Capítulo 53

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Violette

Respiro hondo, el paisaje frente al ventanal de la cual ahora es mi casa, resulta hermoso y atractivo para mí. He dejado de lado los medicamentos por el día de hoy, necesito un par de copas que ayuden a calmar la euforia creciente en mi interior.

Doy un sorbo largo, abundante, buen whiskey, una reliquia.

Espero sin desesperarme las buenas nuevas. La silla de ruedas ayuda a que pueda moverme con facilidad, esta casa solo consta de una planta, es fácil ir por todos lados. La pierna rota en cuatro partes deja de ser un estorbo por un rato, la mantengo anestesiada, estorba, verla es la tortura más aberrante que tengo todos los días desde que esa persona, la cual me encantaría saber quién es, a quien persigo sin rostro, destrozó mi carrera, mi vida, lo arruinó todo.

Todo por Bella Jones.

Elevo el volumen de la música del piano, esa solitaria que acaricia las paredes de esta casa, llenando el vacío, es eco en mis oídos, tan sola, sin vida, como yo.

¿Qué me mueve? La justicia, justicia por mí que no merecía nada de esto, estoy en este lugar solo por una perra insignificante, jugaré mis cartas una por una, todos caerán, así tendré redención.

La cerradura de la entrada principal se oye mover frenéticamente. Relajo los músculos acabando con la copa en manos, reduzco el volumen de los parlantes, yergo el pecho, acomodo la manta que cubre aquellos clavos, esa pierna sucia, asquerosamente horrible.

Con las palmas juntas en el abdomen, el cabello recogido en la cima de la cabeza, permito que entre el hermoso hombre al otro lado.

El cabello castaño, ojos del mismo color, su altura más que la mía, desalineado, raro en él, tiene el pelo revuelto, entra, furioso, dispuesto a cualquier cosa, lo noto.

—¡Tú, hija de puta...! —de primeras es lo que recibo.

Vaya, que grabe problema hay aquí.

—Querido... —sonrío, retroceso, embiste en una patada muy cerca de mi cara. Por la perra que lo parió lo voy a matar si vuelve a hacer eso —. Relájate, Leonel, de lo contrario vas a terminar mal.

Mi advertencia es más que algo solo de los dientes para afuera, las cejas casi juntas, los brazos a mis costados, le sostengo la furia e ira que emana.

—¡¿Qué crees que hiciste maldita puta?! —gruñe, la saliva salpica mi rostro de tan alto y a bocas abiertas que habla.

Encojo los hombros, sigo retrocediendo, alcanzo la botella de la que tomaba, sirvo dos, le extiendo una.

De un manotazo manda el vaso al piso, se hace añicos, casi destroza mi mano.

—Dame una sola excusa por la cual no te mate ahora mismo —exige.

Bebo el contenido, con la malicia creciendo, dejo el vaso, el golpe seco del cristal y la madrera rompe el silencio.

—Lo que tú no hiciste por falta de huevos, es suficiente eso —respondo, inmutable.

No lo veo venir, tira de mi cabello, con saña, enreda la cola en su puño, abofeteándome, la sangre inunda mi paladar, seguido pruebo el sabor metálico.

—Este es tu maldito fin, perra —vuelve a abofetearme —. ¡Metiste a Francis en un problema!

El clic del arma que dejo sobre sus testículos, junto al frío del metal lo hace retroceder, eso ya no me importa, disparo a uno de sus muslos, estamos alejados de la ciudad, aquí nadie vendrá a meterse en asuntos que a ninguno le incumbe.

Jala por su pistola, sin embargo, en cuanto lo hace, tres hombres están apuntando directo a la patética cabeza de quien fuera marido de mi hermana Lucy, luego amante mío.

La tentación de lo prohibido ©Where stories live. Discover now