Parte VI: BAJO AMENAZA - CAPÍTULO 87

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CAPÍTULO 87

Yanis abrió los ojos lentamente. La primera sensación fue de confusión, pero en escasos segundos, su mente se aclaró y lo recordó todo de golpe. Se incorporó de forma brusca en la cama con el rostro lleno de preocupación y ansiedad.

—¡Yanis! —le sonrió Cormac, sentado sobre la cama a su lado.

—¿Cormac? —la lucidez que Yanis había logrado se volvió confusión una vez más ante la inesperada presencia del Heraldo—. ¿Dónde estamos? —miró en derredor, desconcertado.

—Bajo tierra, en la universidad de Cambria —respondió Cormac.

—¡Nicodemus! ¡Nicodemus es el rector! ¡Él es el saboteador, el jefe de Garret! —tomó Yanis a Cormac del cuello de la camisa.

—Lo sabemos —trató de tranquilizarlo el otro—. Todo está bien.

—No, no, tenemos que salir de aquí, tenemos que advertirle a Lug que no debe acercarse a este lugar por nada del mundo —siguió Yanis con urgencia en la voz.

—Lug está aquí —dijo Cormac.

—Oh, no —se lamentó Yanis—, debemos buscarlo antes de que sea tarde.

—¿Tarde para qué, Yanis?

—Oh, Cormac, lo que adivinamos allá en Lugfaidh no es ni la mitad de lo que estos malditos planean. El verdadero nombre de Nicodemus es Ileanrod, él es uno de los druidas haciéndose pasar por humano. Él es el que forzó mi mente para que le proporcionara el paradero de Lug.

—Todo eso ya lo sabemos, Yanis. Lug está advertido. Él fue incluso el que restauró tu mente después de que Ileanrod casi te mata.

—No, no, no lo entiendes. Cuando Ileanrod forzó mi mente, no se dio cuenta de que, al abrirme, estaba también permitiendo que yo viera dentro de él.

—¿Qué fue lo que viste, Yanis? —preguntó Cormac con preocupación.

—Ileanrod contaba con que Lug tocara el Óculo en Lugfaidh, pero eso no sucedió.

—No, yo lo detuve —asintió Cormac.

—Es por eso por lo que quería traerlo aquí. Hay otro Óculo aquí. Ileanrod necesita que Lug lo toque.

—Oh, no —apretó los labios Cormac.

—¿Qué?

—La mano derecha de Ileanrod lo convenció de que lo podía poner en contacto con Sabrina. ¡Va a convencerlo de que toque el Óculo para comunicarse con ella!

—¿Por qué confiaría en él?

—Porque no estaba protegiendo su mente. Lug no percibió mendacidad en sus palabras.

—Me pregunto cómo el Faidh ha podido sobrevivir tanto tiempo siendo tan ingenuo —murmuró para sí Yanis, meneando la cabeza.

—¿Qué pasa si Lug toca el Óculo? —inquirió Cormac.

Antes de que Yanis pudiera contestar, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Liam entró bruscamente, pálido, ensangrentado y con la espada en la mano.

—¡Liam! ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Estás herido? —se acercó al muchacho Cormac para examinarlo.

Liam dio automáticamente dos pasos hacia atrás:

—No es mi sangre —masculló entre dientes.

—¿Qué pasó? —reiteró Cormac su pregunta.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo Liam con firmeza.

—No, no, debemos esperar a Lug, si nos movemos de aquí no podrá encontrarnos, debemos...

—¿Este es el muchacho? ¿Lug logró rescatarlo de la Torre Negra? —intervino Yanis.

Liam se volvió hacia Yanis, y su mirada dura y furiosa le dijo al abad enseguida que había metido el dedo en la llaga, aunque no sabía por qué.

—No exactamente —dijo Cormac por lo bajo, haciéndole un gesto con la mano a su amigo para que no siguiera preguntando sobre el tema.

—Debemos salir de aquí —insistió Liam.

—No —se plantó Cormac—. No nos vamos sin Lug. Tal vez creas que esta es la forma de resarcirte, abandonarlo a él como piensas que él te abandonó a ti, pero no lo permitiré.

Liam apretó los puños sin contestar.

—Dime lo que pasó, Liam —exigió Cormac—. ¿Dónde está Irina?

—A estas alturas ya debe haber llegado hasta Ileanrod a alertarlo sobre nuestras acciones.

—¿Qué? ¿Nos traicionó? ¿Por qué?

Liam solo suspiró sin responder.

—¿Y Calpar? —intentó Cormac por otra vía.

—Calpar no está aquí —contestó Liam sin dar más explicaciones.

Media docena de soldados irrumpió en la habitación de repente, cortando toda posibilidad de que Cormac pudiera seguir interrogando a Liam. Los tomaron a los tres de los brazos bruscamente.

—Átenlos —ordenó Ileanrod desde la puerta.

Un soldado que traía unas sogas las repartió a sus compañeros, quienes comenzaron a maniatar a los prisioneros.

—Si tuvieras una sola pizca de confianza en mí, esto no estaría pasando —le reprochó Liam a Cormac.

—¿Dónde está Lug? —preguntó Cormac a Ileanrod, ignorando las acusaciones de Liam.

—Te contestaré eso si tú me respondes algo también —le dijo el Ovate.

—¿Qué?

—¿Quién es Calpar? —inquirió Ileanrod, que había escuchado el nombre al aproximarse a la puerta de la habitación con sus hombres.

Cormac apretó los labios y se mantuvo en silencio.

—Yanis —se volvió Ileanrod hacia el monje—, ¿quieres explicarle a Bernard lo que pasa cuando alguien se niega a darme la información que estoy pidiendo?

—Si quieres la información, ven y tómala de mi mente —lo desafió Cormac.

—¿Qué es lo que pasa con todos ustedes? —meneó la cabeza Ileanrod—. ¿Por qué confunden valentía con simple estupidez?

—Señor —se acercó a él un soldado recién llegado.

—¿Qué pasa? —se volvió hacia él Ileanrod con irritación.

El soldado le murmuró algo en el oído y se apartó. Ileanrod asintió y volvió la mirada otra vez hacia sus cautivos.

—Volveremos sobre este tema más tarde —les dijo, y luego a sus hombres: —Los quiero amordazados y separados entre sí —indicó a los prisioneros—. Sáquenlos por los túneles con discreción. Prepárenlos para el viaje.

—¿Qué viaje? —inquirió Yanis.

Ileanrod no se dignó a contestar. Uno de los soldados amordazó al abad, impidiendo más preguntas.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora