Capítulo 3

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Ese día

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KONGPOB

Kongpob se miró las manos. Estaba temblando, igual que un perro apaleado.

Pero, aunque sus pasos amenazaron con hacerlo caer de bruces, dio todo su esfuerzo en mantenerse en pie. Caminó por la oscuridad entre las filas de tumbas, con los ojos puestos en el suelo.

De vez en cuanto, Kongpob quería volver la mirada atrás, ver a Arthit y disculparse una y otra vez hasta que su garganta estuviera seca. Pero cada vez que estaba por hacerlo, el valor se esfumaba y volvía a dar un paso al frente, lejos de su medio hermano.

¿Por qué lo hizo? Fue lo que Arthit le preguntó entre llanto. Kongpob sólo tenía una respuesta.

Lo hizo porque lo amaba. Porque Arthit también lo amaba.

Entonces, si de ambas partes había amor, ¿eso era tan malo?

Kongpob no pudo responder a su pregunta sólo porque la respuesta le desanimaba aún más. No quería pensar en las palabras de Arthit aun siendo un centenar de espinas hirientes en su corazón, no quería recordar lo bien que se sentía tener su amor. Porque de nada servían sus bellas memorias si eran esas precisamente las que hicieron infeliz a Arthit.

Sus pies lo llevaron al camino de tierra fuera del cementerio, el automóvil de Arthit seguía en el mismo lugar aparcado, y las luces de las farolas iluminaban con más fuerza el pavimento.

Kongpob miró con renovada preocupación la carretera vacía llena de sombras, caminó con inseguridad hacia esta, y agregó un punto más a la lista de todas sus imprudencias.

El lugar estaba vacío, tanto que parecía abandonado por los cielos. Además de que el pueblo más cercano estaba a más de un kilómetro.

Kongpob suspiró con desgane permitiéndole a sus rodillas ceder y sentarse en la tierra al pie de la carretera. Su mente estaba al tope, y no tenía más espacio para más lamentos, y, aun así, debía agregar el problema en el que se metería cuando no llegara al hotel para regresar a Bangkok con sus compañeros de facultad.

Pero, aunque sentía que todo marchaba terrible, amenazando con empeorar, Kongpob no se compadeció de sí mismo. No cuando era el causante del sufrimiento de Arthit. Cuando su egoísmo había sido lo que le impulsó a estar ahí.

Por ello se cerró al mundo. Bloqueó su mente, y se permitió llorar con libertad.

~~

El frio comenzó a colarse en su piel, tanto que Kongpob tuvo que abrazar sus piernas para darse un poco de calor. Y aunque no tenía más opciones además de esperar a que la mañana llegara para caminar hacia el pueblo.

Las luces de un automóvil iluminaron su rostro, y el ruido de un claxon le hizo saltar asustado. Lo primero que vieron sus ojos fueron las farolas del automóvil de su hermano, y cuando pudo acostumbrarse al destello de luces, pudo ver el rostro de Arthit en el interior de este.

Kongpob se quedó quieto unos segundos, incrédulo e inseguro de cómo reaccionar. Y tan terriblemente feliz que las lágrimas secas en su rostro hicieron sentir pegajosas a sus mejillas cuando sus labios no pudieron evitar sonreír.

~~

ARTHIT

El amor era cruel.

Esa fue la conclusión a la que llegó Arthit cuando vio a su hermano menor agazapado cerca de la carretera y no pudo pisar el acelerador para simplemente irse de ese lugar. No podía simplemente irse y dejar a su hermano menor en la noche fría al pie del cementerio.

Podría ser para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora