29

1.5K 250 758
                                    


⚠️: Este capítulo contiene escenas que pueden herir la sensibilidad del lector.

Venus.

Me dolía el pecho.

Me dolía tanto, que sentía que dejaría de respirar en cualquier momento debido a todas las palabras no dichas, y todos los sentimientos que me obligaba a suprimir en mi interior por el miedo a que no fueras correspondidos o que las cosas cambiaran. Porque siempre me dije a mí misma que si no expresabas los problemas en voz alta, estos no se materializarían y tarde o temprano terminarían desvaneciéndose en alguna parte de tu interior.

Casi siempre termina sucediendo más tarde que temprano y como, al verlos justo frente a mí me fue imposible alejarlos, opté por ahogarlos.

Ahogarlos en maldito alcohol.

—¡Detesto esta canción! —vociferé esperando que Madison, la chica que había conocido en el baño hace media hora, me escuchara a través de la ensordecedora música.

Al ver como asentía en mi dirección supe había conseguido que me escuchara, pero por sus ojos chinos, rojos y drogados noté que la información había llegado a su cerebro de forma completamente distinta. —Es buena.

—¿Buena? La licuadora suena mejor que esto. —respondí con mal humor mientras le daba una calada a mi cigarrillo, mis ojos vagaron a unos musculosos muchachos entrando con botellas costosas y de nombres extranjeros—. Este bar es una cuna de heteros e hijitos de papá, me estoy aburriendo como la mierda.

Levantó un blunt y lo estiró en mi dirección. —Te presento a Mary Jane, tu mejor amiga en estos casos.

Negué al instante. —Ya nos presentaron hace algunos años y no salió para nada bien. Lo dejé.

—Quizás no te la presentaron bien. —exclamó y luego se acercó el cigarro de marihuana al oído con una mueca de seriedad—. ¿Qué dices, Mary? ¿Qué Venus necesita relajarse? Oh, ¿y tú puedes hacer que eso suceda? ¡Qué amable de tu parte!

No pude evitar reír. —Eres tan jodidamente extraña.

Sonrió con diversión y le dió otra calada. —Y acabo de conseguir que cambies esa mueca de anciana ricachona gracias a mi amante Mary J. Deberías agradecerle.

Estaba consciente de que no debía. Me encontraba amargada y con el corazón roto, pero no era imbécil, sabía cómo eran las personas como Madison; realmente insoportables en las fiestas al presionar socialmente o con argumentos nefastos a otras personas para que consuman lo mismo que ellos, a pesar de la respuesta negativa ante su ofrecimiento.

Pero, a pesar de saber esto y lo mal que me pegaba la marihuana cuando estaba deprimida, terminé aceptando.

Quizás si era bastante imbécil.

Entonces la fiesta se hizo más divertida, las luces más brillantes y la música una obra de arte. Mecí mi cuerpo de un lado para otro sintiendo mi corazón, la sangre corriendo por mis venas y la boca de Madison contra la mía. No recuerdo cuándo me arrojaron bebida en mis zapatos, tampoco cuándo terminé perdiendo mi teléfono y a Madison, ni cuando salí a la negrura de la calle. Sólo sé que de pronto estaba afuera del bar con el viento frío recorriendo mis descubiertas piernas, y el alcohol imposibilitándome caminar con normalidad.

Antes terminaba muchas veces en ese estado, muchísimas.

Cuando murió mi hermano adopté la misma costumbre que en ese momento, apagar mi cerebro para así dejar de pensar en mis sentimientos y sólo fluir en el presente divertido y efímero; no me importaban mis padres, ni si se preocupaban por mí cuando no llegaba a casa ni les avisaba donde estaba, después de todo me lo merecía, merecía portarme como una niña malcriada y a quién nadie comprende porque Joseph había muerto y yo me sentía del carajo.

Anne Of The Present Where stories live. Discover now