XVII

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NADÍN:

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NADÍN:

¡Dos días exhaustos!

Fue lo que duró el viaje por la carretera de gravilla hasta las altas montañas dónde se encontraba la Ciudad Notaxu; capital del reino Indaneri.

Habíamos iniciado el viaje al finalizar la velada en el castillo de la Reina Pompol, la cual significó un rotundo fracaso para mí, por no mencionar que aún padecía los estragos de aquella noche. Cada golpe recibido dolió tanto que tuve que reunir toda mi voluntad para no gritar como un niño perdido clamando a su madre, quizás no haber tenido una me endureció para soportar el castigo, puesto que ser azotado fue una recompensa en comparación con ser enviado directamente al cadalso. Y aunque la maquiavélica reina intentó hacerme hablar sobre mis aliados, en mi caso “aliadas”, no quise darle el placer de humillarme más de lo debido. Sabía de antemano que haberle revelado la verdad habría sido un suicidio. Sin dudarlo nos hubiera mandado a los tres a una sentencia mortal, ya que eramos dos humanos y una traidora los que habíamos burlado la seguridad de su exuberante castillo. Además tuve parte de culpa por dejarme descubrir, olvidé cual puerta llevaba al rellano que conducía al pasillo correcto, para finalmente llegar a un corredor donde se encontraba un atajo que desembocaba en el Corazón del Castillo. Mi confusión se debió a que todas las puertas eran similares; madera marrón con pomos de bronce. No era fácil recordarlas a detalle, sin contar con la presión de los guardias que merodeaban en cada esquina. Escabullirme la primera vez fue todo un azar, algo fortuito, pero el segundo intento derivó en mi captura en la biblioteca cuando un guardia me vio salir y rápidamente cuestionó el por qué me encontraba merodeando en aquel sitio privilegiado. Los nervios me terminaron delatando y terminé compareciendo ante la despreciable Reina Pompol que a pesar de ser una mujer hermosa, el temor que inculcaba su tiranía era verídico en todo sentido. Mi espalda ya podía atestiguar el alcance de su poder, pero no voy a protestar en esta ocasión, porque las excusas son la debilidad de los cobardes.

"Acuérdate, la vida también suele ser una risotada, Nadín. Y cuando está se burle de ti, tú solo debes decirle; «ríete de mí, ríe lo que quieras. Te prometo que el día de mañana haré lo imposible por reír contigo», me había aconsejado tía Margaret sabiamente en una ocasión.

Siendo esclavo no me iría mejor, porque los Indaneris tampoco son ningunos sacrosantos. De inmediato, después de que los guardias del tal Frog me entregarán a los plebeyos mestizos del Sajal Yorkan —cómo ellos lo llamaban respetuosamente—, éstos terminaron despojandome el resto del horrible atuendo de sirviente que traía puesto y me obligaron a vestirme con harapos viejos y sucios que traían guardados en los bolsos de piel que llevaban sus caballos de escaso pedigrí. Menos mal y no me vistieron como ellos; pantalones de piel hechos a mano, al igual que sus camisas gruesas y descoloridas. También llevaban polainas de cuero, arcos, flechas, lanzas y dagas de obsidiana. Los guerreros más fuertes cargaban una porra de madera adornada con plumas azules. Tenían la piel curtida por el sol y sus rostros aguileños no eran amistosos. La mayoría traía el cabello descuidado hasta los hombros, con pendientes de colmillos adornando sus cuellos.

El Espejo PERDIDO: y la Corona de EstrellasWhere stories live. Discover now