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Gilbert.

—El Viernes a las 8 —comentó Diana mientras sacaba una cucharada del termo donde Ruby guardaba sopa. –Para celebrar el nuevo Clan Avonlea y sus nuevos integrantes.

Moody aplaudió y soltó un grito de felicidad que hizo soltar una carcajada a Anne. —¡Por fin una fiesta! Tanto estudiar ya me está fundiendo el cerebro.

Lo miré entrecerrando los ojos. —De qué estudios hablas si me has dado todas tus pruebas para que te las resuelva yo.

—Pero planear el momento justo para darte la prueba sin que el profesor vea es cansador también. Es toda una técnica maestra.

Los demás soltaron una risa ante esa respuesta, había pasado una semana desde que comenzamos a comer todos los días juntos en el patio y aunque me da lástima confesarlo, el ambiente era mucho más agradable sin Billy y Jossie, nos reíamos mil veces más, había menos momentos de tensión, todo era mejor. Nos los habíamos topado varias veces de camino a las clases pero ellos ni nos miraban, ahora eran amigos de Jack y su séquito.

A los chicos aunque les parecía bastante peculiar Anne, creo que les agradaba bastante. De hecho siempre le pedían que contara las muchísimas historias y anécdotas de su fascinante vida. Pero con Cole, —su amigo– era otra cosa, les encantaba, cada vez que abría la boca las chicas babeaban en su dirección y le decían lo encantador y talentoso que era.

Pero él solo parecía encantado con Anne, igual que Charlie Sloan que no podía ni hablarle sin terminar tartamudeando.

—¡Rotación! —gritó Jane y todos le dimos lo que estábamos comiendo a la persona de nuestra izquierda y tomamos lo que nos daba la persona de nuestra derecha.

—¿Y como lo harás con tus padres, Diana? —preguntó Jane con interés mientras se metía una cucharada monstruosa de pastel de chocolate a la boca–. ¿No era que odiaban las fiestas y todo lo que implicaba no tomar té y hablar del clima?

—Irán visitar a mi Tía Josephine a Charlottetown aunque ella les comentó en todos los idiomas posibles que no quería que fueran. —suspiró y mordió una manzana con elegancia, yo aún no entendiendo cómo alguien puede verse elegante hasta mordiendo una manzana, ¿no era que todos mordimos igual? —pero para suerte nuestra, ellos nunca hacen caso a los deseos de los demás, así que fueron igual. Ya me imagino a Tía Jo maldiciendo en francés por toda su casa al verlos. Me dejarán con la Señora Cristie desde el Jueves pero ella siempre se va después de las seis así que estaremos bien.

—¿Tú tía habla francés? —preguntó Anne ignorando todo lo demás, como si fuera lo más maravilloso que pudiera existir en todo el mundo.

Sonreí en su dirección, pareció no notarlo.
No porque me ignorara, —de hecho aunque no conversábamos jamás nada profundo y ella aún me regalaba miles de miradas recelosas, podíamos respondernos cosas y hablar banalidades a veces— sino porque era una situación que le apasionaba y cuando eso sucedía ella tenía espacio en su mente solo para esa cosa.

—Y alemán, italiano, latín y griego antiguo. —le comentó la pelinegra como si no fuera gran cosa a una estupefacta Anne que la miraba con sus ojos casi saliendo de sus cuencas de la fascinación —Con su mejor amiga viajaron y conocieron todo el mundo. Cuando murió hace un mes Tía Jo quedó muy mal.

—Oh, eso es tan infausto. —respondió Anne con tristeza —Debió ser terrible para ella...

—Hablas con palabras tan extrañas, Anne. Nunca entiendo ni la mitad de las cosas que dices. —le confesó soltando una risita Ruby con sus engranajes trabajando con lentitud en su cerebro.

—Que debió ser funesto, catastrófico para ella.

La rubia sonrió sin malicia. —¿Viste? ¡Otra vez no te entendí nada!

—Que debió ser sumamente triste para ella perder a su compañero de vida. —repitió sin sonreír, yo sabía que no lo decía solo por la Tía de Diana.

Sabía que sus pensamientos la llevaban a Jerry.

El Señor Brun me había puesto dos puntos menos de lo que realmente tenía en la última prueba por casi sexta vez desde que comencé a estudiar aquí. Era el profesor de Historia en la escuela dominical desde que la electricidad no existía, bueno, quizás no hace tanto pero sí era bastante anciano, y siempre tenía que reclamarle por mis evaluaciones mal revisadas.

Ya había empezado el segundo bloque y tanto como profesores y alumnos ya estaban en las salas, pero era el único horario donde podía pedirle que revisara los puntos mal contabilizados. Ya había pasado por el error de buscarlo por todo el edificio sin éxito hace unos años, y sabía por experiencia que la única forma de hacerlo era en el segundo bloque donde no tenía ninguna clase que dar, y estaba o en la cafetería comiendo algo dado por su esposa que trabaja ahí, o si peleaban como siempre lo hacían, en la sala de profesores comiendo solo con un pésimo humor.

Golpeé la puerta de madera al final del primer pasillo, era roja y tenía inscrita en una placa dorada la frase "Sala de Profesores". Nadie respondió, o estaba en la cafetería o quizás el señor se había dormido en los sillones, no habría sido la primera vez.

Así que abrí la puerta para cerciorarme. —Perdón...¿Señor Brun?

Recorrí la sala con la mirada, nadie. Me dispuse a cerrar otra vez pero el sonido de algo azotandose en el baño me detuvo. Quizás no se encontraba bien. —¿Señor Brun? —pregunté entrando a la habitación con sigilo— Soy Gilbert, vine por una not...no importa, ¿se encuentra usted bien?

La puerta del baño se abrió de un tirón produciéndome un sobresalto. Unos ojos ya conocidos me miraron con un enojo, ya conocido miles de veces también—. ¿Tú...?

—¡Casi me matas del susto! Pensé que eras algún profesor. —fue hacia la puerta y la volvió a cerrar con delicadeza, tratando de no hacer ruido.

—¿Qué haces en la Sala de Profesores? —pregunté con una perplejidad que creció aún más al verla ir hacia los casilleros de madera en la pared, y buscar un nombre entre las inscripciones plateadas que tenían en la superficie. —¿Anne?

—Ssssh. —me silenció y siguió buscando, yo caminé hacia ella justo en el momento en el que abría uno de esos casilleros y sacaba un cuaderno de cuero rojo que yo ya había visto antes.

El cuaderno del Señor Phillips.

Sonrió triunfal al tenerlo en sus manos y yo fruncí el ceño. —¿Qué estás haciendo con el cuaderno del...?

Pero antes de terminar la frase, los sonidos de pasos en el pasillo me paralizaron, Anne dejó de sonreír para mirarme con los ojos muy abiertos, el pánico claro en su rostro mientras inspeccionaba la sala en busca de una forma de salir de la situación en la que estábamos.

¿Dos alumnos en la Sala de Profesores en jornada de clases sin ningún profesor presente? Pensé en el castigo que papá iba a ponerme por la suspensión de me iba a ganar, cuando sentí el sonido de los pasos más cerca de nosotros. Comencé a caminar hacia la puerta para explicarle a quién sea que estuviera afuera la razón por la que estaba ahí, rogando que me creyera.

Pero antes de siquiera poder poner la mano en el pomo, Anne me agarró por la corbata y nos empujó con fuerza hacia el pequeño baño donde antes la había encontrado.

Anne Of The Present Where stories live. Discover now