Capítulo 34

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Bella.

Apenas si puedo cepillarme los dientes sin que me resbale el cepillo de entre los dedos. Tengo una sensación extraña, esa que me mantiene con las manos sudadas.

Soy una mujer de veintiún años, ninguna inexperta, he llevado chicos a casa y me veo en una situación que para cualquiera parecería patética en mi caso.

Ni que sea profesional, busque independencia y tenga toda la experiencia que conlleva a alguien que ha vivo tanto como yo, nada se compara a esto.

Por primera vez creo que, en toda mi vida estoy experimentando lo que le llaman amor de verdad, toco con los dedos a esa persona que me da felicidad, sin embargo, como ya he mencionado en ocasiones anteriores, puede destruirme con solo un movimiento.

Nunca creí que llegaría el momento que me vería más allá de la tierna e inocente Bella, la única sobrina, princesa, consentida de la familia. Para mí era el martirio más grande escucharlo tratarme como una niña, sus comentarios, que me paseara en las narices a sus conquistas. Entre tantas cosas, jamás en la vida llegué a creer que Koa sintiera algo por mí, no le ha puesto nombre, aunque tengo la espina clava en el pecho por saber si esto que vivo es efímero, cierro la boca.

Deseo ir despacio, sin presionar nada, que fluya según el destino ya tiene todo trazado.

Solo sé que haré todo para que seamos felices mientras estemos juntos, cosa que quiero sea para siempre.

Ni la diferencia de edad, los desacuerdos, su audacia y experiencia me amedrentan.

Mi padre no crió a una cobarde, tampoco a alguien que juzga de primera, crio a alguien fuerte.

Lo he decepcionado en cuanto a su método de crianza, buscando lo que no se me perdió en otros lados, jugando a la felicidad que no es ni con orgasmos, solo teniendo a alguien a mi lado para no sentirme sola.

Tonto de mi parte. Una vez la puerta de mi habitación se cerraba, el frío de la soledad que habitaba en mi pecho, salía, llenaba los espacio, compungía mi alma, cerraba todo gramo de felicidad, lo reemplaza por lágrimas amargas. Noches en las que ves su foto y te tiembla el dedo con el poco autocontrol que ejerces, buscando no escribirle o darles un like a ellas.

Ya no quiero volver ahí.

Quizá nuestra decisión lleve a más de uno al dolor, la decepción, la vergüenza, quizá tristeza, pero es muestra felicidad, la mía en particular.

Sonaré egoísta, mas no quiero dejarla escapar.

No peino mi cabello, solo lo dejo en una coleta alta, moviéndome por la habitación con algo más de soltura. El tobillo está menos doloroso hoy.

Me cubro el pijama con un sobretodo, de ese modo pasa desapercibido la fragancia de Koa.

Una boba sonrisa curva mis labios.

Las mejillas se me encienden de solo recordar lo que hicimos en esa cama.

Me doy una palmada en la frente, si mamá me ve así, no dudará en preguntar y sacar sus propias conclusiones. Más me resulta imposible no recordar nada, sus besos son mi delirio y mi cuerpo reacciona de solo imaginarlo, mi centro palpita cuando los recuerdos de él entre mis piernas, sus dedos dentro de mí, como me tocaba los senos...el tamaño de su miembro.

—¡Dios! Estás más colada que la harina para el pan, Bella —murmuro.

Tomo las muletas, son una incomodidad que a duras penas puedo soltar.

Cerrando tras de mí, me guío por el pasillo el resonar del metal contra el mármol es lo único que se escucha.

A medida que me acerco a las escaleras, el nervio incrementa a niveles colapsadles.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora