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Anne.

Gracias a mi activa y versátil imaginación, pude pensar en miles de posibilidades y escenarios distintos cuando Roy me dijo que lo siguiera.

Pensé en un gimnasio desprolijo donde personas con tatuajes y motos irían a pelear a muerte por su dignidad y orgullo.

O quizás podía ser un edificio abandonado lleno de grafittis coloridos y con una historia sumamente turbia y escalofriante. Antes pudo haber sido un escenario del crimen, o un hospital psiquiátrico, cualquiera de esas opciones me parecía sumamente interesante y digna de aventura.

También se me pasó por la mente la posibilidad de que fueran fiestas tránsfugas e ilegales que podían terminar en desalojos múltiples por partes de la policía. Me asusté al instante, los Cuthbert seguramente sufrirían un ataque al corazón si tuvieran que ir a buscarme en la cárcel. Además, ¿qué tanto espacio para la imaginación podría existir en paredes de cemento gris y rejas?

Pero por suerte, y para mi sorpresa, el lugar donde me llevó Roy no era ni mínimamente similar a ninguno de esos escenarios imaginarios.

Santuario Libertad: Sin jaulas, ni cadenas.

–¿Qué...? —titubeé con los ojos muy abiertos al llegar a la reja amarilla enorme.

Roy al ver mi perplejidad guiñó un ojo en mi dirección y apretó el timbre.

—¿Y tus llaves, Roy? —se escuchó la voz molesta de una mujer detrás del aparatito.

—No vengo de casa. —respondió él tan inexpresivo como siempre y la reja se abrió en un sonidito, dejándonos entrar a uno de los lugares más especiales que yo hubiera conocido.

El terreno era amplio y abierto, a excepción de pequeñas casitas o establos de no más de cinco metros a los costados y una residencia llena de cristales de colores mucho más amplia al final del camino. Y aunque el hecho de que estuviera rodeada de árboles me parecía precioso, lo especial de ese lugar no era su vegetación, sino el hecho de que hubieran animales por doquier.

Entendí al instante el nombre del cartel de afuera, no habían jaulas ni cadenas porque las vacas, cerdos, cabras y gallinas que pasaban a nuestro lado, lo hacían en total libertad.

Emití un grito ahogado cuando dos bebés cerditos de no más de veinte centímetros vestidos con capitas tejidas pasaron entre mis piernas y las de Roy.

Él pareció notar mi sorpresa porque me miró con diversión. —Bienvenida a el mejor lugar del mundo.

—¿Qué es...? ¿Cómo? —volví a posar mis ojos en toda la extensión hasta toparme con dos vacas estiradas tomando el sol en una de las colinas pequeñas—. Esto no es una granja, ¿no?

Él negó mirándome de reojo. —Es un santuario, rescatamos animales que iban al matadero, que fueron maltratados en granjas o abandonados. Y les damos una nueva vida aquí.

Asentí con la mayor perplejidad del mundo todavía y la Mini Anne de mi cabeza que se había imaginado la posibilidad de que el muchacho que caminaba a mi lado matara perritos se sintió muy culpable. No sólo Roy no mataba perritos, sino que salvaba a muchas otras especies también.

—¡Roy! —gritó una niña de unos seis años que salió corriendo de una de las casitas pequeñas hacia nosotros—. ¡Pensé que no venías hoy!

—Hola, mocosa. —ella literalmente se arrojó a los abrazos del castaño, que en lugar de soltarla al suelo al ver sus manos sucias, correspondió su abrazo. —¿Y Jenn?

—Está regañando a Matías porque de nuevo le respondió mal cuando lo mandó a trapear el piso. —dijo la niña estirando su cuerpo un poco hacia atrás sin apartar sus manitas de su cuello. Luego, al notar mi presencia, ladeó la cabeza como un cachorrito turnando sus curiosos ojos en mi figura y luego la de Roy con timidez.

Anne Of The Present Where stories live. Discover now