Prólogo

1.5K 169 15
                                    

Así, en la misma posición en la que había permanecido por un lago tiempo, con la briza del mar dando en su rostro ya húmedo y salado no sólo por la caricia del viento playero y con el corazón tan adolorido, Arthit contempló el bullicio de las olas con la mente al fin en blanco después de haber luchado tanto con sus pensamientos. Apretó los labios, y tomó con ambas manos su objeto más preciado. Su dije colgado al cuello. 

No resultó de la forma en que siempre fantaseó que sucedería. Ni siquiera de una de las tantas formas en las que imaginó que podría resultar. Aunque fue entendible. Arthit era incapaz de prever el futuro, menos aun, de adivinar algo tan incierto como lo era el destino.

Por ello sus piernas tardaron unos segundos en reaccionar cuando las olas furiosas de una marea ya alta escupieron el cuerpo de un hombre a la arena, justo a unos metros de él.

Estaba vivo. Hacia fuertes ruidos provenientes de su garganta agotada por vaciar el agua de sus pulmones, y  fue en realidad, ese mismo ruido, el de ese hombre luchando por respirar, lo que llamaron la atención de Arthit. 

—¿Te encuentras bien? —preguntó Arthit con voz queda, acercándose a él.

Sin mucho pensarlo puso una mano en su hombro, un toque que Arthit no creyó que significaría demasiado. O no lo hizo hasta que la tos desesperada de ese hombre se detuvo, y giró su cabeza lo suficiente para apreciar su rostro.

—¿Arthit? —dijo con una voz ronca a causa de tanto esfuerzo, sujetando aun su garganta mientras trataba de recomponerse.

Arthit se dejó caer de rodillas, aliviado, con el corazón acelerado mientras veía el rostro libido de la persona frente a él. Sus brazos reaccionaron rápido cubriéndolo en un abrazo mientras las lágrimas en sus ojos hinchados volvían a aparecer.

La respuesta fue tardía, Arthit sintió las confusas manos de Kongpob corresponderle el abrazo, repitiendo una y otra vez su nombre. Pero no lo soltó, se aferró a él tan fuerte como pudo, esperando que el contacto tranquilizara a su corazón después de la incertidumbre de todas esas horas en donde lo creyó desaparecido.

Con lentitud, y sólo para asegurarse de que él estuviera bien, Arthit cedió a separarse de Kongpob. Lo estudió por unos segundos en los que sus ojos lo observaron detenidamente, como si Kongpob estuviera realmente asustado de la situación.

Ese pequeño idiota, pensó Arthit.

—Si nuestro padre no te mata primero, lo haré yo — amenazó Arthit tratando de sonar duro, aunque su voz perdiera la fuerza casi al terminar la oración.

Pero algo terrible debió haberle pasado a Kongpob para que sus ojos estuvieran abiertos en par, observándolo con cuidado, asustado como un perro callejero.

Arthit se apartó un poco más de Kongpob, dejando espacio suficiente entre ellos para tocarle la frente con el dorso de la mano, recorriendo su piel hasta sus mejillas.

—Arthit... ¿P'Arthit? —balbuceó Kongpob con cuidado, como si tuviese miedo de dejar salir por completo su nombre de sus labios.

Arthit asintió esperando que su hermano no tuviera una crisis nerviosa. Se permitió observarlo por completo, buscando algún rastro de herida o golpe en su cabeza, después, sus ojos se dirigieron al mar, hacia el lugar donde las olas arrojaron a Kongpob hacia la arena.

—¿Dónde estuviste? ¿Cómo fue que...? —Arthit se vio obligado a detenerse cuando las manos de Kongpob se movieron rápidas y sigilosas, capturando sus mejillas, sólo para girar su cabeza de nuevo hacia él.

Kongpob lo sujetó despacio, sin ejercer presión, de una forma tan tierna como delicada que los muros de Arthit flaquearon ante la inesperada sorpresa. Además de que lo que hizo a continuación Kongpob le dejó sin habla, sorprendido, e inquieto por la brusca cercanía entre sus rostros estando tan fuera de su control.

Los ojos de Kongpob lo miraron con fuerza, buscando en su interior lo que fuera que estuviese buscando, y después simplemente deslizó sus manos hasta su cuello, y unió sus frentes sin contener un doloroso suspiro.

Las manos en el cuello de Arthit parecían estar derrotadas, el hombre frente a él lo parecía estar también.

