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Gilbert.

—No entiendo porqué siempre salen corriendo después de besarme —dije apretando los botones del joystick—. Puedes apuntar y caminar, es el seis.

—Verdad, voy. —me avisó Moody tomando una papa frita del posillo que nos trajo su mamá—. Al menos te besan, a mí ni eso.

Estábamos hace una hora en su habitación jugando Resident Evil, después de que yo me escapé del amable y cariñoso papá que Marilla había creado, y que me habló dos horas sobre el amor diciéndome en varias metáforas de personajes de la literatura rusa que 'a veces podía surgir en dos personas, pero que eso no significaba que se amara más y menos, solo era un amor diferente' como si yo tuviera seis años y no pudiera entender que papá tuviera un amorío después de su relación con mamá.

Suspiré. —Pero ¿por qué me besan de la nada y después salen corriendo? Es raro.

—No fue raro cuando Anne lo hizo. Quizás no es la acción, sino la persona.

Touché.

—Es que no entiendo porqué Ruby pensó que...ahg, ¿ahora cómo le explico sin que se largue a llorar? —abrí mucho los ojos al imaginarme a una afectada Ruby Gillis ahogándose en sus lágrimas—. ¿Recuerdas cuándo le explicamos que las personas podían morir después de que vimos el Rey León y no entendió dónde había ido Mufasa? No nos habló por dos semanas.

Moody soltó una carcajada sonora mostrándome todas las papas molidas en su boca. —Fue gracioso, pero no tanto cómo cuando le conté que el hada de los dientes en realidad no existía.

—¡Por eso faltó tanto tiempo a la escuela! —vociferé mientras Piers y Chris entraban a Tatchi en el videojuego—. Eres malo.

Lo que no te mata te fortalece— habló imitando la voz de un filósofo—Cuando yo me enteré que no tendría poderes, sino que moriría si me mordía una araña, maduré completamente y me convertí en otra persona. Son marcas de la vida, hermano.

Solté aire por la nariz y una carcajada ante la seriedad de su rostro después de haber dicho esa tontería, justo en el momento en el que su mamá abrió de un tirón la puerta de la habitación.

La miramos confundidos. —¿Mamá..? ¿Pasa algo?

Negó cambiando su desplante serio por una sonrisa. —Nada, hijito. Solo venía a ver si...si necesitaban algo para comer.

Moody apuntó las papas que nos había subido hace diez minutos. —Ya nos trajiste, má. Además, yo puedo ir por mis propios alimentos...

—Ah, sí, verdad. —respondió recorriendo toda la habitación y nuestros cuerpos—. Entonces...¿qué hacen?

Levanté el joystick y pausé el juego. —Jugando...

—Ah, entonces debería dejarlos solos. —dijo otra vez pero no hizo ningún indicio de irse.

—Adiós, mamá.

—Sí, sí. —respondió sonriendo y tomó la manilla de la puerta—. Dejaré la puerta abierta por si les pasa algo, para así escucharlos...

—Mamá. —la regañó entredientes mi amigo, me mordí el labio para no soltar una carcajada.

—Ay, hijo, no me refiero a que ustedes podrán...no, sé que son amigos. Y aunque no lo fueran lo entendería, y no me molestaría, de verdad... de hecho, ¿alguna vez han considerado que harían una linda..?

—Mamá. —se levantó y tomó a su mamá del hombro con cuidado—. Te amo, gracias por las papas, pero adiós.

Estuvimos en silencio hasta escuchar la última pisada en la escalera y luego nos pusimos a reír otra vez. La mamá de Moody soñaba con que fuéramos más que amigos desde siempre por alguna extraña razón, a pesar de haberle señalado miles de veces que nada de eso pasaba entre nosotros.

Anne Of The Present Where stories live. Discover now