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El cielo estaría totalmente despejado si no fuera por las estelas que los aviones dejan tras su paso al surcar a muchos metros de altitud. Las aves de alrededor cantan mientras rodean su habitat, se esconden entre las ramas de los grandes árboles y esperan a que alguna miga de pan caiga al suelo para cogerla con sus picos. Las palomas son las más afortunadas. Gracias a un hombre de avanzada edad que, como cada día, se sienta en uno de los bancos cercanos con una barra de pan como desayuno dichas aves lo rodean y regañan entre ellas para coger la última porcion de alimento. Deslizando la mirada hacia el horizonte puedo descubrir como los primeros trabajadores abren sus propios negocios, escuchar el murmullo de todas las voces acumuladas que se unen y dan vida a primera hora de la mañana, aunque para algunos tal vez sea su último día. Hoy es mi último día, mi día de graduación.

Con los brazos posados en la ventana observando a través de mis ojos cansados percibo el autobús que siempre me recoge en la estación. Debería de estar ahí esperándole, pero ni si quiera me he cambiado de ropa. Asistir a la graduación no entra en mis planes de hoy. Emma me descubre boquiabierta cuando abre la puerta pensando que no estaba en la habitación. Rápidamente, se dirige a mi alargando el brazo, me coge de la muñeca con fuerza y me empuja hacia el armario.

– ¡Coge la puta ropa y ve aducharte! – me grita. – ¿¡Por qué estás aquí todavía!? ¡Eres una imbécil! ¡Vas a ir a la graduación! ¿¡Me escuchas!? Niña mal educada...

Un buenos días habría estado mejor. Miro a mi madre con la mirada desafiante y me niego con la cabeza al mismo tiempo que levanto la barbilla. Estoy cansada de andar con la cabeza agachada, atendiendo a sus órdenes, comportándome como una esclava.

– ¿¡Por qué sigues ahí parada!?

– Por que no voy a ir.

Los ojos de mi madre parecen estar a punto de salir de sus órbitas. Los músculos de su barbilla se tensan y sin previo aviso recibo una bofetada cayendo al suelo. Me llevo la mano a la mejilla ardiente, la acaricio suavemente cerrando los ojos entre tanto mis oídos se vuelven ligeramente sordos y me permiten escuchar los gritos ahogados de mi madre. Desafiar a Emma es más complicado de lo que pensaba, hacerme la fuerte ha sido una locura. Me protejo con los brazos en forma de cruz cuando advierto su mano abierta dirigiéndose nuevamente hacia a mi. Sus dientes se aprietan y su cabello se revuelve por su histeria.

– ¡Para! Por favor... – le ruego.– Lo haré.

– Dime, ¿¡qué harás!? – sus manos llegan a mis brazos con fuerza, dejándome las marcas de sus uñas en mi piel. – ¡Habla!

– Mamá... – digo en un susurro sintiendo mis lágrimas caer por mis mejillas.

Sus manos no se detienen, su furia crece y yo, mientras deseo que se detenga el tiempo, siento que me hundo con premura cada vez más en este infierno. Inesperadamente, dejo de sentir su maltrato para posteriormente sentir su aliento cerca de mi rostro. Extiende una sonrisa psicópata ladeando la cabeza y arrodillándose frente a mi.

WILLOW. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora