Capítulo 5: La noche que destruí todo

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Cerré la puerta con una fuerza que no sabía que tenía en mi cuerpo. La ira se apoderó de mi y empecé a tirar todo lo que tenía al alcance al piso, lloraba y puteaba al mismo tiempo. Mi taza del desayuno termino como mi corazón, destruida en el piso. Entré a mi habitación y tiré todo lo que estaba en la cama al piso. Me miré al espejo y no me reconocí. Mis ojos estaban inyectados en odio y en dolor, porque todo era dolor. Agarré los pocos portarretratos que tenia y los reventé contra el piso, la ropa que quedaba de él en mi placard la revoleé por los aires. No quería nada de él cerca de mí. Se había llevado mis ilusiones y ya era suficiente.

El día que nos pusimos de novios, antes de decirle que sí, le pedí que no me rompiera el corazón. Si había algo que me generaba pánico era que me lastimaran. Siempre me mostré fuerte y descontracturada, pero en realidad era miedo a dejar mi parte mas sensible al descubierto. Y así fue, entregué mi alma a un ser casi desconocido porque me sentía cuidada y amada. Compartí con él mis amigas, mis sueños, mis secretos. Y termino haciendo lo único que le rogué que no hiciera.

En mi ataque de nervios, marqué el teléfono de Eugenia para que corriera a ayudarme, había vidrios por todos lados, ropa, y muchas lagrimas.

- Hola – escuché una voz del otro lado del teléfono entre ruidos –

- Amiga – intenté calmarme – necesito que vengas ahora

- Mariana -me descoloqué – soy Pedro, tu psicólogo – me tapé la boca –

- Ay no, perdón – y corté automáticamente –

Respiré profundo y ahí si me comuniqué con Euge, que a los 20 minutos estaba en mi casa. Mi teléfono no dejo de sonar, tenia muchos mensajes de mi terapeuta y llamadas perdidas. Cuando la casa quedo en orden y mi amiga cocinaba para mí, me miró por décima vez para que atendiera. Suspiré y le hice caso.

- Mariana – me dijo del otro lado un poco molesto – Estas bien?

- Hola, si – respiré profundo – te llamé a vos por equivocación, no quise molestarte

- No me molestas, me preocupaste – me tiré en el sillón – Te escuché un tanto alterada

- Puedo pedirte una cosa? – no hubo respuesta, supuse que me estaba dando el pase – no me digas más Mariana, decime Lali – escuché una risa e hice una mueca mientras Eugenia miraba desde la cocina –

- Esta bien Lali, contame que paso, si te sentís mas cómoda abro el consultorio y hablamos – abrí los ojos bien grande –

Me negué a verlo, pero si tuve una especie de sesión telefónica. Me encerré en la habitación y le comenté todo lo que había pasado. Había un grado de confianza con un desconocido que me asustaba, pero no podía parar de contarle todas las sensaciones que había sentido, como rompí varias cosas de mi departamento y de las ganas de llorar por días que tenía. Me recomendó un baño y no quedarme sola. Le prometí calmarme y que mi mejor amiga se quedaría conmigo toda la noche. También me hizo prometerle que antes de volver a romper algo de mi casa por alguien como mi ex, lo llamaría primero. Se lo prometí.

Eugenia, me miro cuando salí del cuarto y empezamos a reír, de nervios, de bronca. Me abrazó fuerte y me dijo que Santiago no valía ni la taza que había roto. Su ropa la tiro a la basura y se me escapó una carcajada. Mi amiga siempre vivía al limite. Estaba odiada con mi sufrimiento y me juró que no iba a dejar que me sintiera así de nuevo.

Comimos una pizza congelada y abrimos un vino. Empezó a preguntar por mi psicólogo, me pidió una foto y le mostré la que tenía en su perfil de WhatsApp. Detuve la mirada en sus ojos y en seguida saqué mi cabeza de ahí. Estaba por enloquecer.

- Lalo – la miré mientras comía otro pedazo de chocolate – Cuando crees que vamos a poder joder con el plantazo? – revoleé los ojos – Es que yo se que paso muy poco tiempo, pero tengo tantos chistes para hacer sobre eso – Euge era así, a todo le sacaba dramatismo, ella quería reírse de las desgracias ajenas como lo hacia con las propias –

- El día que podamos joder con los cuernos que te puso Juan y lo viste con tus propios ojos – me reí y me tiró un almohadón –

- Eso si fue una mierda – se acomodo en el sillón – y yo no estaba enamorada como vos – me reí, podíamos hablar de cualquier cosa sin filtro, pero sobre todo sin lastimarnos – pero lo hizo adelante mío. Un limite te pido.

- Euge, creeme que te dejen con el vestido colgado en el placard es no tener limite– agarré otro pedazo –

- Está es la Lali que quiero ver – sonrió y chocó su pie con el mío – Che, tu psicólogo esta lindo – revoleé los ojos – estará soltero?

- Ay Eugenia, que estas diciendo – la miré indignada – me separé hace cinco minutos

- Y quién estaba diciendo que era para vos? – me acusó y explotó en risa – Solo pregunto, nada más – levantó los hombros y otro trago de vino corrió por nuestra garganta.

Nos dormimos entre chocolates y botellas de vino blanco. En el sillón, riendo se podría decir, cuasi abrazadas y tapadas con la manta que correspondía al pie de cama. Éramos más hermanas que amigas. Teníamos la necesidad de protegernos todo el tiempo.

La noche que Juan la hizo cornuda, de adentro mío salió una fiera que se desató por completo cuando le tiré una cerveza entera en su camisa. Ella era contenida por Candela y Gastón, amigo nuestro de la secundaria, me agarraba mientras yo le gritaba barbaridades. Esa fue la ultima vez que mi amiga vio al sujeto en cuestión. Y esa fue la ultima vez que iba a permitir que lastimaran.

El sol entró por la ventana bien temprano y me enojé. Nada me ponía de más mal humor que despertarme con la luz de afuera sin pedir permiso. Arrastre mis pies a la ducha y dejé que el agua me sacará toda la noche anterior. Me cambié y decidí salir a correr. Solo moví un poco a mi amiga que se metió en la cama y le avisé que volvía con el desayuno para las dos.

Correr sin tener sentido del tiempo fue liberador. No era algo que hiciera muy seguido, pero si me ayudaba a descargar todo lo que tenía encima. Cuando terminé mi recorrido, pasé por la panadería para comprar unas medialunas. Eran los primeros días de marzo y el calor se sentía desde temprano en el asfalto de la ciudad. Llegué a la puerta de mi departamento y había un flete en la puerta. Eugenia estaba plantada en la entrada con cara de recién despierta peleando con el señor que se negaba a subir las cosas. Mis cosas. Raúl, el encargado del edificio, intercedió para calmar la situación y se hizo cargo de alcanzar las cosas a la puerta de mi casa. No podía pensar.

Un par de cajas apoyadas en el living de mi casa, bolsas de consorcio llenas de ropa. Mis ojos de nuevo con lagrimas y mi amiga a los gritos por teléfono. Sí, hablaba con Santiago y escupió un sermón de puteadas dignas de película. 

ReconstruirmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora