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Dia 12, Noviembre

Mi madre ha llegado a casa mucho más tarde que yo de las clases extraescolares pues dedico tiempo a estudiar desde que ella me dió las fuerzas necesarias tras el abandono tan gratuito de nuestro padre. Leo había llevado una vida intoxicándose con el alcohol y alguna que otra droga que desconocíamos hasta que descubrimos un bote de pastillas guardado en su cajón secreto. Llevamos años sin saber de él, tampoco hay ninguna carta de su parte y todavía estamos esperando a que las cosas se pongan en su sitio de manera legal. Actualmente, soy el único hombre de la casa que protege a nuestra madre y le transmite esa tranquilidad siempre que lo necesita puesto que Liam no pasa demasiado tiempo en casa y si lo hiciese, sería el mismo torbellino que la vuelve loca.

Últimamente me preocupa que trabaje más de lo que debería. La he advertido de que puede perjudicarse a sí misma si pasa demasiado tiempo trabajando, pero ella se niega y con una sonrisa amplia me asegura que su trabajo gratifica su día a día, se siente llena y en paz tratando de ayudar a los demás. ¿Por qué demonios decidió un trabajo tan duro y agotador como la psicología?

Al acercarse a mi hace el ademán de revolverme el cabello, pero no lo consigue ya que soy mucho más rápido en apartarme antes de que su mano me haga de rabiar. No me gusta que me toquen el pelo, para nada, es lo último que quiero que me toquen. Es una manía. Entonces recibo un pellizco en el moflete y cierro los ojos aguantando que me trate como su niño.

- Mi hijo favorito. - dice mientras camina hacia el salón para dejar su maletín en la mesa.

- ¿Te olvidas de que tienes otro increíblemente idiota?

- Por eso eres mi hijo favorito. - me saca la lengua de forma divertida.

Se dirige hacia el pasillo de la entrada a la vez que se deshace de su abrigo largo, lo cuelga en la percha y después se quita sus tacones delante del zapatero. Sus muecas de dolor me alertan de que algo le está molestando, lo primero que pienso es que los principales culpables son esos zapatos negros que parecen haberse encogido con el tiempo, después de tantas sesiones, tantos paseos de un lado hacia el otro, han resultado ser de los más incómodos que los que tiene sin estrenar en su gran armario. Suelto un pequeño suspiro al darme cuenta de que le han hecho rozaduras en sus talones, me quito la mochila de la espalda dejándola caer al suelo y camino hacia el cuarto de baño para mirar en el botiquín, busco algo para curarla y una tirita.

WILLOW. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora