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Apuesto, encantador, amable, inteligente, buena posición económica e increíblemente sexy

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Apuesto, encantador, amable, inteligente, buena posición económica e increíblemente sexy... un hombre así... se supone que debe tener la vida perfecta ¿cierto?

Choi San no pensaba de esa forma. Era cierto, tenía todas esas cualidades, a la corta edad de 22 años había logrado estabilizar su vida. Le faltaban solo dos años para graduarse de la universidad, pero llegar hasta ese punto no había sido nada fácil.

La desgracia de su vida empezó cuando tenía 8 años, su madre y su hermana murieron en un accidente automovilístico.

Desde ese momento su existencia solo fue de mal en peor. Su padre se convirtió en un alcohólico y llevó la empresa familiar a la quiebra. No tiene recuerdos felices de esos años, solo las golpizas e insultos quedaron en algún remoto lugar de su memoria.

Cuando empezó la preparatoria no fue diferente, nunca tuvo amigos ni fue popular. Se atrevió a enamorarse, de una linda chica, realmente hermosa, pero fue traicionado. No le quedaron ganas de volver a enamorarse.

Cuando cumplió 18 su abuela contactó con él, a espaldas de su abuelo claro, pues este nunca aprobó que su madre se casara con su padre. Era una señora muy dulce, el poco tiempo que pasó con ella fue el mejor desde la muerte de su madre, ella le pagó la universidad.

Al año siguiente sus abuelos murieron, pero antes de hacerlo su abuela se aseguró de que su matriculación en la universidad fuese pagada en su totalidad, le incluyó en su testamento y le dejó un departamento a su nombre. Mismo en el que vivía actualmente.

A los 19 se fue de casa. Era una noche lluviosa, su padre había llegado borracho como casi siempre, tirando todo y soltando maldiciones. San estaba dormido en el sillón, despertó cuando un fuerte dolor se expandió por su mejilla. Otro puñetazo de su padre.

—¡No sirves para nada infeliz!— otro golpe.

San se lo quitó de encima como pudo y salió corriendo. Afuera llovía pero eso no le importaba, solo corría y corría lo mas rápido que sus piernas le permitían. Mientras las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia que mojaban su rostro se dejó caer al lado de la pared de un edificio, se abrazó a sus piernas y agachó la cabeza.

Se prometió a si mismo que no volvería a esa casa, contactaría con el abogado de su abuela, su padre no estaba al tanto de que había recibido una herencia. Podría irse y dejar todo atrás de una vez por todas.

Y así fue.

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—Vamooooos— pidió su amigo alargando exageradamente la palabra.

—Ya te dije que no Yeosang, debo ir a trabajar— respondió el de cabello oscuro.

—No entiendo por qué te empeñas en trabajar de mesero- replicó Yeosang con un puchero— Tienes suficiente dinero y no debes preocuparte por la universidad.

—Lo hago porque me gusta, ya lo sabes... si me disculpas debo irme o llegaré tarde— dicho esto el pelinegro se encaminó a la puerta, saliendo de la casa de su amigo.

—¡Aburrido!— le gritó este antes de que saliera.

Era cierto. San no necesitaba el trabajo pero le gustaba, le hacia sentirse útil.

Trabajaba como mesero en un restaurante, uno de los mejores de la ciudad.

—San, ve a atender a la mesa 6, cuando vuelvas tienes que llevar el pedido a la mesa 11— dijo uno de sus supervisores.

—Entendido— respondió el menor y así lo hizo. El restaurante estaba lleno, esa sería una noche muy ocupada.

Y sí que lo fue, se la pasó entre órdenes, copas de vino y coqueteos, porque eso sí, San no pasaba desapercibido. Debía negar el dar su número de teléfono por lo menos unas 5 veces por noche, tanto chicas como chicos se le lanzaban como hienas hambrientas.

—San ¿Podrías ir a pedir la orden de la mesa 9? Estoy algo ocupada aquí— le pidió su compañera y amiga Jisoo.

—Por supuesto, no hay problema.

San tomó la libreta y se encaminó a la mesa que la chica le había dicho. La misma estaba llena de hombres con trajes caros. Genial. Debe ser un grupo de empresarios babosos y arrogantes. Pensó San.

—Buenas noches caballeros ¿Puedo tomar sus órdenes?— preguntó el chico con la sonrisa más falsa que pudo dar.

—¿Darte órdenes? Por supuesto que me encantaría...— dijo uno de ellos en tono burlón, de hecho el más joven, no quería admitirlo pero era guapísimo, su cabello era de un tono rubio muy cenizo casi gris, y sus ojos, la mirada mas penetrante y seductora que había visto en toda su vida, rápidamente se sacudió esos pensamientos. Puso los ojos en blanco y se olvidó de sonreír.

—¿Qué desean ordenar?— volvió a preguntar, contando hasta 10 internamente.

—No lo sabemos... ¿Tú vienes incluido en la orden? — preguntó aquel hombre ¿Pero quién se cree que es? San bufó.

—¿Pueden ordenar un plato de una buena vez? Debo continuar con mi trabajo—preguntó ya perdiendo la poca paciencia que tenía para esos casos. Odiaba encontrarse con clientes así.

—Rebelde ¿Eh? — Dijo el peligris sonriendo ampliamente. ¿Cómo demonios alguien podía tener una sonrisa tan perfecta? San iba a comentar algo pero fue interrumpido por otra voz.

—Basta señor Jung, ya fue suficiente de estar molestando al chico, —dijo un señor de quizás 45 años, llamándole la atención al peligris, poniendo fin a la tortura del pelinegro. Todos ordenaron y San agradeció al cielo por poder alejarse de aquella mesa.

Aunque la alegría no le duró mucho, pues tuvo que llevar las órdenes. Y nuevamente aguantarse los comentarios imbéciles de aquel tipo.

Aunque una acción en concreto terminó por acabar con su paciencia. Aquél hombre de cabellera gris se había atrevido darle una palmada en el culo. ¡¿Pero qué demonios?! Y para colmo le había soltado un "Gracias por el servicio".

San no lo pensó dos veces, tomó una de las copas y le arrojó el vino a la cara.

—¡Eso es por imbécil!—y prácticamente salió corriendo de allí.

Antes de meterse a la cocina pudo escuchar perfectamente la voz colérica y llena de rabia de aquel tipo. Estaba despedido, lo sabía, pero la expresión de estúpido que puso cuando le arrojó el vino no tuvo precio. El pelinegro sonrió ante ese reciente recuerdo.







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Toxic [WooSan] CORRIGIENDO Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt