Capítulo 13. Lluvia

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SARAWAT

El teléfono vuelve a sonar y yo lo ignoro por enésima vez.

No entiendo por qué el mundo exterior sigue intentando ponerse en contacto conmigo cuando Pam ya les ha explicado que estoy enfermo. Mi agente, quien es una santa y la mejor amiga que un estúpido como yo podría tener, ha puesto al tanto a todo el mundo de que me intoxiqué con la cena de hace tres días. Y nadie lo puso en duda. Nadie preguntó si era verdad. Después de todo, el día antes de desaparecer seguramente tenía la peor pinta de enfermo del universo.

Y la verdad es que el vacío en mi pecho podría definirse como una enfermedad en toda regla porque parece estar absorbiendo toda mi energía. Porque sólo despierto cuando el teléfono suena y después me doy la vuelta en la cama y vuelvo a dormir. Ojalá pudiera dormir para siempre. Ojalá el teléfono dejara de sonar.

Mis parpados se sienten pesados una vez más y me aferro a esa sensación con todas las fuerzas que puedo convocar. Si me duermo, todo dejará de doler. Si mis ojos se cierran quizá dejaré de sentirme como un idiota. Ojalá pudiera dejar de sentirme tan herido. Fui yo a final de cuentas quien se clavó la daga en el corazón. Yo soy responsable de mis sentimientos. Tine no me hizo daño, Tine no me hizo daño. Esto no es culpa de Tine.

Su nombre resuena en mi cabeza y escucho como de mis labios escapa un gemido de dolor. Todo en mi interior duele. Es como si alguien estuviera clavando miles de cuchillos en mi piel. No puedo luchar contra el dolor aunque no tenga sentido así que simplemente dejo que me ataque. Si me duermo pasará. Yo sé que lo hará. Pero ahora no puedo cerrar los ojos porque si lo hago la sonrisa de Tine se dibuja detrás de mis parpados. Los besos de Tine vuelven a quemar en mis labios y escucho su voz llamándome pero no es Tine. Y todo vuelve a doler mil veces más. El dolor es tanto que se convierte en nudo apretado en mi garganta al que tampoco puedo enfrentarme.

Y aunque no creí que fuera capaz de hacerlo, las lágrimas ruedan por mis mejillas una vez más. El dolor es inagotable al igual que las lágrimas. Crees que has llorado todas las lágrimas que eres capaz de producir pero siempre puedes llorar un poco más. Y los sollozos escapan de mis labios y un temblor terrible me sacude. Y lloro más, parece que estoy hecho de lágrimas que jamás se detendrán.

¿Por qué duele tanto? ¿Por qué las heridas que te causas por tu propia mano siempre son así de profundas? Pensé que mi familia me había enseñado de dolor pero parece que yo soy mejor que todos ellos: yo me he hecho más daño que nadie. Porque es mi culpa, no es culpa de Tine.

Tine.

¿Por qué no estás aquí?

Tine.

¿Por qué no puedo conformarme con ser tu amigo?

Tine.

¿No podrías al menos seguir fingiendo? Me bastaría con eso. Eso sería suficiente porque soy un estúpido y tenerte a mi lado era mejor que esta miseria.

Tine.

Su nombre y las preguntas sin respuesta se repiten en mi interior como una canción triste. Me duermo de nuevo y maldigo el momento en el que el teléfono suena y vuelvo a despertar. Y pasa un día más. Quizá sean dos. Sé que debo ser fuerte y sobreponerme a esto. Debo dejar de ser un idiota. Debo entender que lo que yo sienta no obliga a nadie a sentir lo mismo por mí. El dolor atraviesa mi pecho una vez más pero no permito que el sollozo inicie. Aprieto los dientes, cierro los ojos y me digo que esto debe terminar ya.

¿Es que no lo recuerdas ya, Sarawat? Cada vez que tu madre te gritaba cosas horribles antes de recibir a las visitas o que tu padre te recordaba que eras un fracaso en la universidad simplemente apretabas los dientes y evitabas llorar. Esto no es diferente, Sarawat, no lo es. Puedes ganarle la batalla al dolor. Lo has hecho mil veces antes y lo harás ahora. Porque ya no puedes ser débil. Porque no puedes perder lo que te ha llevado tantos años construir sólo porque no puedes dominar a tu corazón.

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