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Aquel día Julián llego muy temprano por la mañana a la hacienda, no sabía su razón para estar allí cuando Santiago le había dejado claras las cosas ese día, aun así estaba esperándolo en la sala de la casa mientras él aun no llegaba de las caballerizas con José.

- ¿Quieres un poco de café? – enarqué una ceja mientras me acercaba a él. Julián dejó a un lado su teléfono y me devolvió una sonrisa.

- Tan amable como siempre Lu – respondió-. No te preocupes estoy bien así, dime ¿te gusto el pastel?

- Estaba muy rico.

- Santiago viene ya para acá, me ha enviado un mensaje.

- Oh, ya veo... - apreté mis labios.

- Te voy a decir algo que nadie casi sabe, Santiago es nuevo en esto, por eso no lo culpo de que ande como un toro rabioso por todo. En verdad estoy seguro de que te quiere Luciana.

- Lo se Julián, no hace falta que lo digas. Aunque algunos aun no crean lo mismo que tú.

Me aleje de él mientras cruza la cocina, Ignacia estaba sentada en el comedor desayunando un enorme plato de avena.

- Creo que hoy vas a estar muy ocupada con el almuerzo Ignacia, ¿no quieres algo de ayuda?

Ella negó con la cabeza.

- Tengo que ir por algunas cosas al mercado.

- Puedo ir por ti, me las anotas en una lista y las compro.

- Luci...

- No acepto que me digas que no lo haga, es que......, tú has sido como una mamá para mí, nunca hice este tipo de cosas cuando era una niña, nunca supe lo que era reír y tener una buena relación con mi madre, o soló cocinar con ella, papá me daba cariño pero no se comparaba con lo que una niña espera de su mamá. Y termino haciendo lo que siempre mejor se le dio, me abandonó.

- Ay mi vida.. – Ignacia me dio un abrazo-. Puedo ser lo que tú quieras, siempre voy a estar para ti. No llores – dijo apartando mis lágrimas de las mejillas.

- Tengo miedo Ignacia, miedo de que Santiago y yo ya no estemos juntos.

- ¿Porque piensas en esas cosas? Ambos estarán bien.

- Porque tengo esa horrible sensación de que después de algo bueno en mi vida, una nube negra se coloque encima mío para destruirlo todo.

- Escucha mi niña, la madre de Santiago tarde o temprano sabrá que eres una buena mujer para él. Tendrá que vivir con eso.

- No es tan fácil Ignacia. No quiero que Santiago tampoco se aleje de su familia o estén en constante pelea. Quiero que todo se lleve en calma.

- Quizás piensas más en el bienestar de los otros que en el propio.

- Quizás lo haga, porque no soporto como unos se lastimen a otros.

- Pues no debería ser siempre así, piensa que lo que te hace bien – Ignacia se levantó del comedor y se acercó a la despensa-. ¿Entonces te anoto todo aquí y lo traes del mercado?

- Si – me limpie con las muñecas mis ojos-. Así voy y me distraigo un poco.

- Se me olvida que José no está por ahí para llevarte.

- No hay problema. Me voy a pie y ya, conozco el camino.

Ignacia dibujó una mueca en su rostro anciano. No parecía agradarle la idea.

- No me gusta que vayas sola.

- No va a pasar nada – rodé los ojos mientras le tome de los hombros-. Es más voy por ellas al mercado y hasta estoy antes de que Santiago se aparezca.

Almas SalvajesWhere stories live. Discover now