II

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NADÍN:

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NADÍN:

Cuando dejamos atrás el pueblo, comenzamos la senda polvorienta llena de tropiezos hacia la cumbre montañosa.

El pelirrojo de ojos verdes iba montado sobre el asno, siendo una carga extra para el animal que a pesar del peso mantenía un paso ligero, todo lo contrario a mí, pues tenía dificultad de marchar al mismo ritmo, mis zapatos desgastados resbalaban a cada rato. La cumbre era larga y agotadora que podría mantenerme físicamente en buen estado por muchos años, si elegía subir a diario, disciplina que nunca adoptaría por supuesto.

Las casas del pueblo se veían disminuidas desde la altura que nos encontrábamos, parecían un espejismo rodeado de colinas en medio del valle que emitía destellos metálicos.

—Nos falta una hora desde éste punto —informó Rimbly.

Habíamos llegado a una enorme roca plana acobijada por un viejo roble. El resto de la zona era habitada por escaramujos y distintas clases de maleza.

—Espera un momento —pedí.

Rimbly detuvo al asno.

—Tu tía Margaret debería mudarse al pueblo.

—¡Jamás menciones eso frente a ella! —le advertí.

—Si no quiero ganarme un golpe con su bastón.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he escuchado de algunas personas.

—Y por esa misma razón debes ser precavido, Rimbly.

—Ella es extraña, ¿cierto?

Comprendí de inmediato a lo que Rimbly se refería.

—Se ha vuelto sensible debido a sus años. —Intenté explicarle, pero Rimbly pareció no entenderme, y no me molestó en absoluto, tan sólo era un niño inculcado de costumbrismo.

Con más oxígeno recuperado y habiendo estirado mis piernas para continuar en movimiento, volvimos a proseguir el cansado ascenso.

La petaca de agua que traía conmigo a muchas partes ya había quedado vacía cuando llegamos a casa. El aire fresco baño nuestros pulmones; en la cima los árboles componían un bosque decente para la biosfera y la supervivencia.

Un sendero compuesto de setos bajos que se extendía hasta una casa de madera, con jardín y una chimenea sin humo, nos recibió modestamente. Tuve que abrir la verja mohosa para permitir que Rimbly pudiera acomodar el asno cerca de la puerta principal.

—Menos mal, estaba empezando a cansarme —dijo Rimbly mientras desmontó con suma agilidad.

—Regresarás con el tiempo justo —dije, observando los rayos solares brillando todavía con fuerza a través de la espesura de los árboles.

—¿Tu tía Margaret no está en casa?

—No, tenía asuntos que resolver.

—¿Y no sientes miedo de quedarte solo? —susurró Rimbly.

El Espejo PERDIDO: y la Corona de EstrellasWhere stories live. Discover now