XVIII

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Nadín:

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Nadín:

Las nubes arreboladas cubrían la mayor parte del cielo. La luna en forma de anillo iba perdiéndose con la claridad del sol que de a poco anunciaba su luminosa llegada.

El huerto se hallaba sobre una pronunciada colina a las afueras de la ciudad, con grandes diques de piedra sosteniendo la tierra. Allí, crecían todo tipo de hortalizas de clima frío, debido a que la Ciudad Notaxu se encuentra en una zona alta donde la neblina roza la cima de sus montañas. Los árboles crecen en todas direcciones con bosques que llegan abrazar los lindes de Enid y Chakr. Detrás de Notaxu, en la lejanía, se imponen tres montañas envueltas en niebla oscura.

Dort Winch no tardó en confirmar mi suposición.

—Son las Montañas de Humo, siniestras, como ningún otro lugar en Terrabasta —confirmó al verme contemplarlas.

—¿En cuánto tiempo se puede llegar a ellas?

—Cinco soles como mínimo, pero el camino es muy vertiginoso.

Tuve una extraña sensación de que algo inexplicable y fuera de lógica habita en aquellas montañas.

Desde donde estábamos se podía apreciar todo el panorama de la ciudad, y el ruido de los primeros Indaneris dedicados al comercio se hacia presente en las primeras horas de la mañana. Una ruta alterna al Noreste comunica con las tierras de Galin, aunque para llegar a dichos dominios se deben caminar varias leguas en caballos de carga.

Muchos plebeyos trabajan en los huertos por voluntad propia, y cada día cobran diez rubicarios por su trabajo. Las jornadas son extensas, los descansos cortos, y la comida reducida. Los esclavos tenemos la obligación de irrigar los huertos cada día, mientras los plebeyos hacen el trabajo menos forzado; arrancar la poca maleza que crece entre las hortalizas.

—No entiendo como alguien tan joven fue condenado a la esclavitud —dijo Dort Winch al tercer día de mi llegada. Nos encontrábamos en la hora del almuerzo, bajo la sombra de un frondoso manzano, un tanto alejados del grupo, ya que ellos evitaban entablar amistad con nosotros.

—Intenté robar el Espejo Perdido —respondí. Dort Winch se ahogó con un trozo de pan.

—¡El Espejo Perdido! —exclamó luego de haberse recuperado—. ¿Cómo sabes de su existencia?

—Conocí al viejo Boklor.

—¡Oh, Boklor! En otros tiempos, fue un excelente observador de astros. Se rumora que últimamente ha perdido la cordura, incluso la Reina Pompol lo desterró de Chakr. Desde entonces muy pocos han logrado encontrarlo.

Dort Winch me había demostrado que era un terrano leal y decidí contarle mi verdadero origen.

—Dort, nunca has preguntado si soy un terrano. —Dort Winch alzó sus pobladas cejas—. Sabes, en realidad vengo de muy... lejos.

El Espejo PERDIDO: y la Corona de EstrellasOnde histórias criam vida. Descubra agora