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Tome en mis manos un bolígrafo y un pedazo de papel, me encerré en la habitación antes de dejarla.

Santiago,

Nunca imagine escribir algo como esto, tampoco creo volver a leer esta carta después de que llegue a tus manos. Quiero que sepas algo. Te amo, aunque parezca increíble para ti aun lo hago. Nunca te he dicho una mentira o he ocultado algo de ti, la chica que has visto trasparente, amorosa contigo y comprensiva, ha sido la misma todo este tiempo. Me di un oportunidad contigo pensando en sanar mi heridas, las que en parte tu fuiste el culpable de abrir, creí ser lo que buscabas, creí sentirme en tus brazos protegida, y me arrojaste a lo profundo de un lago hirviendo. Dolió lo que hiciste y sigue doliendo. Lo intente, intente quedarme a tu lado sin sentirme miserable de mi misma, intente ver al hombre detrás de esa frialdad, y descubrí que no podía continuar. Todo lo que vivimos fue real, todo lo que te dije también lo fue, todo lo que siento lo sigue siendo. Pero ahora descubro que lo mejor es decir adiós. Aunque por mil maneras intentes convencerme de que no lo haga, me vuelvo a cuestionar lo mismo en mi corazón ¿realmente quiero hacerlo? Te dejo sintiendo que una parte muy importante de mi no regresara de nuevo a mi lado. Sabiendo que te sentirás destruido. Solo cuando decida mi corazón, mi alma y mi ser regresar a ti, lo haré.

Y si eso no sucede. Si es demasiado tarde para los dos, espero que en tu vida todo vaya de maravilla.

Atentamente,

Luciana.

Tome la carta doblándola y guardándola en un sobre. Aquel mismo día por la tarde tome el resto de mis maletas, baje con rapidez las escaleras, Ignacia me estaba esperando a la entrada de la casa. Santiago estaba un lado del auto que nos llevaría al pueblo, así lo había decidió. Una vez llegáramos al pueblo el auto se devolvería a la hacienda.

- Gracias por todos estos años – el tono de tristeza en la voz de Ignacia era evidente.

- Me alegra que acompañes a Luciana nana, gracias por no dejarla sola – contesto Santiago. Me sorprendió su actitud, relajada y despreocupada.

No sé si había aceptado la idea de que me iría.

- Mejor nos vamos – respondí al tiempo en que subía las maletas al auto.

- Luciana.... – Santiago arrastro las palabras, cargadas de dolor-. Deseo que encuentres paz a donde sea que vayas.

- Yo también deseo, que sea así para ti. Toma esto, lo he hecho especialmente para ti, léelo cuando puedas – le entregue aquel sobre en sus manos, una lagrima bajo por la mejilla de Santiago mientras recibía el sobre.

Una carta que nunca más me atrevería a volver a leer. Aunque sabía muy bien lo que había escrito en ella.

- Adiós Santiago – me despedí de él mientras trataba de soltar sus manos pero me lo impidió.

- Me niego a aceptar que te perdí – susurro mientras me empujaba a su pecho. Sabía que aquello me partiría el corazón, separarme de Santiago me dolía incluso más a mí que a él mismo-. Te pido por última vez que no te vayas – lloraba como un niño pequeño.

- Santiago... - limpie mis ojos, no iba a permitirme llorar de nuevo-. Sabías que esto iba a pasar, así que te pido que no lo hagas más difícil.

Le di la espalda alejándome de aquellos brazos que una vez me dieron calor, en los que una vez me sentí feliz y amada, me alejaba de él sintiendo que parte de mi corazón se quedaba en esa casa junto a él. Subí al auto junto a Ignacia, muy pronto el camino me hizo ver lo lejos que estaba de la hacienda de los Rivas. El auto nos dejó como habíamos acordado en una zona específica del pueblo. Saque de entre mis cosas el papel con la dirección que Julia me había ofrecido, la casa no quedaba muy lejos de allí, así que camine junto a Ignacia sin pronunciar ninguna palabra por el recorrido.

Almas SalvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora