Capítulo 38

1.9K 117 51
                                    

BRYAN

Descansé la cabeza en el respaldo del sillón y cerré los ojos. Era tan mullido y cómodo y estaba tan agotado que tranquilamente podría quedarme dormido ahí mismo. El único impedimento era mi cabeza, que no podía parar de pensar en todos los problemas que tenía.

El ruido de la puerta de mi despacho me hizo enderezarme y salir de ese estado de relajación momentánea.

—¡Hasta que llegas!, ¿qué ha pasado, olvidaste dónde quedaba mi casa? —pregunté mientras me fijaba la hora en mi reloj de muñeca. Se había tardado dos horas, mínimo, en llevar a mi hija.

Maurice cerró la puerta y tomó asiento en el sillón. Colocó la pierna derecha sobre su muslo izquierdo y se quedó observándome como si le debiera una explicación. Le devolví la mirada un buen rato hasta que perdió la paciencia.

—¿Y, cuándo me lo ibas a contar? ¿Cuando ya estuvieran por el tercer hijo? —su tono burlón no ocultaba del todo la incredulidad e intriga que demostraban sus gestos.

—¿Tú también vas a empezar con lo mismo? ¿Mi hija te ha contagiado en el camino? —le dije de manera tranquila. Ambos sabíamos que no le debía ninguna explicación.

Maurice rió sarcásticamente— Es que... algo ya me olía yo —aseguró negando con la cabeza, como si estuviese hablando solo—. De Mía era algo obvio. Esa cría ha estado colada de ti desde que te vio, pero ¿tú? Si es que todavía no me lo creo. Me parece imposible, tanto es así que por eso me negaba a ver siempre las señales que estaban ahí. ¡Joder, pero si hasta ha logrado que faltaras a trabajar! —exclamó abriendo los ojos como platos, como si estuviera descubriendo un universo nuevo. Aún recordaba como me había tocado los huevos preguntándome día sí día también a quién me había fallado el día que había decidido faltar a la empresa para estar con Mía—. Admito que traía mis sospechas, varias veces estuve tentado a preguntarte, pero preferí hacerle caso a mi razón, a esa parte de mí que te conoce porque jamás me hubiera imaginado que te fijarías en una chica tan joven. Por más guapa que sea.

Pensé en esos días en los que él había estado raro, haciendo comentarios extraños y lanzando miradas que nunca me había lanzado. Eso me hizo pensar en que por más que nos hubiésemos seguido ocultando, tarde o temprano nos hubieran descubierto, y por lo que veía... más temprano que tarde.

—Y mira que has tenido oportunidades —siguió con su verborragia—, y las has rechazado todas... ¿Cómo se llamaba la becaria? ¿África? Si hasta en bolas se te había puesto la vez que nos fuimos a aquél viaje de negocios cuando tu padre aún estaba vivo... ¿Cuántos le llevabas, nueve años?

—Ya basta, joder. Eres un pesado, ¿qué demonios tiene que ver África en esto? —Le dije, impidiendo que siguiera hablando estupideces y yéndose de tema.

—Tiene que ver, joder. No quisiste acostarte con ella y era una preciosidad. Te buscó durante meses, y jamás le hiciste caso, la rechazaste en todas y cada una de las oportunidades... entonces... ¿Por qué Mía? —Preguntó con verdadera intriga.

La verdad era que África había sido una pesadilla. Sí, la tía era guapa, pero no me interesaba en lo más mínimo y el que hubiera estado tanto tiempo acosándome solo había hecho que no la soportara. Con Mía había sido distinto, no podía negar que aunque la había rechazado varias veces, ya me había gustado desde el principio. Había existido química desde el momento cero.

Mi silencio pareció hacerlo perder la paciencia. Se acomodó en la silla y cambio el gesto despreocupado y gracioso a uno más serio.

—Oye, no esperarás que me vaya de aquí sin respuestas. Quiero saber por qué le has dicho que sí justo a Mía, a la mejor amiga de tu hija, que además es tu empleada y que tiene unos cuantos años menos. —Ya no sabía si estaba hablando con mi amigo o me encontraba en la corte y me estaban leyendo los cargos.

Escandalosa tentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora