Capítulo 1.

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El reloj digital sobre mi buró apenas marcaba las seis treinta de la mañana. Intenté girar sobre mi estómago para tomar mi celular, el cual se encontraba a un lado de la lámpara, pero me quedé enredado en las sábanas blancas de mi cama, por lo que tuve que moverme con desesperación hasta que zafé mis brazos, y pude tomar una bocanada de aire frío. Era primero de noviembre, a mitad del otoño, y el clima comenzaba a tornarse abrumador.

Deseé tener más tiempo para dormir, pues la noche anterior asistí a una reunión en casa de Alejandro, uno de mis mejores amigos, y no pude dormir el tiempo suficiente para recobrar mis fuerzas. Sin embargo, la parte buena de mi desvelo, fue que conseguí una mirada pícara por parte de Pamela, quien llevaba años resistiéndose a mis sucias jugarretas para intentar acostarme con ella.

Me levanté con esfuerzo, estirando los brazos por encima de mi cabeza, y junté las manos para hacer crujir mis nudillos.

Tomé la toalla que colgaba de la manija de mi ropero, y fui a tomar una ducha rápida que me serviría para despabilarme y enjuagar el olor a cigarrillo.

Mientras me duchaba, recordé los profundos ojos almendrados y la tersa piel morena que tanto me gustaba de Pamela. Sin duda, ella era la indicada para ser mi novia por más de dos semanas, siempre y cuando las cosas salieran bien, y el día de mi cumpleaños número dieciocho, la botaría para disfrutar mi fiesta acompañado de todas las chicas que pudiese conseguir.

Volví a mi habitación con la toalla como única prenda, y hurgué en el ropero hasta encontrar unos jeans flojos, mi playera blanca favorita y mi chaqueta de cuero negro. A pesar del frío que calaba hasta los huesos, decidí mantener mi estilo. No me agradaban esos hombres que se cubrían con bufandas, guantes, gorros y tres suéteres a la vez. Un verdadero hombre sólo utilizaba una chaqueta y se la cedía a su chica, sin inmutarse por el frío.

Luego de vestirme, fui a la cocina de mi apartamento mientras frotaba mi cabello para que las gotas de agua se cayeran, y encendí la cafetera.

Hacía dos años que vivía solo. Mis padres habían aceptado, de mala gana, comprarme todo lo que quisiera y seguir pagando mis estudios, con la condición de que mi promedio fuera impecable y no llegara con la noticia de que serían abuelos antes de tiempo. Bastante sencillo. A pesar de ser un imbécil con los sentimientos de las mujeres, conocía las consecuencias de no usar protección al tener sexo con ellas; y, aunque pareciera un chico desobligado, no podía soportar la idea de reprobar todas mis materias. En realidad, era uno de los alumnos más inteligentes de mi generación, y un campeón nato del ajedrez.

Bebí de mi café antes de subir a mi preciada camioneta Lamborghini Urus, y partí a la escuela. Mis manos se sentían entumidas sobre el volante, pero el resto de mi cuerpo se sentía ágil para conquistar. Estaba ansioso por llegar al salón y atrapar entre mis brazos el menudo cuerpo de Pamela. Apreté el acelerador y dejé que el ritmo de la música de Pink Floyd me guiara.

Aparqué a un lado de un viejo chevy color arena, y bajé sin prestar atención al conductor, no hasta que una voz chillona dijo mi nombre.

—¡Daniel! —Miré sobre mi hombro, para encontrarme con la resplandeciente mirada café de Nataly, una chica linda de tercer semestre—. ¿Podemos caminar juntos?

Asentí. Una de las ventajas de estar en el último año de preparatoria, era que teníamos un mayor control sobre las chicas de la escuela, pues muchas de ellas querían acostarse con nosotros sólo para ser populares por, aproximadamente, tres días, hasta que alguna otra se metía entre nuestras sábanas. Aunque, nunca faltaban las bonitas santurronas, que nos miraban con desprecio por preferir el sexo a una relación seria.

—¿Cómo has estado? —Preguntó, con sus mejillas teñidas de color carmesí.

—Bien —me limité a responder. Gracias a que ella ya había estado en mi cama, no tenía intenciones de seguir comportándome de una manera amable.

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now