Parte IV: BAJO INFLUENCIA - CAPÍTULO 58

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CAPÍTULO 58

Lug desató el grueso manto que llevaba sobre los hombros, se lo quitó y lo colgó del respaldo de una silla en su modesta habitación en la única posada de Nadur. Luego se descolgó la espada y la puso encima. Se tumbó vestido en la cama por un momento. Estaba exhausto por el largo viaje. Había decidido pasar la noche en Nadur y emprender la búsqueda del sendero hacia la Torre Negra a la mañana siguiente. Necesitaba descansar y reponer fuerzas para enfrentar a Stefan. Cerró los ojos por un momento, pero los abrió de nuevo de repente al escuchar la puerta de la habitación abriéndose:

—Liam... ¿Cómo...? —se puso de pie al verlo en la puerta. No podía creerlo. Amagó a correr a abrazarlo, pero su mirada lo detuvo.

Lug sintió un nudo en la garganta al ver su aspecto. Liam estaba ojeroso, pálido y demacrado. Se mantenía erguido, allí parado en la puerta, pero era como si su escuálida constitución apenas pudiera sostenerlo. Y sus ojos... sus ojos habían perdido el brillo del viejo y valiente Liam, del siempre insolente joven de planes alocados. Era como si hubiese envejecido años en meros días.

—Liam... —tragó saliva Lug, sin atreverse a moverse del lugar.

—Me abandonaste, Lug —le reprochó el muchacho con voz fría y desapasionada.

Lug se mantuvo en silencio y bajó la mirada al piso.

—Dana sabía lo que iba a pasarme y, por lo tanto, tú lo sabías también. Eres tan culpable como ella.

—Liam...

—¡No! —lo frenó el otro—. ¿Tienes idea de lo que Stefan me hizo pasar? ¿Tienes idea...?

—Liam, déjame explicártelo... por favor... —rogó Lug.

—¿Explicarme? ¿Quieres explicarme por qué me traicionaste? —le gritó Liam—. ¡Estuve a punto de morir por negarme a revelar tu nombre! ¡Hasta ese extremo llegaba mi lealtad! ¿Y para qué? ¿Cómo pagaste tú esa lealtad? ¡Entregándome a ese monstruo! Ahora me doy cuenta de que nunca me consideraste tu amigo, nunca fui para ti más que un instrumento desechable, alguien a quién podías usar y descartar sin miramientos.

—No, Liam...

—El cordero perfecto para el sacrificio.

—Liam, escúchame, cualquier intento de rescatarte, de evitar que ese mago te llevara, habría terminado en tu muerte, no podíamos, no...

—Aun si eso es verdad —meneó la cabeza Liam—, pudiste advertirme.

—¿Y qué hubieses hecho si te advertía que al aceptar salvar a Sabrina te exponías a ser torturado hasta el borde de tus fuerzas? ¿Te habrías negado a ayudarla? ¿Habrías dejado que fuera ella la que cayera en manos del mago? ¿Tienes idea de los planes que Stefan tenía para ella? —lo cuestionó Lug.

—Me quitaste la libertad de elegir. ¿Por qué yo, Lug? ¿Por qué escogiste sacrificarme a mí?

—Tú eras el único que tenía posibilidades de sobrevivir a la ordalía —respondió Lug quedamente.

—Pero me mandaste a esa ordalía sin preparación —le recriminó el muchacho.

—No, Liam, tú eras el único preparado, sabías cómo resistir, sabías particionar tu mente, entregar solo un fragmento a tu torturador y sobrevivir con el resto de tu conciencia intacta —le explicó Lug.

—Ojalá nunca hubiera aceptado acompañarte en esta incursión a este maldito mundo —se lamentó Liam.

—Sin tu participación, Sabrina sería ahora una esclava de Stefan, muerta en vida, quebrada y a su servicio. Sé que la amas, Liam. Sé que nunca habrías permitido eso. Y quiero decirte que tu papel en esto no ha terminado, que Sabrina solo puede alcanzar lo que debe ser a tu lado.

Liam se largó a llorar.

—Oh, Liam... —Lug avanzó hacia él y lo abrazó con cariño.

Liam permitió que Lug lo abrazara y rodeó su cuello, atrayéndolo hacia él. Lug sintió un pinchazo fuerte a un costado de su garganta.

—Liam... ¿qué...? —se soltó Lug del abrazo, llevándose la mano al cuello.

—La partición no funcionó —dijo Liam con voz helada mientras Lug se doblaba en dos del dolor y caía de rodillas al suelo—. No fue suficiente —siguió Liam, observando impasible mientras Lug se retorcía en el piso—. ¿Cómo fue que lo dijiste? Ah, sí, muerto en vida, quebrado y a su servicio. Elegiste mal a tu cordero —se arrodilló junto a Lug—, elegiste a un cordero capaz de convertirse en un león vengador.

Traspasado por el sorpresivo dolor punzante e insoportable que se irradiaba desde su cuello, Lug trató de hablar y descubrió que su lengua estaba entumecida y no podía controlarla:

—Liam... por favor... —gimió, pero el ruego salió de sus labios como sonidos incoherentes e ininteligibles.

Tenía que parar el dolor, tenía que frenar el veneno que había entrado en su torrente sanguíneo. Lug cerró los ojos e invocó la imagen de un lago, tratando de calmarse, tratando de usar su habilidad para contrarrestar la toxina. Descubrió con horror que la ponzoña que Liam le había inyectado venía acompañada de otras substancias, substancias que le obnubilaban la mente y no le permitían concentrarse lo suficiente como para apoyarse en su habilidad y sanarse.

El dolor era cada vez más intenso. El cuerpo de Lug comenzó a temblar, convulsionando violentamente en un tormento insoportable. Finalmente, fue Liam el que acabó con su sufrimiento, apoyando sobre su nariz y boca una tela embebida con un líquido que lo desvaneció, regalándole el alivio de la inconsciencia.

Cuando Lug despertó, se encontró con que estaba de rodillas sobre un piso de roca, con la cabeza caída sobre su pecho. Su fláccido cuerpo se mantenía erguido gracias a que sus muñecas habían sido restringidas con grilletes de hierro, conectados a cadenas amuradas a argollas en el techo, que mantenían sus brazos separados y estirados hacia arriba, evitando que se derrumbara. Los dedos de sus manos estaban fuertemente vendados y no solo le era imposible moverlos, sino que la tela de las vendas le había cortado la circulación y no podía siquiera sentirlos debido al entumecimiento. Le habían metido una esfera de madera en la boca con dos argollas a los costados, desde donde se desprendían tiras de cuero atadas detrás de su cabeza. La bola le mantenía la mandíbula incómodamente abierta y la lengua aplastada hacia abajo, actuando como mordaza sumamente efectiva e impidiendo que pudiera tragar su propia saliva. Para evitar ahogarse, su única alternativa era dejar que la saliva saliera por la comisura de sus estirados labios. Así que cuando Lug abrió los ojos, lo primero que vio fueron los hilos de saliva chorreando de su rostro y formando un charco frente a sus rodillas en el piso de piedra. Pero a pesar de su humillante estado, lo que más lo perturbó fue el regreso del dolor: el veneno seguía todavía en su cuerpo.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora