Capítulo 12

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ARTHIT

Kongpob ya estaba esperándolo a la entrada del edificio, de pie junto a las escaleras que llevaban a la entrada. Sus ojos recorriendo el lugar una y otra vez en busca de algo. Más específicamente, un alguien.

No fue necesario estar cara a cara para que Arthit lo supiese. La persona a la que Kongpob esperaba con tanto desespero, era él. Debía ser él.

Pero, aunque estaba ahí, de pie, a sólo unos metros de distancia, Arthit no se sentía capaz de avanzar más allá de la seguridad de su automóvil. Estaba terriblemente nervioso, con sus manos echas puños a sus costados, y su corazón latiendo demasiado fuerte dentro de su pecho, incomodando a sus pulmones que estaba haciendo un pésimo trabajo en mantener su respiración a un ritmo constante.

Su presencia tenía un solo propósito ese día. Demasiado consciente para su gusto de lo incomoda y dolorosa que se tornaría su relación a partir de ese momento. E incrédulo que pudiese haber reunido la fuerza para ir, y acabar de una buena vez con las tontas ilusiones de Kongpob. Unas que algún día, también fueron las suyas.

La absurda posibilidad de estar juntos.

Y aunque Arthit nunca se atrevió a siquiera llegar a desear estar juntos de esa forma, en la que hubiese querido estar con el Kongpob de sus recuerdos, no podía negarse a sí mismo que su corazón seguía siendo frágil con respecto al tema, y terriblemente fácil de sucumbir a los besos desesperados de su hermano menor.

Pero, así como una vez no le importó que Kongpob lo odiase y prefirió ser un dolor en el trasero para él, con la única intención de guiarlo por el buen camino, tal y como su papel de hermano mayor lo demandaba, esa vez no iba a ser la excepción. Aunque su propia felicidad estuviese involucrada.

Arthit avanzó con paso inseguro hacia el lado opuesto de la calle, con ambas manos en los bolsillos, y con una terrible presión en el pecho que estuvo a punto de hacerle detener su avance. Fue solo cuestión de tiempo para que el camino se acortara, y los ojos ansiosos de Kongpob lo encontraran.

Para que su mirada terminara con la poca fuerza que quedaba en él se desboronara.

Arthit no estaba ahí en realidad por la prueba de parentesco. No. Él no necesitaba ver un papel que tenía un único resultado impreso en este.

No. Su motivo era más oscuro y autodestructivo de lo que hubiese querido.

Arthit no era ningún devoto de su familia. Pero había aprendido a valorar lo poco que tenía. Y Kongpob estaba destruyéndolo todo sin detenerse en pensar en las personas que dañaba sólo por su egoísmo.

Y, sobre todo, le preocupaba que Kongpob se arrepintiera en el futuro de ello.

De destruir a la familia que su hermano tanto había adorado.

—Viniste —fue la palabra con la que Kongpob lo recibió en cuanto sus pies se detuvieron frente a los suyos.

—Te dije que lo haría — fue lo único que se atrevió Arthit a responder.

Sus ojos duraron poco tiempo siendo capaces de sostenerle el contacto visual a Kongpob, bajando inevitablemente hacia el sobre en sus manos.

Su corazón volvió a saltar cuando Kongpob se lo tendió.

—¿Quieres abrirlo?

¿Él?

Arthit abrió los ojos con sorpresa. No esperaba que Kongpob le diera la oportunidad de hacerlo. Ni tampoco pensó en hacerlo. Estaba resignado a sólo mirar hasta que el rostro de Kongpob se llenara de decepción, y la cruda verdad le abriera los ojos.

Podría ser para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora