Capítulo 33

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Koa.

Duermo en mi cama, como siempre, nada hay de diferente, sumido en las profundidades de un sueño pesado, envuelto en sábanas azul rey que se enroscan en mi cintura, agito la cabeza.

Un leve movimiento me sumerge dentro de los pasillos de mi mansión, silencio. Pasos se escuchan, las luces que ilumina los extremos del lugar se apagan, dejando solo un rayo que vislumbra los pies de alguien.

Escucho pasos a mi izquierda, derecha, atrás, adelante.

—¿Koi? —llamo, nadie me responde —. ¿Kaili?

Ninguno de mis hijos parece escucharme o ser los que producen el ruido de pies.

A tientas me muevo entre la oscuridad que se cierne sobre mí, ya no veo los pasos de quien vislumbré, ahora solo hay oscuridad.

Con las palmas en la fría pared me guío, es la manera más recurrente para no cometer algún error y terminar dándome de bruces.

Hay frío, mucho frío, algo lógico viviendo en Londres, sin embargo, el frío que hay me cala los huesos y algo más allá de mí, se instala en mi pecho como una roca pesada y fría. Cada vello de mi extremidad se eriza.

Pasos se escuchan de nuevo.

Una brisa fría alborota mi cabello, siento mucho más frío.

—¿Mamá? —llamo de nuevo.

Como la otra vez, no tengo respuesta alguna.

Tengo la garganta apretada, los músculos contraídos, miedo como nunca antes lo he sentido.

De pronto, vuelve a iluminarse el pasillo, luces leves que te dejan ver lo necesario.

Su hermosa cara, su sonrisa deslumbrante, el cabello rubio le brilla con más magnetismo bajo la luz, parecen hilos de oro.

—Muñeca —suspiro, camino hacia ella —. ¿Dónde están mi madre, los niños?

Ella no responde, sigue sonriendo, vestida de blanco.

Inicia una cuenta regresiva, mientras más me acerco, ella se aleja.

La sonrisa se le va apagando.

—Bella, no te alejes —pido, yendo más rápido, pero ni eso impide que se detenga, que ella no avance alejándose de mí, es como si alguien la jalara lejos de mi alcance.

Continúa dándome el frente, ya no hay sonrisas, ya no hay diversión, ni alegría, solo frío. Sus mejillas están húmedas de momento, las lágrimas gotean hasta el piso formando un charco de agua que a continuación termina siendo nada más que sangre.

Me aterro, horrorizado corro, pero es una carrera interminable.

—¡Bella! —me desgarro la garganta.

De un momento a otro la veo sobre el piso, herida, una tiesa, otra Bella en llanto, es una secuencia de varias Bella.

Me centro en la que cada vez más se aleja de mí.

Hay manos que me la arrebatan de mi alcance, una sale de la izquierda, otra de la derecha, alguien intenta ayudarme para traerla conmigo, pero no, nada evita que la alejen de mí.

Sonido de tacones sobre el mar de sangre se posicionan en mi campo de visión, dos hombres, una mujer, no les veo el rostro nada.

Una carcajada siniestra se escucha como un eco por el lugar.

La tentación de lo prohibido ©Where stories live. Discover now