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NADÍN:

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NADÍN:

Con una estrategia desesperada los guerreros Indaneris que portaban arcos se unieron a otros compañeros y prepararon un plan soberbio. La mayoría de ellos se mantenían protegidos por escudos revestidos de piel, sin embargo tenían que ponerse de pie para acertar un disparo, lo que les dejaría sin protección si querían lograr dicho cometido. Cada arquero se preparó en sincronización mental, tensaron las cuerdas; las flechas zumbaron como enjambre hasta encontrar blancos en las almenas —desde allí nos estaban atacando—, pero la integridad física de los arqueros quedó expuesta y pagaron su osadía. La mayoría de éstos cayeron entre la encrucijada de flechas con punta de plata y las de plumas azules, aunque no sin antes causar daño en las alturas. El talento de los Indaneris era innato y tenían mejor puntería que los centinelas de la Reina Pompol.

Los hombres sin alma tuvieron que volver a dispersarse, la ausencia momentánea de flechas hizo que el resto de guerreros volvieran a la batalla. Las aves simbólicas de Terrabasta aprovecharon la descompensa en los hombres sin alma e hicieron estragos explotando ese punto débil.

—Nadín, debemos encontrar un sitio más seguro, ellos volverán a disparar —exclamó Werek junto a Frifi y Maullende.

Sin pensarlo corrí hacia ellos saltando obstáculos, envuelto en un colapso de nervios y con la voluntad férrea de seguir viviendo; entonces el viento volvió a zumbar con otra marea de flechas. Había soltado el escudo para agilizar mis piernas, lo que fue una mala decisión, porque está vez no tendría como protegerme. Me detuve, derrotado, con mi espada pendiendo en el aire y la vista puesta hacia el cielo. Entonces, otro sacrificio volvió a suceder; los Rubicarios se interpusieron entre los guerreros Indaneris y la mayoría cayeron heridos haciendo que centenares de plumas azules se dispersaran por todas partes. El más imponente de los Rubicarios iba a caer sobre mí con una flecha incrustada en el costado, solté la espada e hice mi mayor esfuerzo por atraparlo. Con un golpe sordo se estrelló contra mi pecho y por la inercia caí tumbado al suelo, el aire me faltó al amortiguar su caída. Lo deposité con cuidado aun costado; el ave todavía tenía signos vitales. Sus plumas azules, suaves como la seda, emitían destellos con la luz del sol. Su larga cola consistía en dos plumas que alcanzaban más de un metro de largo, en ese momento su pecho blanco se hallaba manchado de sangre. Mi rostro fatigado se reflejó en sus ojos y sentí un profundo deseo de llorar, pero el Rubicario canto débilmente y eso me bastó para que pudiera recobrar la compostura.

Un centinela se acercaba a zancadas, conseguí alcazar mi espada y levantarme. Frifi y Maullende habían llegado a rodear el cuerpo del Rubicario herido.

—Que nadie se acerque a él —les ordené sobre mis hombros.

—Enemigos de la reina —vociferó el centinela—, deben morir sin honor.

Werek se vio envuelto en otro duelo y no tenía los medios para ayudarme. No había nada que hacer, debía pelear a muerte. Empuñe el oro de mi espada y pensé en un movimiento sencillo que vi ejecutar con precisión en la batalla, si quería sobrevivir no tenía porque alargar el combate. Pude notar una mirada vencedora en mi enemigo, y éste no dudó ni un instante para abalanzarse en mi contra aferrando su espada con suma destreza. Hice un medio giro sobre el torso confiando en la suerte; mi espada rasgo su cuello, el centinela permaneció unos segundos de pie asustado por mi astucia y luego se desplomó con un golpe sordo. Lo vencí tan rápido que solo me basto un movimiento, fue tal la sorpresa que ni siquiera sentí cuando mi vientre también fue alcanzado por la punta de su espada, la cual me provocó una herida no muy profunda, aunque larga, que empezó a escocer haciéndome padecer dolor.

El Espejo PERDIDO: y la Corona de EstrellasOnde histórias criam vida. Descubra agora