HERO| HARRY POTTER [#1]

Capitulo veintiuno.

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CASSIOPEIA DIGGORY
Quiebre.
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Martes 1 de agosto
de 1995.

SUS DEDOS SE MOVIAN de un lado para otro, en un baile lento y delicado, la vela debajo de su mano llameaba en grande, tocando de lleno sus dedos sin sentir calor alguno. En un momento, hipnotizada por el movimiento del fuego y el danzar de sus manos, Cassiopeia dejo su mano estática sobre el fuego, esperando el momento del ardor intenso que haría quitar su mano en dolor.

Sin embargo, eso no sucedió.

Un gran rato había pasado con su mano sobre el fuego para darse cuenta de que este no le quemaba, y eso le irritaba. Había intentado de todo para sentir dolor bajo el fuego, con velas, cocinando, tocó objetos metálicos al rojo vivo; no obstante, ninguno de estos intentos lograba evocar en ella la aguda y ardiente sensación de quemadura.

¿Por qué? ¿Por qué no podía sentir su piel arder bajo las llamas? ¿Por qué el único dolor que sentía era aquel inherente, ubicado en su corazón? Cassiopeia se sentía vacía, rota, como si se tratara de una cascara hueca en busca de hacer su cuerpo doler debido a que su mente gritaba en sufrimiento, intentando acallar sus gritos internos.

Recordó las palabras que le habían dicho al informarle sobre la trágica muerte de su hermano, Cedric Diggory. Después de haber jurado venganza contra Lord Voldemort, había perdido el conocimiento y, al recobrarlo, se había percatado de la ausencia permanente de su hermano y la situación detrás de ello; el responsable había sido el profesor Moody, quien resultó ser Barty Crouch Jr., el hijo de Crouch, transformado mediante la poción Multijugos.

Fue este último quien había inscrito el nombre de Harry en el cáliz, orquestando así su trayecto hacia la copa. La copa había sido un traslador exclusivo para Harry, y lo que sucedió con Cedric había sido un trágico accidente.

Un accidente. Así fue cómo Cedric fue reducido. Un lamentable accidente, su destino se había visto marcado por la mala suerte, según le habían dicho.

«Mala suerte, vaya mierda», pensó mientras se enroscaba aún más sobre sí misma, arrugando las sábanas de su cama y dejando que sus lágrimas cayeran sin restricción. Finalmente, cerró los ojos. Quería dejar que su mente se alejara un rato, encontrar un lugar seguro en su imaginación, deseando ir a un mundo donde no hubiera dolor.

La puerta se abrió de golpe de repente: — ¡Buenos días, hermanita!

El tono de voz de su hermano, Cedric Diggory, provocó un torrente de lágrimas desde sus ojos. Con fuerza, apretó sus párpados, negándose a permitirse mirar.

—No eres real. No eres real. No eres real. —se repetía una y otra vez, escuchando su voz después de mucho tiempo. Sonaba áspera y rasposa, resultaba difícil incluso reconocerla.