Capítulo 38

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Bella

Debo resolver esta situación cuanto antes, me provoca un tanto de estrés y nervios hasta el punto que las manos me sudan.

Apago la pantalla del móvil, guardándolo en la cartera, tomo varias bocanadas de aire en búsqueda de tranquilidad, no me la brinda, siento una locomotora en el pecho, esta no para.

Hay un hueco en el estómago a consecuencias de este malestar que me sonsaca de mi zona de confort.

Debo tranquilizarme.

—¿Estás bien?

Brinco del susto al tener la presencia de alguien tan cerca, a la vez que aún no memorizo del todo los acordes vocales de estas personas.

Giro encontrándome con Lennis, pocos centímetros, Francis nos observa, tener tanta atención me hace sentir extraña, observada, no sé por cuál de los dos más.

Retrocedo al sentir la invasión en mi espacio personal, finjo las mejores de mis sonrisas.

—Disculpe...lo estoy, muchas gracias. —confirmo.

Se hace un silencio extenso, estamos en una parte retirada de donde están los clientes, el bullicio es poco, al tener a estos hombres en el mismo espacio, me cosquillea el cráneo, estoy aturdida, no entiendo el porqué.

—Entonces, ¿Te esperamos mañana? —aborda Francis, colocándose a la par junto al hermano.

Enderezo la espalda, aliso las arrugas invisibles de mi traje, asintiendo a la vez.

—Por supuesto, señor —contesto.

Se miran entre ellos, cuando las personas hacen eso, espero cualquier acción, más no sucede nada porque estos hombres tal parece que son impredecibles.

Lennis —creo que es el mayor —, mueve los labios como para decir algo, más Francis una vez más interrumpe.

—Me alegra escuchar eso —extiende la mano, busca que lo salude, no me queda de otra que dar la mía. Sostiene mi palma llevando el dorso hasta sus labios, donde deposita un casto beso, todo caballero inglés, sin embargo, a mi ese tipo de accionar no me produce nada, ni halago, ni sonrojo —. No te quitamos más tiempo.

Lennis, guiado por el hermano, sujeta mi otra mano haciendo lo mismo, quizá esperan algo de mí, alguna expresión.

Retiro con delicadeza, esa que mi madre me enseñó, ambas manos.

—Así será, caballeros, gracias por todo —retrocedo, digo adiós con la palma y mientras camino a la salida donde mi escolta espera ya en el auto frente al restaurante, sus miradas siguen sobre mi espalda y figura.

Estoy tan paranoica últimamente, esa que Koa me ha pegado, término mirando hacia los lados, Miguel sigue la dirección.

—Entre al auto, por favor —incita.

No hay nada ni nadie Bella, estoy segura, nada va a sucederte, ¿Entonces por qué todo este malestar?

Miguel toma el volante, conduciendo por las calles, recuerdo la cita con tiempo al tomar la avenida principal.

—Llévame a esta dirección —le muestro, recuesto la cabeza cerrando los ojos.

—Señora, esta no es la dirección de la casa —recuerda lo que ya sé.

—Lo sé, tengo una cita ahí —comunico.

Dubitativo hace lo que le pido.

—Debo informarle al señor, pidió expresamente que avise sus movimientos, es por seguridad.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora