brazos y sobre todo en su cariño.

Ya era tarde, no podíamos seguir allí aunque queríamos continuar con nuestras muestras de afecto, pronto tuvimos que abandonar el sitio en el que habíamos pasado la noche, caminamos tomados de las manos hasta llegar a la casa. Ni Lorenza ni Julia estaban por allí, cosa que agradecí porque lo último que deseaba era escuchar sus reproches por la mañana. Ignacia se percató de nuestra hora de llegada y dibujo una sonrisa en su rostro arrugado.

Subimos riéndonos por las escaleras.

- Shh...... no hagas ruido.

- No estoy haciendo ruido, eres el que está haciendo ruido – respondí mientras le daba un golpe en su hombro.

Santiago me tomó en sus brazos cargándome.

- ¿Qué haces?

- Entrarte a la habitación y tapándote la boca para que no armes ruido.

Quise protestar pero la verdad era que me estaba disfrutando el momento. Estaba tan feliz como nunca antes lo había hecho. Porque mi única escapatoria a mi dolor era escribirlo en páginas de cuaderno o callármelo. Lo sabía disimular muy bien. Natalia me había enseñado aquello de la manera más cruel que una niña puede tener. Recordaba las veces en que ella me dejaba dormida para irse a fiestas por la noche, papá viajaba la mayoría del tiempo y yo quedaba sola en casa sin nadie a mi lado. Recuerdo la vez en que hubo un pequeño incendio y nadie sabía que estaba en mi habitación, tenía tan solo cinco años cuando tuve mi primera cicatriz. Pero aquello no había dolido, no tanto como el abandono al que fui sometida.

Almas SalvajesWhere stories live. Discover now