Capitulo 3: El día que todo dolió más y pedí ayuda

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Sábado de dolor. El día que me hubiera gustado no despertarme, el día que oficialmente me convertía en una novia plantada. Busque el lado positivo, pero no había. Mi teléfono explotaba de mensajes y llamadas. Mis mejores amigas vinieron a lo de Rochi a pasar conmigo ese día. Helado y chocolates no faltaban, pero mi estomago estaba completamente cerrado. Preguntaron cómo me sentía y Eugenia con todo su estilo y elegancia me pregunto si era necesario que vaya a prender fuego a alguien, le hubiera dicho que la acompañaba, pero solo me saco una risa. Ese día no pensé demasiado. Ese día solo dolió.

Alrededor de las tres de la tarde empecé a llorar para después no frenar. Lloré, grité, pataleé, insulté. Me abracé a mis amigas y les pedí por favor que me sacaran tanto dolor de encima. Mi mamá llegó para socorrer mi ataqué de nervios y con Rocío intentaron calmarme con respiración. Del otro lado del cuarto estaban mis dos amigas y mi papá escuchando mis gritos ahogados en lagrimas. Fue el sábado cuando necesité de una pastilla para calmarme y me asusté. Me asusté cuando miré para adelante y solo veía mi vida destruida. Y ahí hecha un mar de lagrimas fue cuando decidí que no me iban a volver a lastimar de esa forma. Ese sábado, cuando debería estar en mi propio casamiento bailando y festejando un amor que creía real, me miré al espejo y supe que necesitaba ayuda.

- Nosotras nos quedamos con ella Majito – le dijo Eugenia a mi mamá – no te preocupes que sola no va a estar – mi mama me acariciaba la mano –

- Por favor chicas – las miro – me llaman cualquier cosa ¿sí? – las tres asintieron – y que no tome ni una gota más de alcohol. Por favor – yo estaba en Plutón –

- Vayan tranquilos – Cande los acompaño a la puerta – Yo les aviso si pasa algo – mi papas se despidieron en la puerta de mi amiga y se fueron –

Se hicieron las nueve de la noche y yo necesitaba sacar todo ese dolor de alguna forma. Con el consentimiento de mis amigas empecé a escribir sin parar a Santiago. Cagón fue la palabra más leve que usé para referirme a él y todo lo que me había hecho y por último volví a exigir mis pertenencias. Todo ese subibaja de emociones ayudó para que en algun momento me quedara completamente dormida en la cama de Rochi y que me levantara recién a las diez de la mañana del otro día, cuando salí de la habitación encontré a mis amigas acurrucadas en los sillones. Solamente me dispuse a ordenar un poco sin pensar demasiado.

- Buen día Lalo – Euge me sorprendió mientras lavaba platos – dormiste como un angelito anoche

- Se ve que necesitaba descansar un poco – suspiré y me serví café – ¿Querés? – ella asintió y le llené la taza también – Me parece que voy a empezar terapia

- Amiga muy bien – me abrazó – te va a hacer bien, vas a ver

- Gracias por ser tan incondicional – la abracé mas fuerte – no se que sería de mi sin ustedes

- Decí la verdad – sonrío – no sabes que seria de vos sin mi, las otras ni pinchan ni cortan – me mordí el labio y me volvió a abrazar –

- Eugenia deja de criticarnos – apareció Candela refregándose los ojos y arrastrando sus pies y me abrazó también – Pensaste lo de irnos juntas a México? – negué con la cabeza –

- Pensó en empezar terapia, que es un gran paso – le aclaró mi otra compinche – no le pidamos más que eso.

Despertamos a Rochi con su casa ordenada y el desayuno en forma de agradecimiento por hospedarnos. Charlamos de cualquier otra cosa y cada tanto espiaba mi teléfono a ver si tenia una respuesta. Almorzamos juntas unos ñoquis caseros que se dispuso a hacer Cande y empecé a reírme un poco de las estupideces que contaba Eugenia. Ella era mi amiga más vieja, era odontóloga, apasionada por su trabajo, con un carácter particular, era la más divertida, ella era mi pilar mas grande en este mundo. Ella le gruñía a Santiago cuando no podíamos pasar tiempo juntas. Cande, era todo lo contrario, ella era dulce y buena, tenia tanta inocencia encima que te daban ganas de cuidarla, ella era igual de curiosa que de miedosa. Nos seguía a nosotras dos a todos lados, pero antes nos advertía todas las medidas de seguridad que teníamos que tener. Ella era diseñadora de moda y disfrutaba como nadie pasar horas cosiendo, ella era la paciencia.

A mis veintitrés hice una fiesta, donde se conocieron con Rocío y dejaron sus celos de lado para integrarla también en nuestro grupo. Eugenia siempre me aclaraba que todo estaba bien mientras ella mantuviera el lugar de mejor amiga del mundo mundial y yo me descosía de risa y se lo prometía una y otra vez.

Cuando a mitad de semana llegué a la oficina con Vico el aire se sentía un poco mejor, menos pesado para mí. Había dormido esa noche sola en mi departamento de nuevo, no voy a decir que no lloré, porque mentiría, pero pude estar sola unas horas. En el break volví a mirar el contacto del terapeuta, tomé aire y le escribí "Hola! Mi nombre es Mariana Esposito, me pasaron su contacto porque me gustaría agendar un turno. ¡Muchas gracias!" y apreté enviar. Almorzando con Rocío y Mora, les comenté que había dado ese paso y mientras la primera me felicitó, la segunda me recomendó no ponerle una carga negativa a la terapia, que ella había tenido una experiencia muy buena y la había ayudado mucho.

Cuando estaba apagando mi computadora y por emprender el viaje de vuelta a casa mi teléfono sonó "Hola Mariana! Un gusto, mi nombre es Juan Pedro, si podes mañana te espero a las 9 de la mañana. Avisame así te paso la dirección. Saludos". Antes de irme pase por la oficina de Romina para pedirle permiso para entrar más tarde ese jueves, me dio el okey así que contesté que ahí estaría y recibí la dirección.

Esa noche dormir me costó un poco más, no era prejuiciosa con la psicología, pero nunca había tenido que ir por un problema puntual. Nunca había hecho terapia. Le conté a mi mamá, que me llamo orgullosa y me prometió que todo el dolor y el enojo se iba a ir.

ReconstruirmeWhere stories live. Discover now