Capítulo 30

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Elizabeth.

Mi tía está tan mal que ni hablar puede, su estado es crítico, un derrame cerebral, estado vegetal.

Mis primos la mantienen viva esperando el momento en el que su respiración se corte para siempre. Resultado de haber llevado una vida desmedida desde su juventud, el alcohol debía ser parte del líquido ingerido diario de la señora Carlota, el mismo vicio que sus hijos heredaron.

Tanto les importa su madre muerta en vida, que aquí no están, el mayor debe estar en el bar de mala muerte a dos cuadras de aquí, el segundo metido en las cuatro paredes de su casa, ahogándose en alcohol por igual y la única hembra, ella lleva una vida al límite, hombre que le gusta, hombre que se coge, de paso otras veces vende su cuerpo a cambio de ese líquido del demonio.

Es una maldición todo esto, mis padres se fueron por un barranco cuando apenas tenía tres años, conducían ebrios. Es como una cadena, el adicto, arrastra al otro y así sucesivamente.

Durante muchos años asistí con el psiquiatra para controlar la ansiedad que ese líquido me producía, hoy soy una mujer que ingiere alcohol sin que al otro día quiera vaciar la reserva de mi casa.

El autocontrol es importante, tú decides que quieres o no en tu vida, que comes o bebes, a que le das importancia, que deje que te domine. Soy una obsesa del control. El trauma de mis padres muertos que apenas recuerdo, me marcó para siempre, si hubiera sido igual que ellos, ¿Qué ejemplo le habría dado a mi hija? El peor de todos sin duda.

—El karma les llega a todos, querida tía —comento, agarrando su mano inerte —. ¿Quién diría que el día de hoy iba a verte aquí? Nadie, no a ti la que manejabas mi vida a tu antojo, las de tus propios hijos.

Lágrimas pesadas y gruesas se acumulan en mis ojos, recuerdos tormentosos y tristes azotan mi estabilidad mental.

—Te dije que tarde o temprano pagarías en vida el daño que me hiciste —prosigo, con resentimiento, las lágrimas se deslizan por mis pómulos con gran pesadez, bajando un poco la carga tormentosa que llevo en mis hombros —. No alcanzas los sesenta años y aparentas de noventa, estás muerta en vida, esta cama, este calvario es tu castigo, mereces esto y más, eres una basura.

Estoy respirando irregular, sufrí por quedarme huérfana, duele eso, que vayas a la escuela y los demás niños te lo griten en tu cara, pero más duele que al llegar a la que se supone es tu casa, que tus padres te dejaron, te traten como nada, un traste más de adorno, que te exijan cuando por el contrario eres tú la que debes exigir, es tu casa.

—Lo peor que pudo haberme pasado en la vida, fue que me dejara el estado a tu cargo, debiste dejar que me llevaran a instituciones del gobierno monárquico —reclamo llena de furia, ni los años han podido borrar de mi memoria y de mi corazón los males que esta mujer me hizo —. Limpié pisos para pagarme la universidad, cuando tenía un fideicomiso para pagarme una vida tranquila y en paz, hacía trabajos a mis compañeros que me ayudan con la comida y no conforme con ello, me apostaste como parte de tus juegos de azar.

Recuerdo cada detalle, yo era una joven recién entrada a la universidad con beca, tenía el alma tan pura, inocente a todo lo malo que a mi lado sucedía.

Justo cuando sueñas cuentos de hadas, muy a pesar de que tu realidad es una mierda, aparece tu príncipe azul, que las flores, que los chocolates, el peluche, cine, almuerzo, meriendas, comidas...terminas enamorada de una forma muy tonta en la vida y entonces sucede, obtienen lo que querían, te divulgan entre sus amigos, los cuales intentan pasarse contigo a cada oportunidad, manosearte, tienes que irte de tu casa, dormir en las calles o un parque, con frío y lluvia.

Los sollozos sacuden mi cuerpo con gran agitación.

Ninguna mujer merece ser una apuesta.

—Sé que me escuchas —digo con voz entrecortada —. Tu cabeza ha de estar recordando todos los episodios posibles de tus maltratos, golpes y humillaciones, sin embargo, quiero que te preguntes algo, Carlota, ¿Dónde está tu querido amigo de juegos? —río, frenética, doblando mi estómago por la risa, mis dientes castañean por los temblores y el llanto —. Creo que te respondiste, espero se encuentren en el infierno, querida tía —limpiando su frente con una toalla húmeda, quito la suciedad con alcohol y deposito un frío beso en ella —. Que tu alma se pudra y se consuma en las llamaradas del infierno.

La tentación de lo prohibido ©Where stories live. Discover now