—Perdón —susurró Kongpob mientras apretaba con fuerza los ojos. Arthit trató de entender la situación, tocando ambos hombros de Kongpob para alejarlo de nuevo. A lo que Kongpob se negó moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Oye, oye, todo estará bien —trató el de tranquilizarlo.

Kongpob levantó la cabeza, Y Arthit pudo ver que sus ojos habían comenzado a llorar sin ninguna razón. Y a pesar de ello, lo que sin duda hizo sentir incomodo a Arthit fue aquella mirada llena de culpabilidad que Kongpob le dirigía.

Incluso ahí, solos, en la playa, tan cerca de la marea, con los ruidos de las olas, Arthit fue capaz de escuchar los bajos lamentos que balbuceaba Kongpob una y otra vez. Asustándolo cada vez más.

—Te perdono Kong, vamos, dime que sucede... —animó Arthit. Había estado tan asustado por la desaparición de Kongpob, que para ese punto la mente de Arthit estaba demasiado saturada de pensamientos.

Pensamientos todos sobre Kongpob.

Porque para Arthit, todos sus pensamientos eran para Kongpob. Siempre era sobre él.

Y ese momento no fue la excepción.

Se pasó casi un día completo haciéndose ideas sobre una posibilidad extraña y tan imposible como su amor por su pequeño hermano. Tan horrible como sus insistentes sentimientos. Porque, ahí, viendo a su hermano tan vulnerable, Arthit no hacía más que tener pensamientos tan alejados de un amor fraternal.

—No, no lo harás —dijo en voz baja Kongpob, sorbiendo el sabor salado de sus lágrimas —, lo arruiné todo. Creí, creí que me quedaría —lloriqueó retomando sus respiraciones rápidas —, quería quedarme, quería estar contigo para siempre...

—Oye, oye, aquí estoy, no me iré a ninguna parte.

—Perdón —volvió a insistir Kongpob, haciendo a Arthit sentirse más incómodo.

—Vamos, deja ya de disculparte. Te he dicho que te perdono, ¿de acuerdo? No hay nada que tu Phi no te perdonaría.

Aquello, aunque Arthit no le dio mucha importancia, hizo que Kongpob por fin abriera los ojos. Parecía asustado de verlo cara a cara, al igual que Arthit de tenerlo tan cerca. A una distancia peligrosa para lo rápido que latía su corazón.

Pero de todas las cosas que Kongpob haría, hizo lo menos esperado. Él tocó su mejilla, sobándola con el pulgar mientras sus ojos por fin se permitían verlo por completo.

Hubo un tirón en su cuello, de la cadena que siempre llevaba consigo. Kongpob la había sacado de su ropa, tirando de ella por el cordón, la miro unos segundos eternos en los que sus labios se deshicieron en una media y amarga sonrisa.

—Aun llevas puesto mi engranaje.

Fue una simple e inocente frase, pero Arthit nunca se sintió tan asustado. Tan mal como para arrebatarle el dije de engranaje a Kongpob de las manos. El aire comenzó a ser escaso, o quizá sus pulmones dejaron de hacer bien su trabajo.

¿A qué se refería? ¿Había escuchado realmente bien?

—Kong... —fue la única palabra que Arthit alcanzó a decir antes de que su garganta se cerrara, y el pánico cambiara todo aquel escenario.

Los pies de Arthit pies trastrabillaron hacia atrás, aturdido por el centenar de conjeturas que comenzaban a trazarse en su mente.

Ideas estúpidas que había desechado. Ideas que le hacían perder la razón.

Kongpob se veía increíblemente dócil, sus palmas sobre la arena, inseguro de su brazo tembloroso levantándose para tocarle a Arthit el rostro, como si acortar la distancia estuviese tomando toda su fuerza de voluntad, y provocando que Arthit dejara de respirar sólo con verlo a los ojos.

Arthit había olvidado esa sensación. Una que pedía a gritos a sus piernas echarse a correr, huir de una verdad tan terrible, y que, a la vez, le rogaba por hacer de lado su conciencia y rendirse, cerrar los ojos y permitir que se cumpliera lo que tanto había deseado toda su vida.

Y eso siempre fue volver a estar con Kongpob.   

~~

¡Comenzamos con el final de la trilogía! 

Podría ser para siempreWhere stories live. Discover now