XIII

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NADÍN:

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NADÍN:

De todas las particularidades que he tenido que vivir, jamás había visto algo similar.

La algarabía proveniente del castillo no me resultó extraña, el viejo Boklor estuvo dándome una retórica de las costumbres de Terrabasta durante los días que convivimos. Lo más llamativo eran las jóvenes de rostros angelicales que aguardaban la entrada sosteniendo antorchas y tocando tambores y trombones, como si todo se tratara de un llamado de guerra, o, una canción demasiado movida.

No resultó sencillo localizar la dirección que el viejo Boklor me indicó: «Sigue esas tres estrellas, luego avanza en sentido contrario del sol hasta llegar a los árboles de troncos tallados que te guiarán al castillo de la princesa Layri», fueron sus instrucciones, y como inexperto extranjero me desvíe del camino, lo cual repercutió en un día de retraso. Porque no es tan simple abreviar los atajos sin contar con la experiencia necesaria.

—Resultaría agradable acompañarte, pero las muchas primaveras vividas me han privado de realizar largos viajes —se excusó el viejo Boklor el día de mi partida. Y no podía negarle la razón, no era más que un frágil anciano de ojos saltones al que una ráfaga de viento podría tumbarlo fácilmente.

A pesar de su apariencia desgastada, le debía parte de mi libertad, sino hubiera sido por su ayuda a estas horas estaría fregando catacumbas en la Ciudad de Chakr. Sin contar las provisiones de comida sumistradas y la ropa de tafetán que ahora traía puestas. Hay que decir «porque es mi deber decirlo», que su manera sedentaria de vivir era tranquila. En una cueva de difícil acceso (al menos que se conociera el punto exacto por donde llegar, pues se encontraba oculta a simple vista por rocas de grandes proporciones), vivía cómodamente, cazaba carneros en las tierras de Enid y recogía bayas y arándanos que iba guardando en su alacena. Además, contaba con media docena de butacones revestidos con piel de oso donde pasaba la mayor parte del tiempo contemplando las pinturas rupestres talladas en su caverna.

—Cuando llegué ya estaban allí, son obras de los primeros Indaneris, los jeroglíficos corresponden a su civilización. Fueron terranos sabios que respetaban las leyes de la naturaleza, estudiaban los cielos, el viento y la luna. Danzaban en las noches primaverales y cantaban en los soles festivos —me había contado el viejo Boklor al verme observar con sana curiosidad las paredes de piedra.

Sus recuerdos venían en retazos, acompañados de profundos conocimientos.

»La princesa Layri es una princesa encantadora. Conocí a su madre; una reina de carácter aguerrido. Su amado rey pereció en una cruzada contra el ejército de la Reina Pompol. Por aquel entonces la princesa contaba con cinco primaveras. Los soles grises nublaron el Castillo de Arena y nada volvió a brillar como antes. La reina enfermó de tristeza hasta marchitarse por completo, dejando un último decreto; cualquier terrano varón tenía explícitamente prohibido pisar el castillo que pasaría a manos de su primogénita —también mencionó el viejo Boklor.

El Espejo PERDIDO: y la Corona de EstrellasWhere stories live. Discover now