Parte XII: BAJO ÓRDENES VILES - CAPÍTULO 129

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CAPÍTULO 129

Liam estaba de buen humor, y eso había levantado el ánimo de Cormac. Por primera vez desde el viaje desde Sorventus a Lestrova, su misión no parecía tan irrealizable, y la muerte segura a la que se enfrentaban, no parecía tan inminente. Haber burlado a los cuatro soldados del puente les había insuflado un nuevo coraje, un nuevo sentido de que había esperanza de vencer. Pero por supuesto, ninguno de los dos era tan necio como para no poder razonar que enfrentar a Zoltan no se comparaba en nada con amedrentar a unos soldados jóvenes, inexpertos y poco inteligentes. Aun así, los dos jinetes habían decidido disfrutar de este sentimiento de alivio y de poder por el momento.

—Háblame de Zoltan —pidió Liam a Cormac mientras cabalgaban por un sendero de la parte quemada de Virmani.

Los árboles en esta área eran notablemente más jóvenes y más escasos que los del resto del bosque. Todavía podían verse los restos de troncos negruzcos, asomando entre la vegetación, testigos del enorme incendio que Calpar había detenido.

—Su temperamento es volátil, su inteligencia es media —lo describió Cormac—. Lo que lo hace muy peligroso.

—¿Y su habilidad?

—Telekinesis, pero es bastante limitada. Solo puede mover sus dagas, que son de una aleación de metal especial sobre la que tiene poder.

—¿Cuántas de esas dagas tiene?

—Lleva seis encima en todo momento. Se ha vuelto muy hábil y preciso en su manejo. Puede matarte a la distancia de una forma rápida y efectiva antes de que tengas tiempo de desenvainar tu espada. Sin embargo, elije en general clavarlas en lugares donde la muerte llega a su víctima de forma lenta y desesperante, pero inevitable.

—Ya veo. Otro maldito torturador sádico —gruñó Liam con disgusto—. ¿Algún poder que le permita manipular la mente de otros?

—No —meneó la cabeza Cormac—. Es por eso por lo que nunca le ha sido muy fácil manejar a Ariosto, excepto cuando ha aumentado el odio del rey contra Agrimar, para lo cual no se necesitan grandes habilidades de persuasión. Lo más peligroso, sin embargo, es su desmedida ambición y su crueldad. Digamos que no escatima en demostraciones de poder para infundir miedo y lograr la sumisión de otros.

—Conozco el tipo —suspiró Liam.

—Liam, si estás pensando en un ardid para engañarlo... —intentó disuadirlo Cormac.

—No estoy pensando en nada —negó el otro con la cabeza—. Solo intento informarme de la situación.

Cormac solo suspiró.

Telekinesis, pesó Liam. Si Gus estuviera con él, el asunto sería pan comido. Su amigo podía repeler cualquier ataque con objetos volando hacia él y tenía dominio sobre cualquier tipo de elemento, no solo metales especiales. A Liam le sorprendió que al pensar en Augusto lo había hecho como su amigo y no como alguien que lo había traicionado. Con todo lo que había pasado desde su secuestro en Caer Dunair, su resentimiento parecía haber menguado en cierta medida, y se encontraba más propenso a esperar por una explicación del comportamiento de quién había contribuido a su separación de Sabrina. De todas formas, Augusto no estaba con él, así que debía pensar en otra manera de enfrentar a Zoltan. Tal vez Valamir tenía razón, tal vez debía encontrar la forma de detener al mago sin confrontarlo en presencia física, pero para eso, necesitaba mucha más información de la que tenía.

El sendero se ensanchó de pronto y los dos jinetes entraron en un camino descuidado, pero con claras señales de alto tránsito. La presencia de los árboles se fue haciendo cada vez más escasa, hasta que desaparecieron por completo, y se encontraron en una planicie con amplios campos sembrados a los costados.

—No soy experto en agricultura —comentó Liam—, pero... ¿es esto normal? —señaló los campos.

En efecto, los cultivos habían sido claramente arrasados por el fuego recientemente y todo lo que se extendía a ambos lados del camino no era más que un mar de cenizas.

Cormac detuvo su caballo y desmontó. Liam hizo lo mismo, siguiendo a su compañero, quien se acercó a las cenizas y se arrodilló para examinar la tierra más de cerca.

—No tiene sentido —murmuró Cormac.

—¿Qué cosa?

—A veces, los campos de los sembrados se queman para mejorar su fertilidad. El campo quemado es también más fácil de trabajar, más blando y desmenuzable para la próxima plantación, por lo que algunos agricultores lo prefieren al barbecho común.

—Sí, sí, se nota que tienes conocimientos técnicos sobre el asunto —resopló Liam—, pero ¿por qué no tiene sentido?

—Porque esta no es la época correcta para hacerlo —respondió Cormac con paciencia—. Mira —le señaló un trozo de planta semi quemada que había sobrevivido al fuego.

—¿Qué es? ¿Trigo?

—Exacto —confirmó Cormac—. La planta está a medio madurar, lo que significa que alguien quemó deliberadamente las plantaciones de este año.

—Tal vez fue un accidente —propuso Liam.

—No —meneó la cabeza Cormac—. Si así fuera, los aldeanos habrían intentado sofocar el fuego, habría partes sin quemar.

—¿Estás diciéndome que alguien deliberadamente quemó los campos e impidió a la gente detener el incendio?

—Sí.

—¿Con qué finalidad?

—Castigo —respondió Cormac con el rostro serio.

Cormac y Liam volvieron a montar y siguieron camino entre los interminables campos negros. El viento levantaba por momentos las cenizas que volaban hasta los dos jinetes, dificultando su respiración e irritando sus ojos. Los dos optaron por levantar las capuchas de sus mantos y envolverse el rostro con un trozo de tela, dejando apenas una rendija a la altura de los ojos para poder ver el camino.

—¿Es eso lo que creo que es? —señaló Liam en la distancia hacia adelante.

Cormac tragó saliva sin contestar. Como había temido, la destrucción de los campos había sido solo el preludio de un castigo mucho más macabro.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora