María Fernanda es una chica de 12 años que descubre algo increíble que cambiará su vida para siempre, pero no se arrepentirá de ello. Junto a sus amigos: Emily, Mateo, Gianmarco y Alonso; descubren nuevas cosas y aventuras interesantes para cualquie...
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Luego de que encontráramos los anillos, por increíble que parezca, no ocurrió nada muy interesante. Es decir, solo faltaba una semana para que empezaran las clases, por lo que nos dedicamos a aprender cómo funcionaban nuestros nuevos poderes hasta que el primer día de clases llegó.
Debo admitir que estaba nervioso, lo cual era normal porque siempre he estado nervioso por empezar las clases. En esta ocasión era de esperarse, iba a entrar a la secundaria donde las cosas son diferentes, aunque no tanto, pues iba a ir al mismo colegio al que he ido desde que tengo 5 años.
Recuerdo haberme despertado temprano, bastante temprano... cinco de la mañana para ser exactos. Y no es que mi escuela quedara lejos de casa, en realidad quedaba como a 10 minutos en auto, en movilidad; solo que en serio no podía dormir.
Ya eran las seis de la mañana, era hora de levantarme. Mi padre estaba de guardia en su trabajo, era policía... y Betty, la señora que nos ayudaba con los quehaceres del hogar; quien era como mi madre por cierto, no llegaba aún. Así que tenía que prepararme el desayuno yo solo, lo cual ya sabía hacer.
Ya estaba listo, solo faltaba que mi movilidad llegara para llevarme. Bueno... a mí, a Fer, a Paz, a Gianmarco, a Brenda y a Emily.
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—¡Ya, despierta! —entró mi queridísima hermana (nótese el sarcasmo), gritando a los cuatro vientos—. ¡Hoy empezamos las clases! —chilló emocionada.
—Fer... —me quejé aún en mi cama y con las cobijas sobre la cabeza—. Dejadme dormir —me destapé y miré mi celular—. Son las seis de la mañana, es muy temprano para la escuela —habló la María Paz que por un momento pensó que las clases en Perú empezaban a la misma hora que en España, o sea, a las 9 de la mañana.
—Paz, las clases aquí empiezan a las siete de la mañana —abrió las cortinas... maldita sea.
—¡Mis ojos! —grité y me levanté—. ¡Fer, eres una malvada! —le reclamé.
—Me lo vas a agradecer, querida —me sonrió y se fue, mientras yo renegaba, para variar.
Busqué mi uniforme, que consistía en una blusa escolar blanca con cuello redondo y con el logo del colegio, alrededor de su cuello iba un corbatín en forma de lazo color azul marino. La falda era a cuadros negra con azul y con pliegues que me quedaba arriba de la rodilla, lo cual era permitido pero no podía estar tan arriba tampoco. Medias negras largas con zapatos negros y un saco del mismo color, el cual no me puse porque aún era verano.
