Parte III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 25

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CAPÍTULO 25

Cormac respiró hondo, estiró los brazos hacia arriba y dio unos saltos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Lug, aunque la pregunta era redundante.

—¡Fantástico! —sonrió Cormac, dando otro salto y aspirando el aire fresco de la mañana—. Ayer hiciste algo más que sanar el daño de las costillas, ¿no es así?

—Por supuesto —respondió Lug—. ¿Creíste que te iba a dejar en ese estado de decrepitud negligente?

De inmediato, Cormac se miró las manos y se tocó el rostro con su larga barba, arrugando el entrecejo con preocupación.

—Tranquilo —lo calmó Lug—. Solo limpié tu sangre, fortalecí tus huesos y músculos, y mejoré las funciones de tus órganos internos, no cambié tu aspecto de anciano venerable; ese es el departamento de Lyanna.

—Gracias, Lug.

—Para servirte —hizo una reverencia burlona Lug—. ¿Listo para montar hasta Sansovino?

—Absolutamente.

Los caballos parecían estar de tan buen humor como los jinetes. Cormac guió al suyo entre los árboles hasta llegar a un camino de tierra apisonada, Lug lo seguía. Tomaron el camino hacia el oeste, hacia el mar.

Durante las primeras horas de cabalgata, los dos mantuvieron el buen ánimo, haciendo bromas y recordando los viejos tiempos, pero poco después, el humor de Cormac decayó a pesar de sus esfuerzos por sonar jovial y despreocupado. El bibliotecario cayó en un ensimismamiento abstraído y silencioso. Lug sabía perfectamente por qué Cormac se había puesto así: tenía dudas. Lug lo comprendía perfectamente, pues él tenía exactamente las mismas dudas, aunque no lo quisiera admitir en voz alta.

—Ya no te atormentes —le dijo Lug suavemente a su amigo—. Todo está en marcha. Lo que iniciamos, ahora debemos acabarlo, para bien o para mal.

—Ese pobre muchacho, Liam —meneó la cabeza Cormac—. ¿Crees que pueda perdonarnos por haberlo metido en esto?

—Él consintió, Cormac.

—¿Qué? ¿Esa parodia en la biblioteca? No, él no consintió a ser el cordero del sacrificio, él no sabía en lo que se estaba metiendo y nosotros sí. Lo engañamos, lo manipulamos vilmente, Lug.

—¿Qué otra alternativa teníamos? Él era el único lo suficientemente fuerte para sobrevivir a lo que le esperaba, ninguno de los otros hubiera resistido. Y no olvidemos que él es el único capaz de enamorar a Sabrina.

Cormac suspiró. Sabía que Lug tenía razón, pero le costaba aceptar su papel en el plan.

—Estamos haciendo todo lo que Marga vio —continuó Lug—. Todo, hasta el más mínimo detalle. Todo saldrá bien —trató de sonar reconfortante.

—No todo —lo contradijo Cormac—. Llevaste al muchacho a la biblioteca, permitiste que me conociera personalmente. Eso no era parte del plan.

—Eso no alteró nada. Liam entró en su papel perfectamente a tiempo, rescatando a Sabrina —se escudó Lug—. Además, tú también hiciste trampa —acusó a su amigo.

—¿A qué te refieres?

—Sé que hablaste con Dana antes de la incursión, que la convenciste de traicionar a Liam. ¿Cómo lo lograste, Cormac?

Cormac permaneció en un reticente silencio.

—¿Cormac? —lo instó el otro a responder.

—Le mostré el evento de Caer Dunair en las distintas líneas de tiempo, tal como Marga lo describió en su cuaderno todos esos años atrás. Fue la única forma para que entendiera que abandonar a Liam era el mejor curso de acción para todos, incluido Liam.

—Esa es una alteración del plan mucho más seria que lo que yo hice —le reprochó Lug.

—Estamos forzando las cosas —murmuró Cormac—. Me pregunto con qué consecuencias nos encontraremos.

Llegaron al puerto de Sansovino por la tarde. Se hospedaron en El Tambor de Racuna, la posada con mejor servicio en todo Sansovino. Mientras los cansados caballos eran atendidos en los establos, Lug y Cormac entraron en el amplio comedor. Ambos estaban hambrientos, pues no habían comido nada desde el día anterior. Lug no había juzgado necesario empacar provisiones, siendo que se teletransportarían muy cerca del puerto y Cormac tenía dinero suficiente para pagar una comida más que decente en el propio Sansovino. El imprevisto del accidente de Cormac con el caballo los había demorado un día entero, haciendo que Lug repensara la necesidad de cargar con algo de comer la próxima vez.

—¿Qué tiene de malo el pescado, mi buen amigo? Le aseguro que es fresco —le dijo el tabernero a Lug, del otro lado del mostrador, mientras su mirada se desviaba disimuladamente hacia la vaina de la espada del extranjero.

Lug reacomodó el manto marrón de lana, que Cormac le había proporcionado como disfraz, para ocultar su espada.

—Estoy seguro de que su pescado es fresco y apetitoso —dijo Lug—, pero yo no como carne de animales. Solo verduras y frutas.

—Solo verduras y frutas, ¿eh? Pues el pescado es el fruto del mar, mi señor. Y mi posada ofrece variados platos de esos frutos de tal calidad, que le aseguro le harán olvidar sus peculiaridades alimenticias, mi señor.

Lug resopló con frustración. Cormac le tiró la manga del manto discretamente y le susurró al oído:

—Recuerda que estamos tratando de no llamar la atención.

Lug puso su mejor sonrisa y se volvió al tabernero:

—¿Sabe qué? Me ha convencido. Tomaré la lubina asada con ensalada.

—Excelente elección, mi señor. ¿Y para su amigo?

—Lo mismo —dijo Cormac.

—Su lubina estará lista en media hora —dijo el tabernero—. Y me aseguraré de proveerlos con buena cerveza roja para acompañarla.

Lug abrió la boca para protestar, pero la mirada de advertencia de Cormac lo silenció.

—Por supuesto, lo que usted recomiende —asintió Cormac—. Usted es el experto —deslizó una moneda de plata por el mostrador que el tabernero recogió ávidamente.

—Estoy para servirles, señores —hizo una reverencia el hombre—. Lo que necesiten, solo tienen que pedírselo al buen Gregorio —se señaló el pecho.

—Gracias —hizo una inclinación de cabeza Cormac.

—Elijan la mesa que más les guste. Estaré con ustedes enseguida.

Lug eligió una mesa apartada en un rincón, que prometía un poco de privacidad y la ventaja de estar ubicada de tal forma que se podía ver sin obstáculos la puerta de la taberna.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora