Parte III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 37

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CAPÍTULO 37

Dana volvió a la realidad de golpe:

—No debiste... —protestó con voz ronca, antes de desplomarse hacia un costado.

Bruno la sostuvo y alargó la mano hacia Sabrina, indicando la cantimplora. Sabrina se la pasó en silencio y Bruno le dio a beber agua a Dana en la boca con paciencia.

—Debes descansar —aconsejó Bruno a Dana.

—No —se soltó ella de los brazos de él—, debo seguir intentando. Probaré otra vez con el Tiamerin.

La propuesta logró sacar a Augusto de su letargo, quien se incorporó sobre un codo y la amonestó con vehemencia:

—¡De ninguna manera! Apenas pude sanar la quemadura brutal de tus manos cuando lo intentaste por solo unos segundos. No tenemos control sobre el Tiamerin en este lugar.

—Bruno —se volvió Dana hacia él—, ¿tuviste suerte tú? ¿Seguiste intentando mientras yo estaba en el trance?

—¿Intentar qué? —inquirió Sabrina.

—Bruno tiene la habilidad de rastrear objetos —explicó Augusto—, por eso Dana le dio su puñal a Liam, para poder rastrearlo en caso de que...

Sabrina no lo dejó terminar, se abalanzó sobre Bruno y le exigió con urgencia:

—¿Sabes dónde está?

—No, lo siento —meneó la cabeza Bruno—, mi habilidad no parece poder traspasar este desierto y llegar a Ingra. De todas maneras, es inútil saber dónde está si no podemos salir de aquí para ir a rescatarlo.

—¡Todo esto es su culpa! —gritó Sabrina con frustración—. Debieron permitir que Gus y yo lo salváramos en Caer Dunair.

—Ya te expliqué que... —trató de apaciguarla Dana.

Pero Sabrina no la dejó terminar:

—Sí, sí, toda esa historia de las líneas de tiempo, el supuesto plan del que no podemos desviarnos —dijo con sarcasmo—. ¿Cómo puedo creer una sola palabra de todo eso?

Los demás permanecieron en silencio.

—¿Cuál era el plan? ¿Terminar varados en este maldito desierto sin fin? —continuó Sabrina—. ¿Esa fue su idea de llevarme a un lugar seguro?

—No —respondió Dana—. Se suponía que el portal de Caer Dunair nos llevaría a Arundel.

—Arundel... —repitió Sabrina.

—Sí, ¿te habló Bernard de Arundel?

—No mucho —respondió Sabrina—, creo que no sabía mucho tampoco. Toda información sobre Arundel parece haber sido borrada de la memoria de Ingra. Solo pudo decirme que es un lugar secreto donde habitan seres llamados druidas, magos o algo así.

—Algo así —asintió Dana.

—Pero este desierto no puede ser Arundel —protestó Sabrina.

—No lo es —concordó Dana—. El portal nos llevó a otro lado, yo no sabía... —guardó silencio de pronto.

—¿No sabías qué? —inquirió Sabrina.

Dana suspiró, cruzó una mirada con Bruno, quien asintió con la cabeza y luego prosiguió:

—Debíamos encontrarnos con alguien en las ruinas, alguien que debía traspasar el portal con nosotros. Algo salió mal porque él no alcanzó a llegar a la reunión a tiempo. Con ese mago pisándonos los talones, decidí que no teníamos más tiempo para esperarlo, teníamos que cruzar, aun sin él. Fue un error.

—¿Con quién debíamos encontrarnos? —preguntó Augusto, interesado.

—Calpar —respondió Dana.

—¿Calpar está en Ingra? ¿Desde cuándo?

—Mucho, desde antes incluso que Bernard —respondió Dana.

—¿Cuál era su función en el plan?

—No tengo idea —suspiró Dana.

—Creí que tú conocías todo el plan —arrugó el entrecejo Sabrina.

—No —negó con la cabeza Dana—, cada uno de nosotros conoce solo la parte que le concierne, sobre la que debe actuar.

—Entonces, si hubo un error... —comenzó Augusto preocupado—. ¿Significa que hemos cambiado la línea de tiempo? ¿Significa que hemos roto el plan?

—¡Por supuesto que hemos roto el plan! —exclamó Bruno.

—¿Hay alguna forma de repararlo? —inquirió Augusto con agitación.

—Si no la hay, estamos perdidos —murmuró Dana para sí.

—Si supiéramos cuál era la función del Caballero Negro, tal vez podríamos replicarla de alguna manera, y así volver a la línea de tiempo original —propuso Bruno.

—El Caballero Negro, el Domador de Tormentas —musitó Sabrina.

—¿Qué dijiste? —preguntó Augusto.

—Nada —mintió ella—, nada.

—Sabrina...

Ella aferró con fuerza la obsidiana de su colgante:

—¿Por qué Arundel? ¿Por qué deben llevarme allí? —inquirió con los ojos entrecerrados con desconfianza.

Los demás cruzaron miradas inquietas y se mantuvieron en silencio.

—No lo saben, ¿no es así? No tienen ni la menor idea —les reprochó la princesa—. ¿Quién conoce todo el plan? ¿Quién lo ideó en primer lugar?

Silencio.

—Tengo derecho a saber al menos eso —exigió Sabrina.

Augusto abrió la boca para hablar.

—¡Gus, no! —le advirtió Dana.

—Ella tiene razón —dijo Augusto—. Además, con el plan roto, no tiene caso seguir ocultándoselo.

—Concuerdo —dijo Bruno.

Dana levantó los brazos para protestar y luego los dejó caer, resignada.

—El único que sabe todo el plan es tu padre —declaró Augusto.

—¿Ariosto? —arrugó el entrecejo Sabrina, descreída.

—No, tu padre verdadero: Bernard —aclaró Augusto.

—¿Qué? —cuestionó Sabrina, azorada.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora