Capitulo XIV

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Apoyo mis codos en mis rodillas, mientras miro hacia el suelo

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Apoyo mis codos en mis rodillas, mientras miro hacia el suelo. Levanto la mirada cuando escucho la puerta del baño, suspiro al ver su pequeño pijama.

Observo sus piernas mientras camina, lentamente subo la mirada a su trasero, la escucho subir a la cama.

—No lo haces para torturarme, ¿verdad? —giro mi cabeza hacia ella, toma su teléfono 

—No eres la razón de todo, cielito.

Suspiro y retrocedo, colocándome en el otro lado de la cama.

—Violette.

—¿Mmh?

—Necesito que seas mas gentil con mi madre —me mira frunciendo el ceño

—¿De qué hablas?, yo soy gentil con ella —vuelve a mirar su teléfono

La miro unos segundos más.

—No me gustó la escena de la mesa —rueda los ojos y vuelve a mirarme—. Si la molestas, ella me molestara a mi. Y no me ruedes los ojos.

—Eros. Tu me dijiste que sea educada, lo fui. Es más, fui extremadamente paciente, me resistí a decir muchas cosas. Pero no me pidas que me quede callada, porque no sucederá —habla lentamente

Suspiro.

Me mira unos segundos mas y luego sonríe.

—Apuesto que le pediste lo mismo a las otras cinco— ladea la cabeza, frunzo el ceño

¿Las otras cinco?

—¿Estuviste investigándome? —parpadeo

—Estaba en modo curiosa —deja su teléfono a un lado—. Empiezo a entender una parte de porque ya no están, la suegra —levanta las cejas aun sonriendo, se adentra a las sabanas

—Ya no están, porque yo lo decidí —se tapa— Y si, les dije lo mismo que a ti. Solo hay una pequeña diferencia, ellas me hacían caso.

Ríe entre dientes y me mira, observo su sonrisa.

—Por supuesto que te hacían caso. Apuesto que les decías que no habría dinero bajo la almohada si no lo hacían —no puedo evitar sonreír ante su actitud astuta

Por parte tiene razón, mis antiguas mujeres estaban enamoradas de mi bolsillo. Pero también de la intimidad que les daba, incluso después de la separación algunas seguían volviendo.

—No era con lo único con las que las amenazaba — levanto una ceja

Me mira unos segundos más y luego rueda los ojos, arrugando sus labios. Se gira y me da la espalda.

Sonrío y me inclino, rodeo su cintura mientras acerco mis labios a su cuello.

—Te dije que no me rodees los ojos —susurro, beso su cuello y se estremece

El Rey y su DuquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora