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Estoy junto a mi ventana, sentada en el sillón contemplando el horizonte, cubierto de centímetros y centímetros de copos de nieve que se unen con los campos y visten los edificios

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Estoy junto a mi ventana, sentada en el sillón contemplando el horizonte, cubierto de centímetros y centímetros de copos de nieve que se unen con los campos y visten los edificios. Las familias recorren las tiendas cercanas para regalarles a sus hijos los más deseados regalos que esperan de la Navidad. Mientras todos desean una máquina estúpida con la que pasar el tiempo matando zombies o bichos mutados por un virus desconocido, yo anhelo la compañía de Jack. Poco a poco, he descubierto que la fábrica donde trabajaba no tenía si quiera un protocolo de emergencia para cuando alguna desgracia ocurriera, esto me decepcionó y la rabia por Nigel se convirtió en cólera al instante. Él era el jefe de mi padre, ambos se llevaban bien y según él, Jack era el mejor de su equipo. Y si tan cierto era, ¿por qué no se molestó en realizar un maldito protocolo de emergencia? ¿Por qué no vino al entierro y por qué desapareció de nuestra vista cuando, supuestamente, le juró a mi padre que nos cuidaría si él no estaba?

Todo el mundo tiene doble cara, doble personalidad, todos juran algo sin ser completamente honestos consigo mismos. ¿De verdad serían capaces de cuidar a una familia que no es la suya? Por favor, dejen de mentir. Llevo tiempo guardándome para mi todo lo que pienso, todo lo que digo no tiene ningún valor puesto que ahora soy la loca del barrio. Emma se encuentra en el salón con unas amigas y puedo escuchar claramente cuantas veces dice mi nombre y tras este una burla respecto a mi enfermedad mental. La sociedad no sabe ni entiende lo que conlleva vivir con una depresión ya que lo asocian con algo insignificante, pequeño, que dura poco tiempo y es posible de superar si una persona realmente quiere.

La cabeza me da mil vueltas, escucho mi propia voz distorsionada repitiendo una y otra vez que está mal lo que hago, eso de autodestruirme, pero yo no puedo hacerle caso. Las arcadas me advierten de cuando hay comida, los nervios se apoderan de mi cuerpo cuando "necesito" acudir a terapia. No soy capaz de mirar al espejo y ver la realidad. No soy capaz de eso, cada vez que veo mi físico tiendo a echarme la culpa por no poder verme como quiero; atractiva, delgada, con un rostro bonito y uñas blancas. Levanto mis manos para mirar la evolución de estas, demacradas y rotas debido a actitudes que no conocía ni yo misma.

La semana pasada Emma me llevó al médico. Recuerdo la sala blanca y silenciosa, con un olor a fármacos insoportable. No era la primera vez que acudía. Después de todo lo que he sido capaz de hacer con tal de abandonar mi adolescencia, de desaparecer y olvidar todo lo que he conseguido aún Emma se sigue encargando de mi. No entiendo la intención.

El doctor Anderson me pidió quitarme el abrigo ancho que ocultaba mi apariencia. Me puse tan nerviosa que me negué en numerosas ocasiones hasta que Emma salió de la consulta con el fin controlar – y ocultar – su impulso de agarrar mi cabello y zarandearme por enésima vez en la semana. Anderson me dedicó una sonrisa tranquilizadora y finalmente fui capaz de deshacerme de mi abrigo, lo deslicé lentamente por mis hombros y él lo dejó sobre la silla cercana a su escritorio. Sentí su mirada clavarse en mi cuerpo. Su boca se abrió sorprendido por mi huesuda apariencia y eso me hizo sentir aún peor.

WILLOW. ©Where stories live. Discover now