Parte 39 - El regalo

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Capítulo 39

El regalo


—Tengo que irme. No quiero que alguien se despierte y me encuentre fuera —dije mientras sus besos se volvían más exigentes.

—No te voy a dejar ir. Tú eres mi regalo. Y te necesito —me besó en el cuello y apenas pude hablar. Sus manos me acariciaron la espalda y la nuca.

—Daniel, dejémonos por ahora, nos van a pillar —dije como último intento, porque no quería salir de sus brazos, pero intentaba mantener la cordura.

Se detuvo y me sujetó la cara.

—Eres mi mujer y estamos esperando un hijo. No me escondo de nadie, y tú tampoco —habló con propiedad.

—No soy tu mujer, Daniel. Solo soy la persona que actualmente está embarazada de tu hijo.

Se levantó y se dirigió a un cajón de uno de los armarios que no estaba cubierto por paños blancos. Sacó algo de él y volvió a sentarse en la cama. Pero en el mismo momento, se levantó de nuevo y se arrodilló delante de la cama y de mí.

—En ese caso, creo que podemos solucionarlo. Feliz Navidad. Te regalo mi corazón y mi vida para siempre. ¿Quieres casarte conmigo?

Casi no llegué al año nuevo porque pensé que me daría algo allí. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Qué sensible estaba últimamente. Mis oídos aún intentaban asimilar lo que acababa de oír. Mi corazón latía a mil por hora.

—Daniel... No sé qué decirte —no me salen las palabras. Me quedé bloqueada, sorprendida.

—Di que sí. Eso es todo lo que quiero oír.

—Sí. Sí. —Sacó el anillo de la caja. Era un hermoso solitario con un precioso diamante. Simple y perfecto. Me lo puso en el dedo—. Es precioso.

—Preciosa eres tú, esto es solamente una muestra de mi amor y compromiso contigo —me abrazó y nos besamos durante mucho tiempo.

El beso se hizo un poco más intenso y el deseo entre nosotros no podía parar sin sellar esa noche. La noche en que nos entregamos el uno al otro, sin límites y sin barreras. Sus manos acariciaron todo mi cuerpo, su boca bajó por mi cuello. Al cabo de un rato, mi ropa volaba por la habitación y Daniel se quitó la suya casi al mismo tiempo. Me tumbó en la cama y se colocó encima de mí. Me besó por todo el cuerpo sin dejar escapar ningún rincón de mi piel.

—Me has hecho el hombre más feliz del mundo —se acercó a mi boca y me besó con cariño—. Me diste las dos mejores cosas de la vida. Tu amor y el fruto de él.

Mi corazón latía de emoción.

—Daniel, quiero decirte algo —intentaba hablar con él, pero me costaba. Siguió acariciándome, lentamente, y me estaba volviendo sumisa a su tacto y las palabras ya salían con mucha dificultad.

—Dime, amor mío —me besó la clavícula.

—Gracias —alzó la vista para verme mejor—. Por no rendirte. Por buscarme. Por amarme. Por todo. Regálame un beso.

Me dio el mejor regalo de Navidad que podría tener, su amor.

—Te daré el mundo. Te quiero tanto que me duele. Os deseo inmensamente a los dos —dijo, haciéndome recostar sobre las almohadas y dejando que sus manos posadas acariciaran mis sensibles pechos—. Eres preciosa.

Sentí que la excitación recorría todo mi cuerpo, incluso antes de que me acariciara los prominentes pezones. Lo único que podía hacer era gemir y jadear. Me senté en su regazo para poder volver a besar su atractiva boca. Dejó que sus dedos se detuvieran en mi vientre aún plano mientras sentía que los músculos de su torso se tensaban al acariciarlo. Sonrió ante mi atrevimiento y mi afán y me miró a los ojos mientras le acariciaba todo el cuerpo hasta que mi mano se detuvo en su hinchado miembro, dejándome explorarlo. Cerró los ojos al sentir que mi lento erotismo le apretaba aún más. Quería darle placer como él me daba placer a mí.

—Para —gimió. Me besó sin aliento—. Quiero estar dentro de ti, te deseo.

Tiró de mi cuerpo para que cayera completamente sobre el mío. Se movió rápidamente, llegando a lo más profundo de mí. Todas sus embestidas me hacían arder como fuego líquido. Me colgué de él, abandonándome con locura. Llegamos al límite del placer y los dos quedamos en los brazos del otro, besándonos.

—Me haces sentir especial —dije.

—Eres especial, eres mi mujer —me dijo al oído, mientras nos acurrucábamos el uno en el otro para dormir.

—Todavía no soy tu mujer —me burlé de él.

—Espero que cuando seas mi esposa no seas tan terca. Siempre fuiste mi mujer. La mujer que poseía mi corazón.

Me dormí con una enorme sonrisa en la cara. Por lamañana, nos levantamos y decidimos ir a mi casa y decirles a mis padres laverdad. Estaba nerviosa, pero cuando Daniel llegó a mi casa, cogiéndome de lamano, la misma mano en la que ahora había un anillo de compromiso, me llené devalor y emoción. Mis padres estaban muy sorprendidos, pero felices al mismotiempo. Saber que iban a ser abuelos y saber que Daniel era el padre del bebéles produjo una enorme alegría. Sabían que estaba en buenas manos. Daniel eraitaliano y había nacido y crecido allí toda su vida. Conocían su trayectoria ylo admiraban. Mi hermana estaba feliz de ser tía y no paraba de decirme que ibaa venir a vivir conmigo a Boston. Pasamos los días restantes allí con mifamilia. Daniel me llevó a ver su casa y algunas de sus tiendas. Fue la mejorNavidad de todas. Regresamos a Boston cuatro días después de iniciar el viajeque cambiaría nuestras vidas para siempre. Y teníamos un futuro poco claro,pero muchos planes. Al mismo tiempo, llevábamos el amor que sentíamos el unopor el otro y por nuestro futuro bebé, y en este momento era suficiente paraser felices y estar en paz.

 Al mismo tiempo, llevábamos el amor que sentíamos el unopor el otro y por nuestro futuro bebé, y en este momento era suficiente paraser felices y estar en paz

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FIN

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Régalame un beso © (TERMINADA Y COMPLETA)Where stories live. Discover now