¿QUÉ RAYOS?

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Iban pasando las semanas, y lo único que lograba era que el país en donde estaba me encantara cada vez más

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Iban pasando las semanas, y lo único que lograba era que el país en donde estaba me encantara cada vez más. No quería irme, en serio. Pero sabía que tenía que hacerlo en algún momento.

Sin embargo, por suerte para mí y seguramente para mi hermana también. Nuestros abuelos peruanos Rosa y Guillermo, con sus poderes increíbles de convencimiento, lograron persuadir a nuestros abuelos españoles para que me quede hasta que termine la secundaria.

¡Hasta que termine la secundaria! Es decir... ¡unos 5 años más! ¡Yeiiii!

Lo que si, bueno... nuestros abuelos querían que ambas vayamos a España a estudiar en una buena universidad. Y pues no los culpo, ellos también tienen corazón, evidentemente también querían vernos y sobre todo ver a Mafer. No la veían desde que era una bebé de un año de edad, también la extrañaban.

A pesar de que Mafer no estaba muy de acuerdo con la idea, fue así como quedaron los abuelos. Lo sé... era como si tuviésemos cuatro padres. 

Mi hermana estaba algo apenada por ello, pero le dije que no servía estar así, que era mejor aprovechar el tiempo que podíamos pasar en nuestro país con nuestros amigos y creando nuevas anécdotas inolvidables. Ella solo sonrió y asintió. Nos abrazamos. Y me dijo: "¿Qué haría sin ti, hermanita?"  Y yo le respondí: "No lo sé, querida". Ambas nos reímos.

Esos momentos algo cursis de hermanas eran lindos, se sentía bien tener una compañera de por vida a la que ibas conociendo poco a poco.

Casi todos los días, como era verano, salíamos a la calle a jugar con Emily, Mateo y Gianmarco. Alonso llegaba de vez en cuando, como vivía en el orfanato tenía que pedir varios permisos para salir y no siempre le dejaban hacerlo.

Ese día, Alonso si pudo llegar, así que decidimos jugar voley por un buen rato. Yo no sabía jugar mucho, pero al menos no hacía el ridículo. Debo admitir que los chicos me enseñaron bastante, ya que ellos jugaban bastante bien. Jugamos por horas hasta que ya nos cansamos y nos sentamos en la vereda.

—¿Y ahora qué hacemos, amigos? —preguntó Alonso—. Tengo todavía 2 horas —dijo mirando su reloj que tenía en la muñeca.

—Ahora si trajiste reloj, ¿eh? —le molestó Mateo.

—Si, es que si no me regañan —aclaró un poco avergonzado, pero riéndose.

—Bueno, ya... ¿qué hacemos, chicos? —preguntó esta vez Emily algo aburrida.

—No lo sé —Gianmarco contestó haciendo una mueca. Miró a su alrededor, hasta que encontró algo que le interesó—. Oigan...

—Habla —dijo Fer.

—¿Nunca han tenido curiosidad de saber qué hay dentro de la casa abandonada de los Valle?

—¿Quieres entrar ahí? —pregunté escandalizada—. Yo no entro ahí ni muerta —era una casa de un solo piso, la única de todo el barrio en la que no vivía nadie—. Además, ¿quiénes son o eran los Valle? ¿Qué tal si están muertos o algo así? —pregunté asustada esta vez. De verdad me daba miedo entrar a ese lugar y no entendía cómo Gianmarco se le había ocurrido siquiera hacer esa locura.

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